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  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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[LECTURAS SABROSAS] EL BOTÁNICO MARTÍN CÁRDENAS DONÓ SU HERBARIO A ARGENTINA

El desconocido testamento del sabio boliviano más universal

El desconocido testamento del sabio boliviano más universal



“Carlos Medinaceli escribió que Bolivia ‘es el país por excelencia de los solitarios intelectuales’, y Martín Cárdenas fue una prueba elocuente de ello. Al ‘solitario de la calle Perú’, como se lo conocía, no le cabían sino los sombreros directamente importados, pero en la alzada y maciza cabeza del sabio botánico tampoco cabían las razones que pudieran hacerle comprender la indiferencia del medio ante su obra científica”.

Alfredo Medrano Rodríguez

 

Una preciosa colección de más de 6 mil especies clasificadas de la rica flora boliviana que recolectó a lo largo de medio siglo fue donada por el sabio botánico cochabambino Martín Cárdenas Hermosa a la Argentina, concretamente al Instituto Lillo de la provincia de Tucumán.

Su voluntad final, expresada en el testamento que dejó escrito antes de morir en 1973, a los 73 años, ratifica su terca desconfianza hacia la aptitud de las instituciones públicas bolivianas para conservar y difundir el patrimonio científico y cultural. “Dejo mi herbario al Instituto Lillo de Tucumán, Argentina. Si lo dejara en Bolivia en poder de cualquier institución, sería rápidamente deteriorado por roedores, los insectos y los botánicos aficionados. En cambio, Tucumán que tiene un buen herbario de situación céntrica en el continente, hará una buena distribución de mis ejemplares”, sostiene Cárdenas en una parte de su testamento.

Este desaire para la Universidad Mayor de San Simón (UMSS) -la institución que se sentía legítima heredera- no sería atribuible a la soberbia ni al “reaccionarismo” del sabio botánico, pues otros intelectuales latinoamericanos “de avanzada” tuvieron parecido criterio de sus compatriotas e instituciones nacionales. Pablo Neruda, refiriéndose a su extraordinaria y hermosa colección de moluscos que donó a la Universidad de Chile, escribió en sus memorias “Confieso que he vivido”: “Como buena institución sudamericana, mi universidad los recibió con loores y discursos y los sepultó en un sótano. Nunca más se han visto”.

La casa del botánico boliviano fue legada para que el Gobierno “la conserve y destine en su caso como residencia para naturalistas extranjeros de escasos recursos y condiciones honorables que justifiquen sus documentos (...)”. Asimismo, atormentado por el cáncer que le roía los huesos, y con la terrible impotencia de no poder volver nunca más a explorar la flora boliviana, Cárdenas expresó en su testamento otro mandato de humanismo estoico: “Crear por un año y una sola vez, la beca de Medicina Cancerológica de dólares cuatrocientos mensual y pasaje de ida y vuelta para los médicos bolivianos de 25 a 30 años de edad que estudiarán los últimos métodos de tratamiento del cáncer con los profesores Ackerman en St. Louis y el Dr. Del Regato en Denner”. Nadie conoce si esta beca prosiguió o murió con su benefactor.

Cárdenas, el solitario

Martín Cárdenas Hermosa nació el 12 de noviembre de 1899 en Cochabamba y falleció en 1973, tras padecer una grave enfermedad, dejando un gran patrimonio invalorable, expresado en el Jardín Botánico y un Museo que lleva su nombre, como una gran contribución para las nuevas generaciones, que muy poco conocen de su trayectoria y aporte a las ciencias naturales.

Al “solitario de la calle Perú” (hoy avenida Heroínas), como se lo conocía, no le cabían sino los sombreros directamente importados, pero en la alzada y maciza cabeza del culto botánico tampoco cabían las razones que pudieron hacerle comprender la indiferencia del medio ante su obra científica.

Según el extinto periodista cochabambino, Alfredo Medrano Rodríguez (Urbano Campos), que en 1977 publicó en la revista Canata una entrevista valorativa de la vida y obra del botánico, el caso de Cárdenas planteaba un círculo vicioso: veía en la indiferencia de su medio una actitud hostil y, a su vez, ese “medio” no tenía la suficiente capacidad para comprender el tipo y motivo de la ocupación a que se dedicaba.

Pero, más que “un intelectual solitario” (al fin y al cabo todos los intelectuales se sienten solitarios e incomprendidos), este investigador, a quien calificaron como “el tipo de hombre de ciencia más elevado que haya producido América Latina”, fue uno de los casos más excepcionales de investigación científica en un país atrasado, donde la gente se entera de los avances científicos por noticias que llegan de Estados Unidos o Europa.

