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  • Diario Digital | martes, 23 de abril de 2024
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Un controvertido episodio de la Guerra del Chaco a través de dos miradas contrapuestas (I)

Primera parte de una revisión a un curioso episodio de la guerra del Chaco, protagonizada por los médicos Abelardo Ibáñez Benavente y Gabriel Arze Quiroga.
Portada de la obra ‘Sed y sangre en el Chaco’ (1967), del médico Abelardo Ibáñez Benavente. CORTESÍA AUTOR
Portada de la obra ‘Sed y sangre en el Chaco’ (1967), del médico Abelardo Ibáñez Benavente. CORTESÍA AUTOR
Un controvertido episodio de la Guerra del Chaco a través de dos miradas contrapuestas (I)

Hace cincuenta y cuatro años atrás, el médico Abelardo Ibáñez Benavente publicó el libro Sed y sangre en el Chaco (La Paz: Editora en Marcha, 1967), que según indica su autor fueron trazadas de manera fragmentaria: “Me ha impulsado a escribir este reducido trabajo, el ineludible deber que tiene todo ciudadano amante de su patria y de su profesión, de contribuir con los resultados de su labor y de su experiencia al progreso del medio en el que ha desarrollado sus actividades específicas”. Pero las notas de Ibáñez difieren del título del libro, ya que gran parte de su contenido se ocupa en evocar pasajes de su época universitaria en la Escuela de Medicina de Chile; la elaboración de su tesis de licenciatura; su retorno a la patria; sus primeros años como cirujano militar; su paso por el ministerio de salud; su candidatura a la Vicepresidencia bajo las banderas del Partido de la Izquierda Revolucionaria (PIR), entre otros pasajes de su vida.   

Por las sendas del Chaco 

En lo que respecta a su participación en la guerra del Chaco (1932-1935), el médico Ibáñez recuerda que “en esos primeros días, después de la ruptura de hostilidades bélicas, se produjo una enorme efervescencia patriótica en todo el pueblo boliviano. En todas las poblaciones se pedía castigo inmediato de la agresión contra la pequeña guarnición boliviana de la Laguna Chuquisaca”. En ese interregno, “desde el primer día se comenzó a tomar providencias necesarias para movilizar los recursos sanitarios para constituirse en el teatro de operaciones”. Curiosamente –señala Ibáñez–, los médicos no le dieron la importancia que tenía la situación bélica, “sea por animadversiones personales, casi ningún médico se presentó al llamado de la Sanidad Militar”. 

Después de tres días de la declaratoria de guerra, se formó rápidamente la primera brigada sanitaria que debía salir a la zona de operaciones. Únicamente se presentaron cinco médicos –rememora Ibáñez–, suficientes para llenar un automóvil. En esas circunstancias, emprendieron el viaje de la ciudad de La Paz a las llanuras del Chaco, la cual es descrito como “un camino recién construido” en donde se “presentaba innumerables dificultades para un tránsito rápido. Con camiones lentos, fangos, irregularidades explicables en un camino tan largo y fragoso”. 

Ya en territorio del Chaco, Ibáñez relata el encuentro que tuvo con el General Carlos Quintanilla, que había sido designado por el presidente Daniel Salamanca para comandar el Primer Cuerpo del Ejército, con sede en Muñoz: “Me presente ante él, explicando la odisea que habíamos sufrido los componentes de la primera brigada sanitaria que llevaba material médico-quirúrgico para cumplir su deber en caso de conflicto guerrero. Quizás no valoró el esfuerzo realizado. Se limitó a lanzarme sus miradas prepotentes propias de un junker prusiano y a anunciarme que dos días después se iba a iniciar la toma de Boquerón y de otros fortines del Chaco (…). Me dejó desamparado a mis propios medios”. 

También Ibáñez logró entrevistarse con el Jefe de la plaza de Villamontes, Cnel. Oscar Mariaca Pando, en donde le expuso la gravedad de la situación sanitaria del ejército: “Le hice ver la tremenda responsabilidad mía, en caso de no llegar con los auxilios necesarios en el momento oportuno. Aún más, le manifesté que si no me daban los medios para llegar rápidamente a la zona de operaciones, preferiría suicidarme ahí mismo. Ante esta decidida actitud, dio las ordenes necesarias para que pusieran a mis órdenes los dos aviones de la Lloyd Aéreo Boliviano que se encontraban de paso en la localidad”. 

Según el relato de Ibáñez, transitó por las zonas de operaciones de Camacho, Corrales, Toledo, Arce, Yujra y Boquerón. Sobre la batalla de Boquerón dice: “Hubo posiblemente un momento en el que toda la guarnición o la mayor parte de ella pudo abandonar el fortín. Parece, aunque no me consta, que tenían órdenes del Comando Superior y hasta el mismo Presidente de la República, para mantenerse allí hasta el último hombre, prometiéndoles suministros de hombres, provisiones y municiones. El aprovisionamiento aéreo falló por completo, porque la mayor parte de los suministros caían fuera del fortín y las municiones se deformaban por el violento impacto de la caída”. El trágico desenlace fue que a pocos días cayó Boquerón, la cual produjo una “desmoralización” en el ejército. 

Un ejemplo de ello, es cuando una noche solicitaron los servicios de Ibáñez para atender a un herido que presentaba la mano izquierda completamente destrozada mientras servía como centinela en uno de los puestos avanzados: “Pensábamos que era una rara herida mientras procedíamos a hacerle la primera curación; al día siguiente, revisando la herida nos llamó la atención la presencia de tatuajes de pólvora en algunos de sus bordes y sospechamos que el mismo soldado se hubiera disparado el balazo, pero decidimos dejar de pasar el hecho y evacuarlo a retaguardia. Después se repitieron innumerables casos de la misma índole, hasta que los comandantes se vieron forzados a fusilar a varios de ellos”. A estos soldados los nombraron como ‘izquierdistas’, que, a decir de Ibáñez, al finalizar la contienda bélica recibieron pensiones del Estado, al haberse hecho declarar como mutilados de guerra: “El primer izquierdista, aquel que atendimos cerca de Arce, un muchacho apellidado Laguna, según leímos en la prensa de Sucre, fue objeto de un acto patriótico en el Teatro de Sucre, habiendo recibido los honores reservados a los héroes”.