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  • Diario Digital | martes, 23 de abril de 2024
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‘Canción sin nombre’, desde Perú con amor y dolor

Primera parte de una entrevista exclusiva a la cineasta Melina León, directora de la película peruana más celebrada del último tiempo, que fue estrenada en Cannes, premiada en diferentes festivales y seleccionada por su país para los Oscar. Puede verse en Netflix.
Melina León (i) y Pamela Mendoza, directora y protagonista de Canción sin nombre. LIBERO.PE
Melina León (i) y Pamela Mendoza, directora y protagonista de Canción sin nombre. LIBERO.PE
‘Canción sin nombre’, desde Perú con amor y dolor

El cine peruano del último lustro debe ser el secreto mejor guardado de las plataformas de VOD. En el último tiempo, Amazon Prime Video incorporó a su grilla Wiñaypacha (Óscar Catacora, 2018), mientras que Netflix hizo lo propio con Retablo (Álvaro Delgado-Aparicio, 2017), ambos filmes muy celebrados en festivales internacionales, ambientados en la región andina peruana y, no menos importante, (casi) totalmente hablados en quechua. En las últimas semanas ha sido el turno de Canción sin nombre (2019), ópera prima de Melina León que se estrenó en la Quincena de Realizadores de Cannes, recogió premios dentro y fuera de Perú, fue seleccionada por su país para representarlo en los premios Oscar y ahora está disponible en Netflix.

Su lanzamiento en la plataforma de streaming más popular de la actualidad fue la excusa perfecta para buscar y entrevistar a Melina León (Lima, 1977), cineasta formada en Perú y Estados Unidos, quien ha vuelto a poner el nombre de su país y de una mujer bajos los reflectores del cine mundial, tal como lo hiciera hace algunos años Claudia Llosa con La teta asustada (2009). Como el filme protagonizado por Magaly Solier, Canción sin nombre es una obra que, además de estar dirigida por una mujer, tiene a otra como su personaje principal, se ambienta en la periferia de una urbe y se habla en español y quechua. Pero, a diferencia de La teta asustada, la cinta de León bebe de un filón histórico: vuelve a finales de los 80 para contar el drama de Georgina Condori (Pamela Mendoza), una joven madre de origen andino a la que le roban su bebé recién nacido y que, en su búsqueda por recuperar a su primogénito, solo encuentra la ayuda de Pedro Campos (Tommy Párraga), un periodista que descubre tras el caso de Georgina una red de tráfico de niños peruanos hacia el exterior.

El guion se basa en hechos reales, que fueron reportados en su tiempo por el padre periodista de León, pero el relato deviene ficción para confeccionar un retrato de época del Perú gobernado por un errático Alan García, acogotado por una crisis económica sin precedentes y atemorizado por las acciones violentas de grupos guerrilleros. Ese clima de terror sociopolítico encuentra un contrapunto de luminosidad en el registro de la música y las tradiciones andinas de Georgina y los suyos, que, merced a la fotografía en blanco y negro de Inti Briones, adquieren una belleza plástica incontestable.

En la primera parte de esta entrevista originalmente difundida en video en el programa Los 400 Segundos, León abunda en los orígenes personales y públicos de Canción sin nombre, se lamenta por la vigencia de las peores taras de los 80 en el Perú de hoy y revela los lazos que unen a su filme con la obra del escritor y antropólogo peruano José María Arguedas. 

-¿Podrías contarnos cuál es el origen de la historia que cuenta Canción sin nombre, que, en otras entrevistas, has asociado a la experiencia como periodista de tu papá en el Perú de los 80?

En efecto, mi papá trabajó en el diario La República, que se fundó en 1981. Él estuvo entre los periodistas fundadores y el caso del tráfico de niños y bebés hacia el exterior, Europa básicamente, fue denunciado por ellos en su primera portada. Yo había escuchado ya de esta historia y, por supuesto, a mi padre lo había conmovido porque había conocido a varias de las madres que sufrieron el robo de sus hijos. Fue la segunda vez que escuché sobre el caso cuando pensé que me gustaría hacer una película sobre ello. Estaba terminando de estudiar cine, viviendo lejos del Perú, en Nueva York, y mi padre recibió la llamada de una chica francesa que fue uno de los bebés robados. Se puso en contacto con él para intentar conocer lo que fue su primera infancia y volver (a Perú). Eso fue una emoción muy grande: saber que hay conexiones que no se pierden. Siempre digo que es un juego doble: la historia que me emociona, pero también esta mujer que regresa a Perú a conocer su historia. Y de alguna manera sentí que tenía que hacer el mismo movimiento: regresar a Perú para conocer mi historia, contar mi historia, hablar por primera vez desde un lugar que yo conozco muy bien.

-Canción sin nombre cuenta una historia muy personal, que te llegó por tu padre, pero que a la vez aborda un tema muy público, para Perú y otros países de la región, como es la desaparición violenta de personas. ¿Cómo conseguiste este equilibrio entre lo público y lo privado?

Uno parte de esa búsqueda, sabe que el tono desde el que puede hablar. Las películas que más me conmueven, acompañan y me gustan, son películas que consiguen hablar desde el interior de los artistas que están detrás de ellas, películas muy íntimas, que parecen memorias, parecen sueños. Por tanto son muy expresionistas en alguna manera. Además, eso es lo que yo siento que puedo hacer. No sé si pueda hacer de mi vida algo más político o seguir al milímetro la Historia. Por eso la película es una ficción, se inspira en una historia real, pero se convierte en una ficción. Tampoco puedo hacer una película que solo sea una memoria mía y de nadie más, porque creo que somos producto de nuestro tiempo, que las cosas que nos suceden les suceden a mucha gente. En ese encuentro de voces, la personal y la que nos influencia, que es también parte de la nuestra, nace la película. Es como reconocer la historia propia, pero también reconocer la historia del otro.

