Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 25 de abril de 2024
  • Actualizado 08:55

‘Cuidando al sol’: o morir en la orilla

Otra mirada a la película de la directora Catalina Razzini, que se encuentra disponible en la cartelera nacional y que se mantiene en la programación del cine Skybox en Cochabamba
Un fotograma de la película dirigida por la realizadora Catalina Razzini. BF DISTRIBUTION
Un fotograma de la película dirigida por la realizadora Catalina Razzini. BF DISTRIBUTION
‘Cuidando al sol’: o morir en la orilla

Filmar una película en la Isla del Sol del Lago Titicaca y no caer en la tentación esteticista/preciosista es un reto. Cuidando al sol, la “opera prima” de la cineasta paceña Catalina Razzini Zambrana, se queda colgada de los planos fijos/secuencia, uno tras otro, para decirnos –otra vez- lo fotogénico que es el “lago sagrado”. No es el único –ni siquiera el principal- problema que tiene la última película estrenada del cine boliviano. 

El mayor hándicap –otra vez- es el guion. La historia sin pies ni cabeza de Cuidando al sol apenas alcanza para un cortometraje (lo que fue el proyecto en un principio). Resumo la trama inverosímil (alerta “spoiler”): Lucía y Maribel Vilca son dos niñas que extrañan a su padre que ha partido a La Paz a trabajar. Cuando “el hijo del sol” regresa, la mayor no lo “reconoce” y con apenas doce años compra un motor (adquirido peso a peso de las piedras vendidas a los turistas) y se marcha en un bote llamado “Carmelita” a la ciudad en busca de su identidad y de su libertad. Con apenas doce años. 

La autoproclamación de la película como parte del género cinematográfico denominado “coming of age” (crecimiento psicológico del protagonista hacia la madurez) le viene grande a la obra. Muy grande. 

En el medio, los susodichos planos interminables con la majestuosidad y la misteriosidad del Titicaca, al  amanecer y al atardecer; en el atardecer y en el amanecer con un trabajo fotográfico firmado por el madrileño Santiago Racaj (merced a la coproducción española). Entre medio, las leyendas sobre serpientes, puertas secretas y ciudades sumergidas, para alargar el metraje, para volver de nuevo al enésimo plano fijo del muelle y de la orilla, donde muere este ejercicio de escuela de cine. 

No todo flota en el Lago, dice el guion. La película de Razzini se hunde solita y trata de vendernos “piedras” (el mensaje intimista/poético y el mundo interior de los personajes, entre ellas) como si fueran joyas preciosas. Para completar el rosario de lugares comunes y trillados no falta, ni siquiera, un mensaje en una botella.

Dice Razzini Zambrana que nunca se ha hecho una película como la suya en la historia de nuestro cine. La mencionada tentación plástica/vacua es de vieja data, lamentablemente. Y el recuerdo de Vuelve Sebastiana del maestro Jorge Ruiz sobrevuela la cinta. Incluso en una secuencia con la espalda de la protagonista en primer plano, pareciera que estuviésemos viendo a la inolvidable niña Sebastiana Kespi otra vez en la gran pantalla. 

Mientras Sirena de Carlos Piñeiro (las comparaciones entre ambas películas son inevitables) lograba eludir esa visión turisteada/trillada del Lago y sus habitantes, el debut de Catalina Razzini es como cantan las chicas: “ferrocarril, carril, carril; Arica-La Paz, La Paz, La Paz; un paso p’atrás, p’atrás, p’atrás”.

Pero no todo es fatal. El mayor (¿y único?) acierto del filme es la pareja de protagonistas, actrices naturales, representadas por las dos niñas que se roban el “show” y alguna que otra sonrisa gracias a un desparpajo y a una inocencia/ternura a flor de piel. No es fácil hacer buenas películas con niños y niñas y la primeriza directora lo logra con creces. María Belén Callisaya y Katerine Choque Huanca son el gran hallazgo de esta “opera prima” fallida.

Post-scriptum: los goles en el fútbol tienen un fin, el abrazo, ése que no da la película a sus espectadores. Parafraseo a Bolaño y me voy: nunca habrá demasiadas películas bolivianas; habrá buenas, malas y peores pero nunca demasiadas.