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  • Diario Digital | sábado, 20 de abril de 2024
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Como el mejor cine de otras épocas

Reseña sobre el más reciente filme de David Fincher, Mank, disponible en Netflix.
Una imagen promocional de la película Mank.   NETFLIX
Una imagen promocional de la película Mank. NETFLIX
Como el mejor cine de otras épocas

Las tres películas más hermosas que he visto en los últimos tiempos no las han engendrado los grandes estudios de Hollywood (bastante trabajo tienen esos robots con parir sin tregua cine de superhéroes, sagas galácticas y otros ruidosos juguetitos), ni el cine independiente, ni la autoría pretenciosa destinada a la exigua parroquia fija, sino una plataforma audiovisual. Es Netflix, ese supermercado de dudosa calidad en tantos de sus productos, pero que saca pecho una vez al año y anhela prestigio embarcándose en proyectos de auténtico lujo, como son Roma, El irlandés y ahora la fascinante Mank, que ha creado David Fincher.

Conviene saborearla durante su breve estreno en las salas de cine, su espacio natural, pero bienvenida sea a los hogares cinéfilos. Lo que no tengo claro es que vaya a arrasar en la audiencia. Su color es el blanco y negro, destila inteligencia en cada plano y en cada diálogo, habla de un cine que se realizó en Hollywood hace 80 años, es densa y pausada. No son valores especialmente apreciados por las modas actuales. Ojalá que me equivoque y exista un público cuantioso que la disfrute.

La dirige David Fincher, uno de los grandes creadores en activo. Autor de películas que me gustan mucho. Como Seven, El curioso caso de Benjamin Button, Zodiac, La red social y Perdida. Es muy meritorio que haya convencido a los productores para que le financien algo tanto a contracorriente, cine de otra época, con una temática, un estilo y un tono que parecían aparcados definitivamente. Adapta, amplía y retuerce un guion que escribió su difunto padre, que ponía en duda la verdadera autoría del guion de Ciudadano Kane, considerada durante tanto tiempo como la mejor película de la historia del cine, la que introdujo un lenguaje visual tan poderoso como revolucionario.

También una insólita forma de narrar. Y en la que Orson Welles se apropió de toda la gloria. Y esa acreditación de genio renacentista le acompañó durante el resto de su existencia. Jack Fincher y su hijo David apuestan por otra teoría. Convencido el primero, aportando muchos matices el segundo. Hablan del oscurecido guionista Herman Mankiewicz como el principal autor en la historia de aquel magnate periodístico, empresarial y político, obsesionado eternamente con un misterio del que solo él conocía el significado, la palabra Rosebud.

Mankiewicz se inspiró para la creación de Ciudadano Kane en William Randolph Hearst, alguien con un poder que rozaba lo absoluto y que abandonó el mundo refugiándose en una deslumbrante fortaleza llamada Xanadú, rodeado íntimamente por una soledad estremecedora y sobreviviendo en compañía de sus fantasmas.

El retrato que hace Fincher de Herman Mankiewicz, un mito entre los guionistas, tan imaginativo como cáustico, borracho impenitente, lúcido y cínico, mosca cojonera empeñada en desafiar a los jefes desmontando sus mentiras y sus manipulaciones, incluidas las políticas, colaborador del ególatra con causa Welles, hermano mayor de Joseph Mankiewicz, que también sale un poco malparado en esta crónica, destila un talento y una complejidad admirables. Describe su relación con la gente que le cuidaba, con el siniestro dueño del estudio Louis B. Mayer, con Hearst y su amante Marion Davies, con su sufrida y leal esposa, en lucha permanente consigo mismo y con el mundo, está descrita con imágenes, conversaciones y situaciones memorables.

Permanezco hipnotizado durante todo el metraje, que no es precisamente corto y hay un par de momentos que me parecen antológicos. Uno es la película de terror que va improvisando ante la demanda de sus jefes, los que constituyen la flor y nata de los guionistas de la Metro, cómplices geniales al hacerles creer a los amos que lo que se están inventando responde a un trabajo que ya habían hecho. Otro es la larga conversación nocturna paseando por el jardín entre Mankiewicz y la tan lista como sincera Marion Davies.

No hay ningún desfallecimiento en esta historia tan arriesgada de contar. El tono visual que ha creado Fincher te recuerda al de Ciudadano Kane. Las interpretaciones de protagonistas y secundarios son perfectas, pero la de Gary Oldman está más allá del elogio. Durante mucho tiempo Oldman me pareció un actor con tendencia al pasote, dotado pero artificioso. Hasta que dio vida con sobriedad magistral a George Smiley en El topo. Aquí logra que te enamores, comprendas y compadezcas al problemático, brillante y muy humano Herman Mankiewicz. Es mi película favorita en este año sombrío.