Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 25 de abril de 2024
  • Actualizado 00:06

Arquitecturas familiares

Crítica de la película surcoreana Parasite (Parasite, Bong Joon-ho), que acaba de hacer historia al llevarse el Oscar a mejor película, además otras tres estatuilla. El filme se estrenó el jueves en salas locales, donde sigue en exhibición.
Arquitecturas familiares

A Adelaide Wilson y Ki-Taek Kim los une una historia familiar de punzante sobrevivencia que ronda el terror. El final será pavoroso, inevitablemente. Estos dos personajes crecieron en la carencia y de ella una o dos cosas se aprende. Para salir de sus casas tenían que ensayar hasta el cansancio una metamorfosis de cucaracha agachada acostumbrada a la oscuridad húmeda del sótano a seres humanos semiaplastados por la carga de la sospecha, de la suciedad y el olor a pobre. Crecieron así, emergiendo del subsuelo a la calle, de la semioscuridad a la luz, de los barrios bajos a la ciudad y a los suburbios. Se criaron subiendo las gradas desde sus casas enterradas en pobreza y mugre al exterior. Subieron gradas, muchas y tantas veces, que en ese ascender rectilíneo, anguloso y escalonado se hicieron conscientes de algo muy importante y que Julio Cortázar instruye en un breve cuento y es que “las escaleras se suben de frente (y hacia adelante), pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas”. Aclara además un detalle importante: "al subir las escaleras la actitud natural consiste en mantenerse de pie”. Las familias de Adelaide y Ki-Taek crecieron para formar familias idénticas, mamá, papá, una hija y un hijo. Las familias Wilson y Kim son de “los de abajo”, son los que se educaron en el arte de subir, está en ellos el doméstico impulso de ir hacia adelante y permanecer de pie a toda costa.    

Los Wilson son la familia modelo de la que viste enterizos rojos en la película norteamericana Nosotros (2019), de Jordan Peele, y los Kim son los protagonistas de la película surcoreana Parásitos (2019), del afamado director Bong Joon-ho. Ambas películas se detienen en la vida de estas familias de la misma manera formal, el espejo. En la película de Peele, la familia Wilson es rica y es la copia y reflejo de la pobre y monstruosa que vive en el subsuelo. Incluso se ven iguales, pero los reflejos no dominan el lenguaje ni el cuerpo, no tienen posesiones, ni libertad.  En la película de Joon-ho, la familia Kim sale de su sótano donde viven hacinados los cuatro miembros para trabajar como la servidumbre de la adinerada familia Park que vive en una idílica casa de diseñador en un suburbio luminoso y amplio de la ciudad. Y logran hacerlo porque dominan sus cuerpos, son expertos en artimañas, entrenados en diversos lenguajes (digital, pictórico, literal), inteligentes. Y lo hacen con mejores resultados que los Wilson, porque se mantienen juntos como clan y empujan todos a la vez y, sobre todo, son libres de hacerlo cuando quieren. Están entrenados, han tenido más tiempo de subir gradas y los impulsa ese gesto de ir siempre hacia adelante, al frente y permanecer de pie. 

Ese músculo entrenado en subir las escaleras es el que le ha valido al cineasta Bong Joo Ho, y no al exultante Jordan Peele, no uno, sino cuatro premios Oscar: a mejor director, mejor película, mejor guion original y mejor película internacional. Y aunque parezca grosero decir que es mejor película que Dolor y Gloria (2019), del españolísimo Pedro Almodóvar, tres de esos premios responden a un penetrante ejercicio cinematográfico del director coreano que se ha caracterizado por el talento y la mirada descarnada, pero también por su comprensión de las metáforas. 

Una piedra “mágica”, unos celulares en alto buscando señal de wi fi, las escaleras que conectan en la casa de los Park y separan en los barriales donde viven los Kim, un título de universidad falsificado, un set de flechas, tipi y tocados de plumas de nativos norteamericanos a modo de juguetes “ordenadas desde Estados Unidos”, la lluvia que limpia el cielo y la lluvia que ensucia los sótanos de los que viven bajo las gradas, el gesto de respingo ante la presencia de olor a pobre, las tutorías de inglés como second language, las tutorías de arte para un niño como terapia, todas metáforas. Hablan de la sociedad híper consumista y capitalista en la que le ha tocado vivir al director y a nosotros, sus encandilados espectadores. La educación no como conocimiento, sino como manera de ascender o trepar según se use; el gasto como manera de rellenar una mente y cuerpo hueco; la vivienda como símbolo de trinchera; la religión como magia que no como mística; el desastre medioambiental como la furia imparable de una naturaleza que se defiende como puede y como sabe; las redes sociales como espejo de la fractura de las relaciones sociales; Estados Unidos como el lugar de conquista, victoria y “éxito”. 

Todas estas son metáforas en las que se basa la película, sin tibiezas, ni sutilezas. Ir de “frente” es el estilo de Bong Joon-ho, con humor, con drama, con terror, con todo a la vez, pero de frente como se debe hacer al subir las gradas, según Cortázar.

En la escena inicial, Min, el rico amigo universitario del hijo de la familia Kim, Ki-Woo, les trae de regalo una roca: “Mi abuelo ha coleccionado rocas de erudito desde sus días de cadete. Ahora, el anexo, el estudio, cada habitación de la casa está llena de estas cosas. Pero dice que esta roca trae riqueza material a las familias”. A lo que Ki- Woo responde, alzándola a lo alto y mirándola detenidamente y muy de cerca, “esto es tan metafórico. Por supuesto es un regalo muy oportuno”. Oportuno sí porque lo que viene es la historia, la película, el trabajo en una maravillosa casa, la subida por las escaleras, el camino hacia arriba, los megas de memoria, el breve momento del gran ascenso. Y todos ya sabemos lo que eso significa, todo lo que sube, baja.   

La obviedad con que las metáforas son presentadas en la película en cada detalle de la fotografía y del diseño de arte, sobre todo, llega a su punto cúspide cuando el director decide llamar a su obra Parásitos, entonces todos se vuelven parásitos de alguien o de algo. La familia Park, dependiente del trabajo y mano de obra barata de los Kim y los Kim, de la riqueza de los Park, pero también están los otros empleados que viven desde hace años en la casa, el ama de llaves y su esposo, un ente oculto y oscuro en el enorme sótano de la casa, muy parecido a los de enterizo rojo en Nosotros. Una especie de monstruo parásito de la casa. 

Así, la misma película se convierte en una metáfora, en un mineral valioso, una roca mágica, una conexión perfecta, un espejo echo de ecran y, como los Kim, empieza a brillar. Sube por las gradas de los escenarios del cine más resplandecientes. La frontalidad y soltura del director que nos desafía con una película incómoda, pero también intimidante, consigue ser aclamada tanto en el Festival de Cannes llevándose la Palma de Oro, así como en los Oscar, entre muchos otros. La película es la metáfora de cómo el capitalismo se come todo. El capitalismo es el nuevo parásito que se incrusta en un huésped idóneo, un organismo calientito que invite a la compra. El Oscar parece que es el dorado huevo de un nuevo parásito que se quiere alimentar del mejor cine. Por suerte, Bong Joon-ho lo sabe, conoce de las ironías del cine y de la industria del cine -viene de una de las más grandes del mundo- y, esperemos, como dice una cantante peruana, sea responsable de lo que cautiva.

Productora y gestora cultural- [email protected]