Opinión Bolivia

  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
  • Actualizado 17:42

Cuando el fervor es la montaña

Acerca del poemario El verde no es un color de Blanca Wiethüchter.
Cuando el fervor es la montaña

Preguntándonos sobre aquellos textos literarios que han descrito magistralmente el ahogo que sienten los habitantes de las alturas cuando descienden al llano, nos hemos reencontrado con El verde no es un color. No hay duda de que se trata de un texto poético que le hace sentir a uno, con el ardor de la luz tropical meridiana, el efecto que tiene el clima oriental en todos aquellos que sienten que sus montañas son el único horizonte que puede hacerles comprensible el mundo. Wiethüchter recrea magistralmente el clima tropical con imágenes como las siguientes: “Desde la mañana quema el medio día, / [incluso] adentro, entre las sombras, / quema. / Busco una ventana. / El peso de las horas afiebradas / desgarra la memoria: / no pienso –no hablo- no nada.”; “Llueve, / empapada la intimidad vegetal”; “El calor enciende / los delirios del ensueño”.

Volver a leer este poemario nos ha hecho rememorar algunos de nuestros días en climas tropicales; nos ha hecho sentir nuevamente cómo los árboles pueden perturbar los sentidos; cómo adormece el calor; cómo se busca una ventana imposible en el cielo; cómo los días transcurren en sudor. Ciertamente hay otros asuntos en el poemario; sin embargo, es claro para nosotros que la autora ha querido dejar en evidencia que para alguien cuyo fervor reside en las alturas, el horizonte no puede estar sino en las montañas. Es decir, alguien criado en las alturas no puede ver el horizonte sin sus cerros. Alguien que ha criado su escritura en las montañas, tarde o temprano, en medio del “ardor vegetal” no podrá sino sofocarse y sentir lo que sigue: “Busco sosiego en la oscuridad / silencio / en los cuartos sombríos. / Espero no sé qué / en recintos enfriados / y hasta el escribir / me parece un contrasentido”.   

Al parecer, para Wiethüchter las montañas eran el único horizonte que podía hacerle comprensible el mundo. Sin ese horizonte le pareció a ella que el verde ardía sin imágenes; que el verde no era un color, “sino la voluntad ruidosa / de ocultos ecos y cansancios”.
Docente y estudiante - [email protected] - [email protected]