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  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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Lo que la crítica internacional dice sobre Chaco

Dos reseñas sobre el más reciente filme del director boliviano Diego Mondaca, que se estrena de forma online en el país el próximo 19 de noviembre
Una escena de Chaco.       INTERNET
Una escena de Chaco. INTERNET
Lo que la crítica internacional dice sobre Chaco

Dentro de la ya larga lista de festivales que han acontecido este año en modalidad en línea, el Festival Internacional de Cine de Valdivia puede ser el que implicó una mayor diferencia de experiencias, aunque sea por efecto del contraste. Si en muchos casos la modalidad online ha supuesto la posibilidad de participar de festivales en los que hubiese sido imposible tomar parte antes, para quienes tenemos algún tipo de relación con Valdivia la ausencia de ese territorio imaginario que se forma en torno a la cinefilia durante una semana en la ciudad se hace más evidente.

Como señalaba Miguel Gutiérrez en su informe, Valdivia se veía incluso como el límite de la cancelación de este tipo de eventos durante la pandemia. Ahora no solo sabemos que no fue así, sino que la incertidumbre nos ha hecho dejar de imaginar un final establecido para la restricción de reuniones de este tipo. Aun así, y en este punto casi todos los festivales parecen acordar, la modalidad en línea tiene sus oportunidades, continuidades y carencias propias. En esta dirección, las ganas de navegar de manera casi azarosa en las competencias de Valdivia se mantenían, gracias a la curiosidad que siempre provoca meterse en las distintas competencias e intuiciones del equipo programador. Este año las maratones desaparecieron y hubo que compatibilizar el horario laboral con los visionados, pero aun así fue posible encontrar algunas sorpresas.

La primera de estas fue Chaco (Diego Mondaca, 2020), primera película que vi del Festival, cuya secuencia inicial hacía pensar inevitablemente en cómo la sala de cine podría haber incrementado todavía más la sensación de extravío. El comienzo de Chaco muestra un grupo de soldados caminando en la arena entre los que destaca un joven que se pierde en el grupo, en un tipo de composición contradictoramente abierta y claustrofóbica que podemos asociar a algunos relatos de guerra. La sensación de pérdida espacial, potenciada por varias capas sonoras “distractoras”, anuncia el tipo de película épica y atmosférica que propone Mondaca.

El cine bélico muchas veces ha sido asociado a la acción permanente, al retrato de un tipo de estado donde el descanso no existe. Películas como 1917 (Sam Mendes, 2019) o Dunkerque (Christopher Nolan, 2017) han profundizado en la estética del plano secuencia y la estridencia sonora, una forma de entender la guerra que se relaciona siempre al movimiento. Por otro lado, en una vertiente secundaria, películas como Yo tenía 19 (Konrad Wolf, 1968) o La ascensión (Larisa Shepitko, 1977) han planteado la guerra como el terreno de la espera, donde la acción representa solo una parte marginal de las actividades militares.

El retrato de Mondaca llama la atención, en primer lugar, por presentarse como una versión extrema de esta segunda lectura, donde la acción queda relegada a la imaginación, tanto para el espectador como para sus protagonistas. La guerra es presentada como una especie de simulacro donde los protocolos de autoridad se vuelven cada vez más absurdos ante la ausencia del enemigo. Como en las fábulas de zombies de George A. Romero, la amenaza externa se vuelve apenas una sugerencia, y aún así, el comportamiento de los personajes se modela en torno a su posible aparición. En ese sentido, las operaciones plásticas de Chaco -donde el paisaje de a poco empieza a tener una presencia amenazante y sicodélica- guardan varias relaciones con Zama (Lucrecia Martel, 2017) en su tensión con las expectativas narrativas.

“Víctimas de una locura colectiva”

Ezequiel Boetti/OtrosCines

La guerra del Chaco tuvo como contendientes a Paraguay y Bolivia, y es considerado el conflicto armado más importante de la región durante el siglo XX. Más de 370.000 soldados combatieron entre 1932 y 1935 por el control del Chaco Boreal, aunque fueron peleas no tanto entre ellos sino contra las hostilidades de un entorno seco y abrasador, un caldo de cultivo de enfermedades e infecciones que dejaron huella en los sobrevivientes. Entre ellos, estuvo el abuelo del director Diego Mondaca, quien en varias entrevistas afirmó recordar el silencio absoluto que devolvía aquel hombre cuando le preguntaba por sus experiencias en el campo de batalla. 

Coproducción entre la Argentina y Bolivia, Chaco funciona como una suerte de reconstrucción de Mondaca sobre qué ocurrió durante ese tiempo que su abuelo prefería no recordar. Todo arranca con la llegada del comandante alemán Hans Kundt (Fabián Arenillas) para dirigir a un grupo de soldados indígenas bolivianos, aymaras y quichuas en medio de un desierto donde el agua y la comida escasean. El enemigo es una entidad fuera de campo al que buscan sin jamás encontrar. No obstante, Kundt no está dispuesto a retroceder y continúa al mando de un recorrido cuyo principal obstáculo es la naturaleza. 

Película menos “de” guerra que sobre sus efectos en hombres que no estaban preparados para enfrentarla en su real dimensión, en Chaco no se dispara ni una bala ni se representa una lucha sangrienta. Lo que hay es, como en Zama, de Lucrecia Martel, una espera constante como disparador de tensiones internas (las peleas entre los soldados están a la orden del día) y de un progresivo deterioro psicológico, todo en medio de un calor que Mondaca logra transmitir mediante una cámara siempre cercana a los cuerpos transpirados y sedientos cuyos destinos son víctimas de una locura colectiva.