Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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Acerca de una rebelión plebeya

Texto leído en la presentación de la novela ‘El póker de los coroneles’, de Francisco J Mayorga y editado por Nuevo Milenio
Acerca de una rebelión plebeya.
Acerca de una rebelión plebeya.
Acerca de una rebelión plebeya

Quiero comenzar dando las gracias a todos los que nos acompañan, a Marcelo Paz Soldán, por su cuidadoso trabajo de edición y, sobre todo, a Francisco J Mayorga, autor de la novela que nos concierne. Es alguien a quien conocí por cuestiones meramente laborales, pero hoy me unen a él cuestiones mucho más relevantes: la pasión por la literatura, las humanidades y la búsqueda del bien común. Agradezco la invitación de alguien que pertenece a la cada vez menos numerosa cofradía de humanistas. 

Me gustaría continuar citando una frase que Étienne de La Boétie apunta en su famoso Discurso sobre la servidumbre voluntaria, texto popularizado por su amigo Michel de Montaigne: “Resuelve no servir más y ya serás libre. No te pido que levantes tus manos contra el tirano para derribarlo, sino que no lo sostengas más y, entonces lo verás, como a un gran Coloso cuyo pedestal se le ha retirado, caer por su propio peso y destrozarse en pedazos”. Esta frase podría ser el epílogo de la trilogía sobre el somozato de Mayorga, especialmente sobre el volumen que se presenta esta noche: El póker de los coroneles. 

Como muchos deben saberlo, los dos primeros libros de esta saga, Cinco estrellas y Memorias de Somoza, se concentran en describir, en desnudar, las triquiñuelas que llevaron al poder a Anastasio Somoza García y las que lo consolidaron como un tirano brutal, que aparentaba ser casi omnipotente. La gran importancia de esas obras justamente radica en la posibilidad de mirar de cerca a una manifestación del poder corrupto y con frecuencia patético. Somoza y su entorno se nos revelan como fieles seguidores de Ker, la diosa de la muerte violenta, pero también de Mammón, la deidad de la avaricia, y de Moloch, la divinidad asociada con los sacrificios infantiles. Es difícil, casi imposible, tener algún tipo de empatía por los protagonistas de Memorias de Somoza. Los latinoamericanos o, más bien, los humanos, tenemos demasiadas malas experiencias provocadas por símiles y sucedáneos de Tacho y Yoya. En El póker de los coroneles, los Somoza se muestran como una dinastía hábil en sus maniobras políticas, pero con los descuidos de quienes creen que el poder no es escurridizo. Son una estirpe que se parece a la de Papa y Baby Doc Duvalier. Son incapaces de pensar en otra cosa que enriquecerse, ganar pleitesías y regodearse de ello. En esta novela los miembros de la familia más tristemente célebre de Nicaragua, en mayor o menor medida, practican casi todos, si no todos, los pecados capitales. El pueblo parece estar condenado a un suplicio tristemente parecido al de Prometeo: Nos saquean, abusan y explotan hasta la extenuación, pero nuestras tierras vuelven a ofrecer riquezas y, por un impulso casi rizomático, nuestros cuerpos recobran la vida y siguen marchando. 

Justamente ahí radica una de las grandes diferencias de El póker con las novelas antecesoras, pues en esta, la presencia de la estirpe de los Tachos es como un hedor fétido, como un grito de horror que se escucha a lo lejos, como un peligro que se presiente. Es decir, se los menciona todo el tiempo, pero aparecen poco; en esta narración con quienes más pasamos tiempo, a quienes les invadimos la privacidad, a quienes casi podemos tocar, es a los complotadores, a los honorables traidores, a los rebeldes. El póker de los coroneles es una invitación a pasar una temporada con los heroicos conspiradores, con los patriotas nicaragüenses, con los militantes de esta nuestra patria grande. 

En una nota preliminar, Francisco J Mayorga propone que esta su trilogía sobre el somozato podría publicarse bajo el nombre: “Los demonios del poder”. Sería un título más que acertado. Sin embargo, el autor, que es un gran conversador, también podría llamarla: “Diálogos sobre el mal”. Pues son novelas, sobre todo Memorias de Somoza y el volumen que hoy nos concierne, que se entretejen a partir de conversaciones, de interacciones, de diálogos. Esta es una novela coral, en la que la vida privada de los personajes termina invadiendo el espacio público de un país, nos recuerda que nuestra historia común siempre está compuesta por singularidades. En ese sentido es relevante que Francisco J Mayorga haya decidido narrar el comienzo del fin del somozato desde la literatura y no desde la historiografía. Pues, como decía el venerable Jean-Luc Godard del cine, no nos cuenta la Historia con H mayúscula, sino las historias con h minúscula, esas que pertenecen a la multitud, al pueblo. 

En esta novela, que no tiene un protagonista absoluto, muchas voces particulares resuenan. Mayorga, que es un gran cantante y tiene buen oído, atrapa lo esencial de la singularidad de las diferentes perspectivas de sus personajes, como Bajtin diría, esta es una obra polifónica. La narración no solamente gira en torno a los cuatro coroneles del título, al especialmente memorable Melchor Johnson, entre muchos otros, también son de gran importancia para el argumento el joven economista Rodolfo, el insurgente Ernesto “Tito” Guevara, la inolvidable Soraya, una suerte de femme fatale caribeña, o el legendario Edén Pastora. Mayorga no celebra a los prohombres encorsetados, sino a la revolución organizada por el pueblo, a la rebelión plebeya, a la condición múltiple y diversa de América Latina. Los que vencerán a los Somoza del mundo y de la historia no son héroes con capas y superpoderes, sino son indios, negros, jóvenes, mestizos, ancianos, intelectuales, migrantes, prostitutas y obreros: los subalternos, los excluidos por las estructuras del poder. 

