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  • Diario Digital | jueves, 18 de abril de 2024
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Carta a TD. Nahui Olin

“Ella era el arte por sí misma, escribió, pintó, fue activista de la cultura, y rozó los primeros gestos de la liberación femenina”
María del Carmen Mondragón Valseca, también conocida como Nahui Olin.      ARCHIVO
María del Carmen Mondragón Valseca, también conocida como Nahui Olin. ARCHIVO
Carta a TD. Nahui Olin

Ella se deshizo de su nombre, pasó de ser Carmen Mondragón, a llamarse Nahui Olin. El nuevo nombre se lo había dado el Doctor Atl, pintor y vulcanólogo mexicano, José Gerardo Murillo Conrado, también había tomado del náhuatl su nombre, Atl significa agua. Carmen Mondragón toma el nombre dado, que en realidad debería ser Nahui Ollin, y le quita una “l” para hacerlo suyo, se apodera entonces de aquello que significa: perpetuo movimiento, o quinto sol. Que en su concepto refiere a los cuatro soles, en relación a las cuatro estaciones.

A su regreso de París, cuando París era una fiesta, retorna a su país y a esa ciudad de México post-revolucionaria en plena efervescencia cultural, para pronto integrarse a los círculos de intelectuales y artistas, orbitando así las figuras de Diego Rivera, Frida Kahlo, José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros, Tina Modotti y al fotógrafo Edward Wetson. En Francia había conocido a Picasso y Matisse entre otros, con quienes había hechos sus primeras armas en la pintura, y se había acercado a la poesía.

 Sostuvo un tórrido romance con el Doctor Atl, o más bien un amor volcánico, que desprendía lava, que incendiaba todo aquello que estuviera cerca. Ellos hicieron una pareja extraordinaria, que al cabo de cinco años terminó por acabarse, o más bien, por incendiarse. Pero fue tan importante el Doctor Atl, que ella no dejó de llamarse Nahui Olin.

Fue musa, sí, y Diego Rivera la tuvo de modelo para alguno de sus murales y otras pinturas, sus grandes ojos verdes únicos, fueron las esmeraldas que alumbraron el arte mexicano de aquellos años veinte, del pasado siglo veinte. Wetson la retrató y sus fotografías escandalizaron, por su gloriosa desnudez,  a una sociedad todavía pudorosa.

Pero a ella no le bastaba con eso, ella era el arte por sí misma, escribió, pintó, fue activista de la cultura, y rozó los primeros gestos de la liberación femenina. Porque Nahui Olin, se sabía arte, y entendía a su cuerpo como una extensión más de todos los lienzos, de todos los murales, de toda la poesía por escribirse. Y no le bastaba esperar a que hicieran con ella, sino que ella misma se hacía. Se autorretrataba, escribía desde su propia experiencia, desde su propia humanidad, llevaba su incontenible expresión más allá de sí misma.

 Además de sus obras publicadas en vida: Óptica cerebral, poemas dinámicos (1922), Câlinement je suis dedans (1923), À dix ans sur mon pupitre (1924), Nahui Olin (1927) y Energía cósmica (1937). También de ella se han ocupado otros autores desde la novela: Juan Bonilla, Totalidad sexual del cosmos (2019); Sandra Frid, La mujer que nació tres veces (2019); Santoyo Castro, María del Carmen (2019) y Valeria Matos, Nahui Olin, La loca perfecta.

Su pintura a merecido exposiciones póstumas, aunque en vida ya era reconocida y fue parte de la escena mexicana del arte, y su personalidad ha inspirado también en el cine, donde destaca aquel largometraje Nahui, la musa olvidada dirigida por Gerardo Tort en 2017.

La erupción de un volcán en La Palmas, España me hizo buscar al Doctor Atl, quería encontrarlo y decirle algo de vos. Pensé que quizás el ruido de la Tierra podía despertarlo, tal vez sí, tal vez despertó, pero no supo otra cosa que llevarme con la lava hasta Nahui Olin. Y aquí me tienes, asombrado ante la naturaleza y su furia, entendiéndote cómo si fueras vos el volcán.

Al final el Doctor Atl me ha dado otras respuestas, sin haber dicho palabra alguna, y si es que acaso los ojos de Nahui Olin han sido celebrados en distintas oportunidades y también retratados como parte de su propia belleza, no tengo duda alguna que si hay ojos hermosos, esos son los de vos. Esos son los ojos que quiero ver siempre, esos que una noche brillaron en Cochabamba.

Desde el gesto de nombrarse, de hacerse de un nombre, esa manera de apropiarse de algo que te hace ser, en equilibrio con la otra cuestión, con que te nombren, con que te hagan con tu propio nombre. Desde ahí Nahui Olin también le habla al otro de su importancia de ser, porque si ella es, es porque quiere ser. Así como nosotros nos hacemos, y somos, en tanto nos nombramos, para así ser. Sea en náhuatl o en quechua, hay un punto de contacto aquí que no deja de maravillarme.