Al carecer de medios económicos y materiales (becas, laboratorios, etc.) y de formación metodológica, la labor de investigación para un estudioso boliviano fue y sigue siendo una verdadera hazaña. Como otro reflejo de la “brecha tecnológica” creciente entre países ricos y países pobres, son abismales las diferencias con las ventajas de los investigadores extranjeros que llegan a estos países dotados de todos los medios necesarios.

Al igual que ahora el ojo radiográfico de los satélites escudriña el suelo y el subsuelo bolivianos, en busca de recursos que ayuden a prevenir nuevas crisis energéticas, esos científicos o especialistas extranjeros, cada uno desde su óptica unilateral, estudiaron ya muchos aspectos bolivianos de las ciencias naturales o sociales. Asombra ver la copiosa bibliografía publicada e inédita en inglés, francés o alemán sobre diversos temas nacionales, gran parte de la cual es desconocida para los propios bolivianos porque no ha sido traducida al español.

Ser privilegiado

“Me siento el ser más privilegiado del mundo por haber nacido en Bolivia. Creo que ningún naturalista ha tenido este privilegio”, le dijo en otra oportunidad el más universal de los cochabambinos al periodista Alfredo Medrano, para remarcar el hecho paradójico de que Bolivia, “si bien es un país desprovisto de los medios necesarios para la investigación botánica, encierra, en cambio, la naturaleza más variada y espectacular que pueda imaginarse”.

Esa circunstancia le hizo sentirse dueño absoluto de toda la naturaleza silvestre de uno de los países más inaccesibles y codiciados por su exotismo geobotánico. La pasión científica de Cárdenas no dejaba de tener cariz poético. Como D’Orbigny, en la segunda mitad del siglo XIX, descubría deslumbrado los paisajes multifacéticos de Bolivia. Se regocijaba de encontrarse en un país excepcional.

“He admirado el orden y la belleza que reina en el Kew Garden de Surrey, en Inglaterra, en la Avenida de las Palmeras del Jardín Botánico de Río de Janeiro, y me he deleitado ante la sobriedad y evocador silencio, situado en Oxford, pero no recuerdo de nada más grandioso que las formaciones de pampa, selva y palmeras que he atravesado en mi patria. Y así, paradójicamente, en Bolivia, país para botánicos, no ha vivido sino un botánico oriundo”, solía decir Cárdenas.

Egresado del Instituto Normal Superior de La Paz, cuando una oportuna gestión del ministro de Educación en 1922, Ricardo Jaimes Freyre, le permitió enrolarse en la “Expedición Mulford”, del consorcio farmacéutico norteamericano, que partía a explorar el noroeste de Bolivia. Allá Cárdenas empezó su paciente tarea, que duraría cerca de 50 años, de formar su herbario de más de seis mil especies botánicas encontradas en distintas regiones del país.

El explorador reunía las cualidades físicas e intelectuales necesarias para recorrer a lo largo y ancho del territorio boliviano, en esa labor de hormiga obrera: duro caminante, conversador en aymara o quechua, ingenioso cocinero que entre sus objetos imprescindibles llevaba una suculenta “lagua integral” de su invención, de fácil preparado. Estudió palmeras y una gran variedad de cactus y papas silvestres. Ya viejo y fatigado, empezó a estudiar una rara flor que aparece en cementerios y templos en ruinas: los amaryllis.

Su perenne legado

Hijo de un arriero y una madre “modesta y sin educación”, Cárdenas era en su familia el “único descendiente consagrado con éxito a las actividades intelectuales”, según declaración propia. Tener vida solitaria y de hábitos sobrios y disciplinados era una condición ineludible para entregarse a la investigación científica. El método, sin embargo, no le privaba de sus refinadas aficiones gastronómicas, pero la vida disoluta -como la que suelen llevar los intelectuales bolivianos-, o las ataduras conyugales, eran incompatibles con tal propósito. “He llegado al mundo como un introvertido tímido, pude sustraerme fácilmente a las complicaciones sociales y hogareñas. No tuve en mi haber de felicidad material y espiritual las fruiciones de la dicha conyugal ni tampoco fui hijo de familia mimado. Para darle utilidad a la vida, es necesario olvidarse de lo perecedero, de toda frivolidad material. Me olvidé del mundo social que me rodeaba y me refugié en la bella e inhabitada geografía de Bolivia”, dijo en el diálogo sostenido con el periodista Medrano.

¿Cuál el legado de Martín Cárdenas después de una vida tan laboriosa en la investigación botánica? Sus conocimientos fueron mejor aprovechados en el extranjero, pese a que una motivación básica para consagrarse a la botánica fue “acabar con la paradoja de nuestros estudiantes que aprenden encerrados en sus aulas botánica con ejemplos de plantas europeas, en lugar de salir a nuestros campos para investigar su rica variedad de especies”.