A través de sus preocupaciones literarias se puede intuir que Mayorga es economista, no porque le interesen exclusivamente los temas relacionados con las finanzas, sino porque se preocupa genuinamente por la repartición de los recursos. En las líneas de su narrativa aboga por una repartición más justa de los recursos materiales, pero también del conocimiento, de la educación y de la belleza. Sí, su literatura busca ser un alegato para que todos tengamos pan, pero también rosas, parafraseando a la sufragista Helen Todd y al poeta James Oppenheim. En una entrevista que le hice cuando presentó Memorias de Somoza, afirmó: “Pensé que debía escribir sobre temas que sirvieran para que las nuevas generaciones, no solo de mi país sino de América Latina, pudieran asomarse a la historia con la lente del autor, que rellena un montón de vacíos y recompone su narración. En la historia hay un andamiaje incompleto, en el que me monto para intentar completar el relato”.

Un facilismo podría ser afirmar que esta es una novela muy cinematográfica, porque está compuesta por capítulos que funcionan como secuencias de una narración mayor y porque las descripciones son muy visuales. Por mis aficiones personales, me es imposible dejar de pensar que esta podría ser una buena materia prima para Olivier Assayas, el realizador francés. El póker… en muchos momentos recuerda a la monumental Carlos, el chacal y, sobre todo, a Wasp Network. Es uno de esos relatos de la guerra fría que se diferencia de, por ejemplo, los de John Le Carré e Ian Flemming, porque está despojado de los estrépitos pseudo heroicos o de la pirotecnia distractora. Aprovecho para hacer un apunte curioso. Como sabemos, en la última década de la guerra fría el imaginario que se construyó de ella desde occidente no estuvo relacionado con los espías elegantes, ni con las intrigas políticas sofisticadas de tiempos anteriores. En la era Reagan, la guerra fría tenía la cara de Sylvester Stallone, Arnold Schwarzenegger y Chuck Morris. Los one man army, esos héroes en anabólicos que sin ayuda podrían vencer a los soviéticos y sus secuaces. Justamente, el 11 de marzo de este año, en un medio canadiense, se anunció un homenaje a Mike Echanis, exNavy Seal, que combatió en Nicaragua y es inspirador del Chuck Norris System.  Este singular sujeto, bajo el nombre de Miguel Echandi, es uno de los personajes de esta novela. Todo esto demuestra que no solo la realidad copia al arte y que el arte imita a la realidad, sino que la vida misma es literatura. Y quizás, también, que Pancho Mayorga organizó una complejísima campaña de marketing para promocionar su más reciente publicación. 

Cuando Julio Cortázar, escritor muy comprometido con Nicaragua, guionizó Fantomas contra los Vampiros multinacionales, quizás no pensó que sus villanos lo eran de manera literal, aunque el asesinato de Chamorro tuvo que ver con negocios de una naturaleza similar. En esta novela se nos muestra que Tacho Somoza es un impostor, que tiene poder, prestigio y el cargo, casi exclusivamente por un par de (de)méritos: su servilismo al gobierno de los Estados Unidos y su audaz prepotencia. Mayorga es hábil a la hora de darle la voz, no la de un militar disciplinado y subordinado, ni la de un hábil estadista, sino la de un arribista maniobrero, que en cada gesto busca una oportunidad para la exacción. Y ronda en estas páginas el fantasma de su gran validador: Franklin Delano Roosvelt, lo que nos recuerda que en los Estados Unidos puede haber tendencias distintas en su política interna, pero a nivel internacional tienen una férrea y homogénea política exterior de estado, que indefectiblemente es imperialista.  

Como ya lo apunté, El póker de los coroneles es una novela sobre los demonios del poder, pero ante todo es una crónica sobre cómo vencer a esos espíritus malignos. En uno de los pasajes más interpelantes de la obra, vulgar y violentamente Somoza se niega a reconocer que hay pobreza en Nicaragua y confronta a los técnicos del Banco Central, lo que no solo confirma que es un ser grotesco, sino que es incapaz de reflexionar profundamente. Como tantos dictadores, es una prueba viva de la banalidad del mal, como diría Hannah Arendt. Somoza cree que es un campeón y un titán, por la fuerza del poder militar y económico que detenta. Sin embargo, es incapaz de reflexionar sobre las consecuencias de sus actos, olvida que los que creen que son impunes son los que caen con mayor estrépito. Tachito no es un monstruo en sentido literal, sino, como Rodolfo lo califica en la novela, es “un tirano, un sátrapa que nos desprecia a todos”. Es un burócrata embriagado, incapaz de vislumbrar el camino que está emprendiendo. 

Entre la tragedia y la comedia, pasando por la intriga de espionaje, por el relato político y por la estampa erótica, la novela también es una reflexión sobre la historia de nuestro continente, sobre las relaciones de poder y sobre la condición humana. En un pasaje del libro, cuando los sandinistas piden a Rodolfo que esconda su mimeógrafo, esa copiadora manual, daría la impresión que nos están sugiriendo que la pluma puede ser más poderosa que la espada. Mayorga haciendo uso de ella nos muestra al rey desnudo y a punto de desmoronarse. Lo hace narrando sus grotescos actos públicos y privados. Como en el célebre cuento de Hans Christian Andersen, el pueblo puede dejar de tener miedo y puede reírse del rey cuando este está desnudo. Para nuestro regocijo, Mayorga ríe y canta desde la multitud.