Opinión Bolivia

  • Diario Digital | martes, 23 de abril de 2024
  • Actualizado 13:20

Cochabamba y la alquimia cementera

Lo que está pasando con el Museo Alcide d’Orbigny no es solamente una disputa por un edificio. De hecho, minimizar el problema a ese asunto no hace más que ejemplificar la triste historia de nuestra ciudad al volver invisibles elementos como la cultura, la ciencia y el arte. Una mirada crítica a la decisión del Gobierno municipal de Cercado de convertir los predios que actualmente ocupa esta institución para la construcción de un nuevo Palacio Municipal de Convenciones  
Fachada del Museo de Historia Natural Alcide d’Orbigny y entrada principal. NOÉ PORTUGAL
Fachada del Museo de Historia Natural Alcide d’Orbigny y entrada principal. NOÉ PORTUGAL
Cochabamba y la alquimia cementera

Lo que está pasando con el Museo Alcide d’Orbigny no es solamente una disputa por un edificio. De hecho, minimizar el problema a ese asunto no hace más que ejemplificar la triste historia de nuestra ciudad al volver invisibles elementos como la cultura, la ciencia y el arte. Algo que lleva décadas en el imaginario de nuestra ciudad y que ninguna autoridad toca por los beneficios que le implica.

Desde hace años, la ciudad de Cochabamba, a la cabeza de su Alcaldía, se ha expandido sin control, sin una planificación urbana y con una capacidad mágica de transformar todo lo que toca en cemento. Es este último poder de transformación alquímica de vida y cultura a cemento el que el propio Midas envidiaría, pues no tiene el problema de hacer algo de aparición tan sospechosa como el oro, pero sí igual de redituable.

En relación al tema del museo, hemos sido testigos de un fenómeno cada vez más común (especialmente cuando se cuestiona a alguna instancia de gobierno): la aparición de cuentas en redes sociales (muchas que por su inactividad usual o reciente creación parecieran falsas) que manejan un mismo discurso. En esta ocasión, la mención es que supuestamente existe un “abandono actual” del museo y se tiene la necesidad de moverlo para que tenga un “mejor espacio” que le resulte “más acorde a sus funciones”. Muchas de estas publicaciones, usando fotografías de los propios proyectos del museo, apelando a paletas de colores y la imagen de páginas reconocidas para “validar” su “información” (obviamente que si uno busca las fuentes originales dichas publicaciones no existen). 

Pensemos por un instante ese hipotético traslado: El museo se mueve y se construye el tan promocionado “Palacio de Convenciones”. ¿De verdad alguien cree que una Alcaldía que propone la construcción de un bloque de cemento en un terreno con alta biodiversidad va a velar por que se impulse el trabajo científico/cultural de un museo? ¿Es factible creer que una Alcaldía, que en veintiocho años (desde la expropiación del terreno en 1994), no hizo más que desentenderse del trabajo y la situación de esta institución hará algo para apoyarla a partir de ahora? (Es prudente recordar que el actual alcalde también lo fue durante varios de esos años). Claro que no, eso no interesa, no “entra por los ojos”. No es tan significativo como para llevar jarrito para romper en su estreno y salir en la televisión (y ahora en Internet). Lastimosamente, dedicarse a este tipo de cosas (ciencia, cultura, arte, medio ambiente) es algo que incomoda a las autoridades de turno, sin importar su color o bandera.

Si hay algo que le sobra a Cochabamba son los monumentos a las malas gestiones gubernamentales. Mamotretos de cemento y de otros materiales inertes (mención adecuada, aunque moleste a los trabajadores y ex trabajadores de la alcaldía como hicieron notar reiteradamente en una transmisión en Twitter hace un par de días) están regados por toda la ciudad. Un puente caído, edificios a medio construir, hospitales a medio caer, calles parchadas a semanas de su entrega, un río lleno de basura y una laguna que agoniza conforman parte de nuestro problemático paisaje urbano. Problemas que, al parecer, son muchísimo menos importantes que el traslado de un museo para jugar a un nuevo ejercicio de alquimia cementara en un área con mucha biodiversidad.

Hace unos años la Alcaldía vino a “refaccionar” la plazuela de nuestro barrio. En aquella ocasión, nos mostraron unos planos “ya aprobados” e “inmodificables” de la nueva plazuela. ¿Qué proponían? Quitar todos los árboles para sustituirlos por cemento y colocar unos juegos para niños que solamente podían ser puestos si los vecinos aceptaban el plano, porque si no era así se debían llevar a otro lugar que “sí los estaba pidiendo”. Algunos vecinos quedaron “maravillados” por el “desarrollo” de tener una “plazuela bonita”, pero por suerte pudimos más los que nos opusimos a quitar todos los árboles y jardines. Ahora, la plazuela tiene plantas y juegos infantiles (al final nunca existió el otro lugar donde los querían).

En mayor o menor escala, esa lógica de construcción se repite una y otra vez ante la carencia de memoria. Irónicamente, un museo es un ejercicio de la memoria colectiva, un diálogo con el pasado, la comprensión del presente y la planificación del futuro. Y quienes ignoran su historia están destinado a perderse en los discursos de quienes le van a pintar un mundo de colores, pero le entregan únicamente cemento a costa de su patrimonio. Y por eso, la lógica de cementar todo y llamarle “progreso” es algo que se encuentra en nuestra memoria vecinal. Nos educaron haciéndonos creer que es el único camino. Nos dijeron que los elefantes blancos muchas veces presentados como “obras estrella” son el camino a una mejor ciudad y al “desarrollo”. Pero la verdad es que la sincronía de ciudadanos que se oponen a imposiciones de cemento, que coadyuvan para impulsar la cultura, el arte y la ciencia es una mejor muestra de ese deseado desarrollo y progreso como sociedad. 

Docente, fotógrafo y realizador audiovisual – Instagram: @TheDiaphragmProject