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  • Diario Digital | miércoles, 24 de abril de 2024
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Edén

Una reseña a la obra Eden #1631, de la escritora Patricia Réquiz -ganadora del Premio Plurinacional de Cuento Adela Zamudio en 2016-, presentada por la editorial cartonera Electrodependiente.
Una reseña a la obra Eden #1631, de la escritora Patricia Réquiz.
Una reseña a la obra Eden #1631, de la escritora Patricia Réquiz.


“A la mujer le gustó ese árbol que atraía la vista y que era tan excelente para alcanzar el conocimiento. Tomó de su fruto y se lo comió […]” (Gn 3, 6).

En las Escrituras, es la mujer quien tiene suficiente valor como para arriesgarse a conocer. El primer conocimiento, si hacemos caso de lo que dice el Génesis, no fue ni el fuego ni la rueda ni nada similar, fue algo ético: conocimos por Eva qué era el Mal. La manzana de ese árbol sobre la que se nos cuenta, quizá no fuera para nada especial, solo una manzana cualquiera.  Y cuando Eva quebró con sus dientes un trozo de ese cuerpo rojo cuyo dulzor se escurrió por su lengua, solo en ese instante, comprendió en qué consistía el mal; antes de eso y con la promesa de la serpiente, ella solo pudo especular. “¿Cómo se sentirá?”, imaginemos que se preguntó. Incluso se podría especular si no fue el propio Dios quien dispuso que así sucedieran las cosas, hacer una regla para sea rota; trabajo para los teólogos.

Conocer es un proceso negativo por excelencia, al menos el re-conocerse. Estamos seguros de lo que somos cuando nos comparamos con otros; y de una forma similar, nuestros juicios éticos se forman a partir de experiencias negativas. Eva no pudo comprender que era lo bueno sin antes haber sentido qué era lo malo (un guiño a Hegel). 

Durante una tarde calurosa de octubre mientras el sol se esforzaba por derretir las paredes de mi habitación, bajo el refugio de un cielo falso me propuse leer Edén #1631 de Patricia Réquiz Castro, un libro cartonero que tiene la editorial Electrodependiente en su catálogo. El ejemplar consta de dos cuentos: uno de ellos se llama Sofía, un cuento corto sobre una niña y el descubrimiento de su sexualidad; el otro da nombre al libro, fue ganador del premio Adela Zamudio en 2016 y es sobre el que trata este texto.

La historia se cuenta a través de entradas en un diario, comenzando cuando nuestra protagonista y su familia acaban de mudarse de casa. Las figuras centrales de este relato son la madre, Ana, y su hija quien es el personaje principal, una adolecente que narra su vida dentro de una familia que se descompone. 

 “[…] tengo una Biblia con franjas doradas brillando desde la cómoda, tengo internet ilimitado, tengo acceso, tengo curiosidad, ahora tengo un link, ahora me pregunta el computador si soy mayor de dieciocho años, las franjas doradas brillan con más fuerza, digo que sí […]”.  

Más allá de la historia de fondo, lo fascinante del relato es el descubrimiento que brinda la transgresión de los límites del conocimiento. Tanto la madre como la hija representan dos formas de saber: la madre es contenedora pasiva del saber dogmático que le da la religión, no hay conocimiento posible más allá de la fe; por otro lado, la hija explora su ser-mujer, cuyo saber es, al contrario, sensible y erótico. A partir de las notas que deja en su diario, somos testigos de la consolidación de la identidad de la protagonista y el enaltecimiento de su sexualidad como escudo frente a un mundo que trata de someterla ya sea por la autoridad divina (madre - religión) o la terrena (escuela - familia). Decía Mishima respecto de Bataille: “De esta manera, igual que sin pureza no hay impureza, y viceversa, sin prohibición no hay rutina liberada por ésta. […] Y en tanto no haya absolutos, el erotismo no puede existir”. El erotismo en el personaje principal del cuento remite a una desobediencia primigenia, la rebelión frente al Edén de la seguridad y la comodidad que nos brinda no oponernos. La hija no busca definirse igual a la madre, diluyendo su singularidad en el grupo, sino que la reta, le dice “No”, definiendo su propio cuerpo y su propia alma. La sangre menstrual simboliza eso escondido, reprimido y sometido de la mujer que el mundo le obliga ocultar, pero que aquí rebeldemente se muestra y amenaza. 

“Tengo la boca seca, la lengua colgando hasta el suelo, tengo las manos en posición de oración, pero no estoy orando”.