Opinión Bolivia

  • Diario Digital | miércoles, 24 de abril de 2024
  • Actualizado 20:25

Una “diva” venida a más

Reseña de la obra teatral protagonizada por la actriz Marta Monzón, estrenada el segundo fin de semana de octubre en La Paz 
Una “diva” venida a más.
Una “diva” venida a más.
Una “diva” venida a más

El camarín es una capilla pequeña, situada detrás del altar, en la que se venera una imagen. El camerín (o camerino) es la habitación donde lxs artistas se visten/preparan para actuar o lxs deportistas se cambian para jugar. “Diva”, la obra escrita por la dramaturga argentina/rosarina, Patricia Suárez, transcurre en un camarín (es la voz usada en Bolivia y el Cono Sur). En un camarín del presente y del pasado. En ambos hay humo, mucho humo. 

“Diva” fue estrenada en 2011 en Buenos Aires y cuenta con varios montajes alternativos (el texto original es para una actriz y un actor pero ha tenido ya una atrevida versión con dos hombres y ahora ésta como monólogo). Marta Monzón se va a meter en la piel arrugada de una gran dama de teatro.

En un principio la producción (Utopos, con la co-creación de Juan Pablo García Montero) pensó en trabajar la obra junto a un compañero actor de renombrada y justa fama. Ese hombre (hay pocos veteranos en nuestro teatro boliviano) era/es Raúl “Pitín” Gómez (de gira nacional con otra gran obra como es “Wajtacha”). ¿Será posible al año? Ladislao, el papel, está sin estar estando. Es una presencia ausente. Es un hombre fuera de lugar.

“Diva” es una comedia negra en estado puro; humor corrosivo como el ácido. Una vieja actriz de teatro independiente (en Bolivia todo lo es) se reencuentra con su ex pareja, el “amor de su vida” tras intentar quemarlo dentro de un camarín. Ahora todos estamos encerrados dentro de otro y las huellas del pasado van a volver a ser pisadas. Escuchamos hablar de ego, vanidad, recuerdos (de fuego), infidelidades como venganzas, maldad, secretos, arrepentimiento y pecado. Es el amor (loco y/o tóxico) y su desazón. Es la necesidad de amor, son sus excesos, su salvación. El hombre calla, la mujer habla. ¿Quién no ha navegado por los mares del celo, la culpa, el miedo y la soledad? Estamos en el teatro para armar un “puzzle” con final inesperado.

La escenografía (una simple silla), la acertada puesta de luces de Diego Ayala Rada y el vestuario (un vestido negro de lentejuelas y plumas) son minimalistas (en Bolivia, todas las obras lo son). El estreno de la obra en este segundo fin de semana de octubre ha traído al Teatro Nuna a 60 personas, 30 por función. La obra se ríe de eso porque se ríe de todo(s); y rinde un tributo nostálgico a una era de “vino y rosas” donde los teatros se llenaban y las temporadas duraban semanas y meses. 

“Diva” nos hace recuerdo a las grandes mujeres del teatro, hoy olvidadas. Es un grito contra la exclusión en la dramaturgia actual de papeles protagónicos para las mujeres sabias (“no somos cosas del depósito”). Entonces nos acordamos de Rose Marie Canedo, Morayma Ibáñez, Mabel Rivero, Maritza Wilde, Agar Delós, Rosita Ríos, Ninón Dávalos…

“La Marta”, la loca, se pone la mochila (pesada) sobre la espalda y afronta el desafío de este monólogo. Es un ejercicio teatral brutal y “la Monzón”, la pirómana/histérica, aprueba con alta nota con su potencia/presencia física. La actriz se desdobla (en un “flash back” de ida y vuelta), voltea, mira, gesticula, exagera, se sienta de frente y de lado, se para, se tira al piso, implora, tose por el humo. Charla y se ríe con y de nosotros. La rema. Levanta la obra cuando el texto se pierde, apenas. Y se viene arriba con el pasar de la hora larga (68 minutos).

El monólogo da paso al “stand up”, al intercambio de pareceres con las espectadoras, al puro jazz, a la improvisación. Vuelve el “café-concert” de toda la vida. Esos momentos de quiebre son un respiro. Esos momentos dan para preguntar por todo y por nada a la platea: “¿no saben quién es Gorki? Mira que los rusos están de moda, no lo “guglees” ahora, puedes vivir sin saber quién era don Máximo”. “¿No han venido con su machucante?” “Hay que estar tarado para enamorarse hoy en día en estos tiempos de amores no físicos”. No sabemos cuándo la actriz jode o cuando pide de verdad un martillo para desenganchar su vestido. 

La obra arranca con Lady Gaga (y su “Poker face”, otro guiño) y termina como “music hall” y un fondo/karaoke de “El viejo varieté” de María Elena Walsh. Nada más y nada menos. Entremedio, vemos a una "diva" de pie, a una cornuda a la deriva, a una obsesionada con el paso del tiempo y con las novias jóvenes de su antigua pareja, a una condenada a papelitos después de haber reinado. Ahora solo la llaman para cuatro líneas, para hacer de abuelita, de tía o de cuenta-cuentos. Es el "fatal" destino de todas ellas. 

Pero Monzón no es un “diva” venida a menos, tragada y envuelta por el humo; es una “diva” venida a más. Marta ha vuelto al camarín y no nos queda otra que celebrar y adorar ésta su “rentrée”. "Diva" es su regreso por la puerta grande, no por la capilla pequeña.

Post-data: la actriz, cuando cae el telón, dedica la obra a los colegas que se fueron por la pandemia y ya no están. O sí lo están, sin estar estando, como “su” Ladislao. Se emociona al recordar a Juan Santiago, su maestro bonaerense/cordobés recientemente fallecido; del cual aprendió lo más importante del teatro, la ética. Después de su estreno, “Diva” no caminará sola. Parte hacia El Bestiario (el espacio teatral de Diego Massi en Sopocachi, estos tres próximos martes de octubre), hacia el Teatro Grito y Santa Cruz.