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Caminos que conducen a Los claveles de Tolstoi (I)

Primera parte de un ensayo en el que el autor hace una revisión al trayecto literario del escritor paceño Guillermo Ruiz Plaza, ganador del Premio Nacional de Novela 2018
Portada de ‘Los claveles de Tolstoi’, la más reciente obra del escritor Guillermo Ruiz Plaza (derecha).        ELABORACIÓN PROPIA
Portada de ‘Los claveles de Tolstoi’, la más reciente obra del escritor Guillermo Ruiz Plaza (derecha). ELABORACIÓN PROPIA
Caminos que conducen a Los claveles de Tolstoi (I)

Desde la publicación de Días detenidos (Editorial 3600, 2019), novela que encarna la decisión de Guillermo Ruiz Plaza de ampliar su repertorio literario, pensé en la posibilidad de escribir un artículo académico sobre su trayectoria como escritor. Dicho artículo está en curso, de manera que el siguiente ensayo podría servir como introducción. 

En Días detenidos, como decía, resultan importantes los cambios en el estilo y en el proyecto de Guillermo Ruiz Plaza, pero al mismo tiempo esta obra deja traslucir continuidades que revelan la existencia de una poética subyacente, la cual atraviesa la poesía, los cuentos y la novela que el autor ha publicado hasta ahora (sin duda, será una tarea futura ver cómo esta poética se ajusta a los nuevos libros que vaya escribiendo). El desafío era ese, entonces, vincular sus libros y dar cuenta del desarrollo de esta trayectoria que tengo la suerte de acompañar hasta hoy.

Comencé reflexionando, pues, sobre la concepción de lo que Guillermo Ruiz Plaza hacía en sus primeros libros. El recorrido comienza con Prosas sacras (Plural, 2009). Este poemario se presentaba como una provocación y una reivindicación de un género poco frecuentado entre escritores nacionales: el poema en prosa. Los cuadros que presenta el libro poseen un interés crucial, pues en algunos casos despliegan preocupaciones que, hasta el día de hoy, perviven en el autor. Son estas obsesiones las que trataremos de destacar en el artículo proyectado y que ahora resumimos a modo de plantear un criterio de lectura que desafíe e invite a los lectores de Los claveles de Tolstoi, recientemente publicado por la editorial 3600, a confirmar o a refutar esta propuesta.

Una de las imágenes que predomina en Prosas sacras es la del poeta como un ser al mismo tiempo divino y maldito. Así, Hefesto es el personaje cuya imagen descuella y se ajusta bien a lo que el poeta quiere reflejar: un dios que se dedica a la forja material de objetos que luego serán usados en la cotidianidad o la guerra. Hefesto es el dios expulsado, cuya condición debe ser siempre la de una marginalización. Notemos que la misma noción podría atribuirse a la poesía, pero también a la literatura en general en estos tiempos utilitarios y materialistas.

Ya en la construcción de ese universo metafórico o analógico entre las labores de la escritura y la ficción o el mito, encontramos algunas preocupaciones que se han vuelto constantes en la escritura de Guillermo Ruiz Plaza. Así, por ejemplo, la ambivalencia frente a los padres, es decir, los sentimientos contradictorios y encontrados frente a quienes ejercieron de modelos de vida y que al mismo tiempo son fuentes de presiones y obligaciones angustiosas. Hefesto es el hijo expulsado que debe ponerse a prueba para satisfacer la mirada siempre exigente  y evaluadora de su padre. O la desafía o se ajusta a ella buscando exceder sus expectativas, poco importa, de todas formas está sujeto a ella y determinado por ella en su actuar.

Otra figura que surge en esta imagen del poeta como Hefesto es la de la obligación de su tarea. El dios metalúrgico, como el poeta, está obligado a continuar con sus labores, pase lo que pase. La orfebrería con el lenguaje pasa de ser una opción libre a una obligación insoslayable, a una condición de posibilidad de la realidad misma del individuo: sin estas imágenes, metáforas, analogías, labores, la vida misma del poeta-forjador no tendría sentido. Ingresamos así a la transición que creo notar entre Prosas sacras y El fuego y la fábula (Gente común, 2010). Este libro de cuentos se abre con la visión del mismo dios, Hefesto, inmerso en sus labores de forja en un fuego que, esta vez, representa la ficción en tanto que juego interminable de narraciones que componen la totalidad de la realidad. La obligación de forja, la inmersión en la tarea de crear con el lenguaje, ya no es solamente una maldición que atañe a un dios expulsado, sino que se vuelve la condición universal misma de toda humanidad, de la cultura y de nuestra vida.

Podríamos hacer una breve digresión sobre la importancia que tuvo y tiene esta visión del trabajo del escritor de ficciones: desde las redes sociales que proponen infinidad de vías narrativas para comprender nuestra actualidad  (y que incluyen versiones de lo más fantásticas e irreales) hasta todas las formas de entretenimiento de las que disponemos hoy (servicios de streaming, películas y series). Todas estas formas son pruebas de que lo que proponía Guillermo Ruiz Plaza en la dicotomía de El fuego y la fábula está y ha estado siempre vigente. El desorden radical del fuego ardiente y su capacidad de disolución, el caos interminable de las cosas del mundo que surgen sin sentido y sin dirección son ordenados, organizados, articulados por las fábulas que no dejamos de contarnos y que tejen las relaciones sociales que establecemos. Desde los relatos familiares acechados por las figuras atemorizantes de Edipo, Medea, Orestes, Electra, Cronos, Zeus, que recuerdan cómo las relaciones familiares pueden concluir en violencias asesinas, hasta las envidias y rivalidades de los padres y madres sustitutivos que encontramos en el mundo, todas nuestras relaciones sociales están inmersas en historias, relatos, cuentos, fábulas que construimos para ordenar el caos interminable de nuestros encuentros fortuitos.

Doctor en literatura por la Universidad de Pittsburgh