-La película se ambienta en el Perú de los 80, signado por una crisis hiperinflacionaria, el primer gobierno de Alan García y las operaciones de grupos irregulares como Sendero Luminoso o el Movimiento Revolucionario Tupac Amaru (MRTA). ¿En qué medida la memoria de ese momento, de esos hechos y de esos actores estaba presente en la agenda pública peruana al momento en que estrenaste Canción sin nombre?

El debate sobre los 80 no ha sido muy fuerte todavía, porque los 80 los estamos viviendo otra vez, de alguna manera. De hecho habíamos pensado una pequeña campaña creativa para promocionar la película e íbamos a hablar mucho de los 80: estábamos entrevistando a señoras que habían vivido en esa época, pero luego vino la pandemia para decirnos en la cara que no habíamos cambiado, no ha cambiado el país. Por eso, en Perú la película casi nadie la habla en términos de los años 80. La gente está hablando de ella asociándola al Perú de hoy, al Perú de hoy que no tiene oxígeno, al Perú de hoy que cambia de presidente cada tres meses, al Perú de hoy que tiene un congreso impresentable y un ejecutivo también impresentable (risas). Todo un Estado corrupto. De alguna manera hay algunos que recuerdan la gran debacle del gobierno de Alan García que significó un gran desprestigio para la izquierda, una carga de la cual la izquierda no tuvo más culpa que llevarlo al poder, pero nadie sabía que Alan García se iba a convertir en el personaje absolutamente descabellado y enfermo que fue. Entre otras taras seguimos arrastrando ese desprestigio de la izquierda, y no solo por Alan García, sino también por Sendero Luminoso y el MRTA. Eso ha quedado muy grabado. Por eso, escuchas hasta ahora que a la mínima propuesta social, la derecha aprovecha para ponerle una etiqueta. ‘Terruco’, terrorista, le dicen rápidamente a la mínima expresión que reclame por algún tipo de demanda social. Toda esa época sigue viva, la arrastramos hasta ahora. Luego de García vino Fujimori, del que no nos liberamos hasta la fecha. Tal es la debacle de esos años que, hoy por hoy, tienes a Keiko Fujimori, la hija de Alberto, tratando de obtener la presidencia una vez más, y esta vez, ya descaradamente, saliendo en los comerciales a lado de su padre, porque ha pasado tiempo. No se atrevía a hacerlo en las elecciones pasadas, pero ahora sí: está en las publicidades con su padre, como una figura reivindicada, como si en algún momento se hubiera reivindicado no sé por qué. Es un tipo que está preso por crímenes de lesa humanidad y lo tienen ahora mismo en la publicidad como una especie de héroe. Fujimori fue la respuesta a esos años 80, una respuesta quizá más macabra a lo que tuvimos en esos años.

-Hay otro fenómeno muy presente en Canción sin nombre: la migración de la gente del campo a la ciudad. El personaje de Georgina, interpretado por Pamela Mendoza, es una migrante. Una de las cosas que se trata en la película es la tradición, lo que sostiene a estas poblaciones marginalizadas. En la película, la tradición está en el baile de las tijeras y en las canciones recurrentes a las que hace referencia el título. Eso recuerda al padre de los andinos, José María Arguedas. ¿Hay una intención expresa por homenajear a Arguedas o por homenajear a esa cultura que Arguedas se encargó de estudiar, pensar y amar tanto? 

La intención es homenajear a la cultura andina de la que somos parte y que ha estado tan oculta, que la conocemos tan de refilón los capitalinos, pero que está viva, gracias a Arguedas y gracias a la gente que la mantiene viva. Ha sido una forma de homenajear a nuestros ancestros y decir ‘somos nosotros, no son ellos, somos nosotros, aquí estamos’. También hay algo de recuerdo. Arguedas fue un escritor maravilloso que influenció muchísimo a todo el Perú, por supuesto, y en particular al director de fotografía de Canción sin nombre, Inti Briones. Su mamá (Sybila Arredondo) fue esposa de Arguedas, entonces hay una conexión muy directa, muy cercana. Hay una anécdota muy simpática: cuando filmamos la danza de las tijeras, que está influenciada por Arguedas, pues, de hecho, está en “La agonía de Rasu-Ñiti” (cuento célebre de Arguedas que tiene por protagonista a un danzante de tijeras), estábamos buscando el tiro de cámara y lo encontramos solo cuando la bajamos. Y no sabíamos por qué funcionaba así y no de otra manera, pero luego nos dimos cuenta de que era la mirada de un niño, la mirada de un niño que estaba mirando desde abajo, que es el recuerdo de nosotros, muy fuerte. Porque, de hecho, Inti se fue de Perú, yo también, pero nos pegada muy fuerte esa mirada de chicos acercándonos a esa cultura. No termina de ser de nosotros, pero, bueno, siempre se empieza por alguna parte. En mi caso empiezo por la belleza, por eso tenían que estar esas imágenes, esa admiración, el placer estético. Cuando baila, Leo (el personaje que interpreta Lucio A. Rojas) parece un príncipe, es mágico, con la música. Tenía que ponerlo. Todo ese inmenso placer es mi entrada hacia el mundo del Ande y que creo que tenía que estar presente para poder decir: ‘Nosotros tenemos esta cultura, de alguna manera somos esto y nos pasan estas otras cosas, nos pasa esta marginalización, nos gobiernan estas gentes’. Por eso está, tenía que contarse no directamente, sino relatarse de dónde vienen, quiénes son.