No hubo necesidad de que se enrolara en la “fuga de cerebros”. Lo hicieron miembros eminentes de instituciones como la Sociedad Linneana y la Sociedad Botánica de los Estados Unidos, que tuvo como afiliados a científicos de renombre universal: Mendel, Hugo De Vries, Maximov y otros.

¿Cómo se explicaba Martín Cárdenas el hecho de que su obra fuera más valorada en el exterior y por tanto fuese “mejor utilizada” por las instituciones internacionales de ciencias e investigación? “Es triste que en nuestro país no exista real interés por la cultura y la ciencia, ni siquiera en aquel llamado círculo de intelectuales”, decía respondiendo a otra entrevista en 1967. “El pueblo constituye un pueblo subdesarrollado viviendo como si fuera desarrollado, a la moda del día: automóviles modernos, trajes de nylon, licores importados, etc. Y para satisfacer esta sed de vivir cómodamente se acude a cualquier medio lícito o ilícito. Esta negación contribuye a generar en el pueblo una mentalidad de minero; es decir, una concepción únicamente sobre el presente, sin previsión del futuro. De ahí que yo no creo en el desarrollo de este país”, dijo contundente en una época que no difiere mucho con la actual.

Esta visión simplista, que omitía las verdaderas raíces de los problemas económicos y sociales de su país, coincidía con su temperamento de introvertido que prefería el aislamiento en que siempre vivió en medio de sus libros, sus herbarios y el silencio de la floresta. “La virtud más elevada de la que puedo vanagloriarme -diría con gesto soberbio- es la de no haberme detenido a contemplarme como intelectual de prestigioso frente al espejo engañoso de la vanidad natural humana, ni haberme desilusionado ni desmoralizado frente a la indiferencia y hasta la hostilidad bárbara de los medios social e intelectual que me rodearon”. Sus contactos eran más directos y cordiales con el exterior que con su país.

Un autodidacta

Entre sus esfuerzos de autodidacta, aprendió varias lenguas y, con especial interés, el inglés, consciente de que la ciencia tiene como idioma favorito ese idioma y de que no se puede prescindir del inglés para la comunicación con el mundo científico. Sus apuntes eran por lo general en inglés, y podría decirse, incluso, que juzgaba a su país en inglés. Cárdenas era un ameno conversador, pero un hosco conservador, según quien lo juzgue, que podía hablar tanto de las fórmulas precisas para fabricar una buena tiza como de la historia del revólver o los secretos de la buena cocina, pero su ceño severo y meditabundo contribuía a levantar el halo infranqueable y mitificante de su condición de hombre de ciencia. Aún se cree que su conservadurismo ideológico, su escepticismo misantrópico, le hacía transferir sus afectos a los perros (criaba más de uno y siempre salía en defensa de la población canina cuando ésta era perseguida en las campañas antirrábicas), y despertaba inquinas y desafectos en el ámbito universitario fanatizado por las ideas izquierdistas de su época.

La obra del sabio botánico resalta aún más como obra excepcional y solitaria por el hecho de que no haya tenido continuadores. Lo que él quiso fue legar a los jóvenes un ejemplo de vocación para el quehacer científico. Pero no tuvieron eco su paso ni su prédica por la Universidad Mayor de San Simón, donde fue fundador de la Facultad de Ciencias Agronómicas y quiso dejar el “ejemplo silencioso de su vida”. Entre las inquietudes políticas de unos -ocupación más lógica que la botánica en un país miserable-, y el afán pragmático de otros de usufructuar cuanto antes un título académico, no conmovieron a nadie las reflexiones del botánico. Al recibir la Medalla Agrícola Interamericana, en 1959, se quejaría de este fracaso: “Confieso con amargura que no dejo nuevos botánicos en mi país que pudieran continuar mi obra...”.

Sin embargo, un legado concreto, fruto de una de sus ideas fijas de “elevar el nivel cultural de Cochabamba”, es el Jardín Botánico, destinado a ser un centro de investigación botánica y de recreación donde los estudiantes descubran el maravilloso mundo de las plantas, que nuestro sistema de enseñanza no les permite descubrir en su real dimensión. La obra se realizó por la pura testarudez de un viejo y leal amigo del botánico, sostén moral de sus últimos días: José L. Márquez.

Transcurridos más de cuatro décadas desde su deceso, ¿se habrá cumplido la voluntad del científico boliviano más universal? ¿Y qué suerte corrió su herbario en la Argentina?

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