Opinión Bolivia

  • Diario Digital | martes, 23 de abril de 2024
  • Actualizado 15:36

Estupor

No logro conmoverme ante la guerra entre ricos y pobres que se está montando en estos volcánicos días con el fútbol.
Florentino Pérez, presidente del Real Madrid. EFE
Florentino Pérez, presidente del Real Madrid. EFE

Enamorado de la mejor estética del fracaso en el cine y la literatura, me afilié paradójicamente cuando era niño al Real Madrid, el ganador supremo. Algo tal vez lógico y realista, aunque también contradictorio, ya que era el peor de la clase jugando al fútbol, padecía esa condición humillante en la que aquellos que elegían los equipos no me querían ni de portero. Pero también pertenezco a esa categoría de bastardos, de gente sin alma, que disfruta aún más con el gran fútbol que con los triunfos de su equipo cuando estos son vulgares o rácanos. Razón por la que me he levantado a aplaudir como un poseso en el Bernabéu el arte inmaculado de jugadores como Cruyff, Ronaldinho, Iniesta y Messi.

Cada vez me aburro más con el televisado juego (o lo que sea) en los campos vacíos de público. Solo me vuelve a parecer un espectáculo apasionante cuando veo las batallas entre el Bayern y el Paris Saint-Germain. Y poco más. Por ello, no logro conmoverme ante la guerra entre ricos y pobres, reivindicando la eterna lucha de clases que planteó Marx, que se está montando en estos volcánicos días. Comprendo los razonamientos del emperador del empresariado, el prosaico señor Pérez, y también la rebelión de los débiles. No siento ninguna simpatía por ese rey Midas en presunta crisis, ni por el funambulista Laporta, pero cuando observo la catadura moral y financiera de los supuestos defensores de los pobres, me asaltan escalofríos. Los jefes y subalternos de los diversos organismos del gran negocio me recuerdan transparentemente a la Cosa Nostra. Y complementariamente, han recibido la solidaridad extrema de un energúmeno pijo como Boris Johnson.

Mi sadismo o mi inconsciencia se reconforta con la derrota de los que poseen casi todo, aunque estos se declaren cínicamente en naufragio, pero me inspiran idéntico mal rollo los representantes de los oprimidos. ¿Qué hacer?, se preguntó Lenin. Y constaten la posterior barbarie que ayudó a montar. En nombre de los pobres, claro.