Opinión Bolivia

  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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Sin chicha no hay Cochabamba (I). Sobre el servirse una misk’i cosita

Sin chincha no hay Cochabamba (I). Sobre el servirse una misk’i cosita.
Sin chincha no hay Cochabamba (I). Sobre el servirse una misk’i cosita.
Sin chicha no hay Cochabamba (I). Sobre el servirse una misk’i cosita

¿Cómo nos es aún posible ser cochabambinos? Pregunta necesaria, pero que no resuena entre tanto alboroto y tropezones de una ciudad rápida, mecanizada y “moderna”. Para comprender la magnitud de la cuestión es suficiente recordar: ¡ya no hay quchas en Quchapampa! Como dice de su temporada seca el Juanito, el de la Rosa, nosotros decimos hoy que el sol sediento del progreso se ha bebido los remansos que alguna vez sostuvieron la campiña cochabambina, fuente de vida abundante, de tantas expresiones y poemas como la que cantó Saturnino Olañeta casi cien años atrás sobre cómo:

Tunárij chakinpi puñun Nuestra ciudad, Cochabamba.

Qhochapanpa llajtanchajqa; Se aduerme al pie del Tunari.

T’ikamanta junt’arisqa Toda colmada de flores,

Llajtanchajmari sumajqa Cuán bella es nuestra ciudad.

[…]

Sh’ullala yakukunaqa Caudal de perlas, las aguas

T’ika chaupipi q’enqosqan van ondulando entre flores.

Sh’ika súmaj sach’akuna Los árboles generosos.

Moq’ey moq’eyta poqosqan Muestran frutos tentadores.

O como la que cantó Héctor Cossio Salinas cincuenta años atrás de aquel reposo que es, en el “Valle tuyo, lo mismo que del tiempo, /porque no tiene edad la pureza del lirio. [...] /porque el sauce hace calle a tu riachuelo.” Todo esto pasó a la memoria. Pero no es olvido, sino fuente. Es casi un presagio y una orden la que Olañeta nos dice él alejado en Potosí, nosotros alejados de Cochabamba:

Llatjanchejta yakukusqan, En este lugar distante

Kunan karumanta pacha, Nuestra ciudad recordemos.

Sunqonchijta kausarichin Es dulce y caro el recuerdo

Chay yuyáriy, misk’ej, k’acha. Y al corazón aviva

Mayk’ajllachus kutipusun ¿Cómo podremos volver

Munasqa llajtanchijmanqa? A nuestra amada ciudad?

¿Qué queda desde donde andar el origen de nuestra Cochabamba? ¿Cómo podremos volver a nuestra amada ciudad?

Andando por la zona urbana Oeste de la ciudad, bien pasado el río, la sensación de un sol engrandecido por el cemento se apacigua a la vista de unos molles. Vigilan ciertas vacas pastando bajo los columpios y los resbalines de un parque aledaño. Están junto a un muro y un pequeño campanario de barro secado al sol. Entrando a un patio cual plaza de pueblito, con su pequeña capilla y sus jardines, bajo su pequeño quiosco circular de teja se hace presente una tutuma de chicha kulli; aquí en esta aqha wasi del cochabambino Marcelino Antezana Salvatierra, donde reposan muchas Misk’i Cositas. Es una chicha adulta, al fin de sus cinco semanas de vida. La kulli es de fiesta, pero hoy los aires están calmos. Rodeados de las más dispares cosas que sin esfuerzo se conjugan, la ch’allamos agradeciendo. Un tanto a la tierra, otro tanto para el Misk’icho, su gran dios de brazos abiertos. Su equeco condensa cuanto hay de abundante entre el verdor que nos rodea y el néctar valluno que fluye por allí. Nos servimos un k’aq. 

Al lado de la wayllunk’a del patio, donde entre noviembre y febrero vivos y muertos festejan columpiando entre la vida y la muerte cargados de tutumas de chicha kulli, pregunto al Marcelino si acaso es una exageración decir: sin chicha no hay Cochabamba. Y resulta que sin la chicha no es posible pensar la Cochabamba de tradiciones características ni tampoco el desaparecimiento de esa Cochabamba bajo el rodillo del progreso que de ella se sirvió.

A tal punto son importantes para la urbanización de la ciudad la chicha y el muk’u —maíz ensalivado en la boca para la fermentación—, que en diversos momentos del siglo XX su tributación llegó a ser más del 70% de las recaudaciones de la ciudad. En la primera mitad del siglo, sin ellas no habría sido posible la pavimentación del centro de la ciudad, la construcción del estadio y del sistema de alcantarillado y agua, la modernización de la UMSS, la canalización del río Rocha, entre otras obras. Tan entrañada estaba la chicha en la vida cochabambina que un informe prefectural de 1920 cuenta hasta 1,053 chicherías en Cercado y sus aledaños, tiempos en que la población oscilaba los 40,000 habitantes. Para 1949, aún se contaban 854. Pero tal es la pretensión de aparentar ser modernos que desde fines del siglo XIX se contrapone la chicha a unos estándares civilizados que en la realidad no llegan a ser más que caricaturas. Con ingratitud, progresivamente la ciudad relega la chichería prácticamente hasta su extinción; institución antes respetada, querida e imprescindible. Pues me dice el Marcelino que en la ciudad de «Cochabamba no hay desde hace 20 a 30 años una sola licencia de funcionamiento para una chichería. No hay, no existe.» Y las pocas que quedan por el centro, como la UTCH o la Oficina, están en camino a desaparecer una vez partan sus licencias junto a sus titulares. Sin campos arbolados, frutados y floridos, sin lagunas, sin río, sin paseos, ¡sin chicherías en esta ciudad! ¿ya cuál es su espíritu?

No mucho tiempo atrás, la chicha se hacía presente en el centro urbano. El Marcelino me cuenta cómo, por ejemplo, aquel icónico pasaje de la Colombia y Ecuador llamado también “San Rafael” para guardarlo de aquel otro nombre que ahuyentaba a viejas beatas y niños, “Pasaje del Diablo”, no era sino la zona roja de la ciudad donde junto a la chicha, gracias al auge minero, los cochabambinos de alta clase gozaban espectáculos entre chicherías y burdeles, al son de pianolas, cancán, vedettes, bandas; de Argentina, Chile, Paraguay y otros lugares. También me cuenta cómo en el paraíso de Cala Cala, en la chichería de su abuelo mismo, el Bar Social, a los jailones que llegaban en auto propio o en tranvía se servía chicha en botellas de cerveza lavadas junto a platos exquisitos de conejo y pato, al son de orquestas y bandas. Una quinta para la élite, una élite criolla.

Pero la chicha es de todos. Y así, también me cuenta el Marcelino de las chicherías más populares, donde la tutuma y la jarra de cerámica predominan junto al chicharrón bajo una llanthucha o un arbolito que dan sombra. Es la chichería Cuchihocico, la Chichiservilleta o la de doña Donata y tantas otras más que cabe recordar. También están las chicherías familiares, como la de su abuela, la Sacabeña, a dos cuadras de la plaza Colón. Y las de campiña donde mientras sus padres se servían el néctar valluno, él descubría el mundo y las amistades entre vacas y arroyos, bajo canchones de celeste abierto y verdes frondosos. En las cuales también cabe imaginar que en el ’72 Bonny Alberto Terán habría cantado que “a orillas del río Rocha, mi amor, /Yo te lo entregué mi fiel corazón. /La preciosura de una flor natural /Nunca podrá ser como tu corazón. /Chichita amarilla /de mi nación /Tengo que tomar /Por ti mi negrita”.

Estudiante de Filosofía y Letras - [email protected]