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  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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La época del “señorito satisfecho”

La época del “señorito satisfecho”



Época designa con mayor o menor rigor aquel periodo histórico (no historiográfico) en el que determinadas vigencias son instaladas. Para Ortega y Gasset, dichas vigencias son “el auténtico poder social, anónimo, impersonal, independiente de todo grupo o individuo determinado”. Es decir, “cuando una opinión o norma ha llegado a ser de verdad ‘vigencia colectiva’, no recibe su vigor del esfuerzo que en imponerla o sostenerla emplean grupos determinados dentro de la sociedad”. Y es justamente en lo anónimo e impersonal de dicho fenómeno donde se instala lo propiamente histórico. En este sentido, cabría preguntarnos en que consistiría una época de “señoritos satisfechos”.

Ortega disecciona maravillosamente dicha concepción en su célebre libro de los años 20 La Rebelión de las Masas. Asentando su comprensión histórica en la irrupción de lo que él denominó Hombre-Masa. Para nosotros, dicha denominación puede ser auto-explicativa, por no decir auto-evidente. Sin embargo, en los años 20 quizás no tanto. El hombre masa sería aquel ser humano vaciado de su propia historia y por eso mismo un ser que no sabe por qué o para qué vive. De ahí que “esté siempre en disponibilidad para fingir ser cualquier cosa. Tiene sólo apetitos, cree que sólo tiene derechos y no cree que tiene obligaciones: es el hombre sin la nobleza que obliga”.

Ortega coloca el origen de dicho tipo de ser humano en la “omnímoda facilidad material” y el avance más franco del horizonte económico del “hombre medio” europeo, que sin importar clase social, veía (o más bien ignoraba) la otrora lucha inmisericorde con su entorno con una ingratitud ciega. De pronto todo parecía fácil y natural. Ortega nos dice que “la vida es nuestra reacción a la inseguridad radical que constituye su sustancia. Por eso es sumamente grave para el hombre encontrarse excesivamente rodeado de aparentes seguridades. La coincidencia de la seguridad mata a la vida. En ello estriba la degeneración siempre repetida de las aristocracias”.

Si hacemos aterrizar todo lo dicho a nuestra realidad veremos con palpable claridad su veracidad. Basta visualizar al “hijito de papa” de cada esquina o al niñito berrinchudo que exige todo a las pataletas. Tan simple como eso. Y solo para rematar este intermedio, me permito este trecho bello, no tanto por lo poético (o quizás si) si no por su finura de analogías: “Las dificultades con que tropiezo para realizar mi vida son, precisamente, lo que despierta y moviliza mis actividades, mis capacidades. Si mi cuerpo no me pesase, yo no podría andar. Si la atmósfera no me oprimiese, sentiría mi cuerpo como una cosa vaga, fofa, fantasmática. Así, en el heredero toda su persona se va envagueciendo, por falta de uso y esfuerzo vital”.

Ahora bien, cabría preguntarse porque rescatar precisamente dicho fenómeno en pleno 2019. La respuesta la da, de cierta forma, el mismo Ortega. Remitiéndose al Bajo Imperio, en el tiempo de los Antoninos (siglo II), Ortega advierte claramente un extraño fenómeno: “Los hombres se han vuelto estúpidos”. Pues bien, creo que vivimos en una época de estúpidos. Con las debidas disculpas de lo categórico de la previa afirmación me parece que el “tiempo de masas y pavorosa homogeneidad” descrito por Ortega en los años veinte no ha hecho nada más que crecer hasta nuestros días. Y tal como el Bajo Imperio Romano, o encuentra su superación, o implosiona inevitablemente.

Nuestra sociedad global homogéneamente pavorosa, no admite ningún tipo de pluralidad. Ya no existen “variedad de situaciones”. El aire es igual de irrespirable en cualquier lugar del globo terráqueo. Con olas incesantes de lo que se ha venido a llamar de “progresismo” se trata de vender una hiper-tolerancia que no es tal. Porque diluye justamente la pluralidad con un relativismo agrio a prueba de contradicciones. Bueno todos los ismos suelen ser así, lo nefasto de esto, es que este particular ismo cree no ser un ismo más.

La lógica, la verdad (o por lo menos su búsqueda constante), la coherencia, la simple comprensión de los horizontes mínimos de posibilidad son tratados hoy en día como plastilina. Se niega casi infantilmente a la razón, sin darse el trabajo de proponer un más allá. El pretexto posmoderno, es eso, simplemente un berrinche de una intelectualidad ingrata y sin horizontes. Algo así como el avant-garde de John Cage, simple imbecilidad disfrazada de genialidad. Solo sobran el berrinche y las pataletas de “señoritos satisfechos” ingratos y ciegos ante las inmensas conquistas de todo ámbito del pretérito humano.

Lo mas pavoroso de esta situación, no es el pensamiento posmoderno propiamente dicho, sino, paradójicamente, su inmensa intolerancia. Nuestra sociedad fofa y “ultraprogresista”, confunde el derecho a pensar y hacer lo que a uno le plazca, con el derecho de obligar a que “el otro” comparta necesaria y obligatoriamente su pensamiento y acción. Y si uno no dice amén a “lo que sea” es fóbico, trasnochado, ultramontano, conservador, retrógrado, etc.

Por eso es necesario reconocer que “la cosa va mal”. Vivimos en un mundo en que Apu Nahasapeemapetilon (sí ese Apu) es banido de los Simpsons porque algún hindú se sintió ofendido con el estereotipo. Todos son anarquistas, pero de Recoleta (Prestico Genio!!!). Es así que es necesario entender que “lo revolucionario” no es más revolucionario, es el sistema. “El Che” incluido.

Cierro parafraseando a Keanu Reeves que nos dice que vivimos en un generación de personas emocionalmente débiles, para las cuales todo tiene que ser afofado porque es ofensivo, inclusive la verdad.

Músico y filósofo- [email protected]