Opinión Bolivia

  • Diario Digital | miércoles, 24 de abril de 2024
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Acerca de la importancia histórica del Salón “Pedro Domingo Murillo”

La continuidad del certamen artístico de mayor importancia y tradición en Bolivia se encuentra en vilo. Las autoridades y el sector artístico guardan un silencio alarmante
‘Masacre en Tolata’, una de las obras ganadoras del certamen en la categoría dibujo (1979).       DAVID ANGLES
‘Masacre en Tolata’, una de las obras ganadoras del certamen en la categoría dibujo (1979). DAVID ANGLES
Acerca de la importancia histórica del Salón “Pedro Domingo Murillo”

En el más absoluto silencio la alcaldía de La Paz parece haber cancelado la realización del Salón Municipal “Pedro Domingo Murillo”, el certamen artístico de mayor importancia en el país que este año debería haber alcanzado su versión número 69. 

No es el único certamen artístico que la gestión de Iván Arias ha puesto en la congeladora o ha decido eliminar permanentemente (o al menos mientras dure).  A la fecha tampoco se ha sabido nada de las convocatorias a los concursos municipales de literatura, teatro, fotografía, composición musical, audiovisual, danza y otras disciplinas artísticas que, sumados al “Pedro”, representaban una inyección anual cercana al medio millón de bolivianos al sector cultural.

Con estas medidas se atenta solamente contra miles de artistas y creadores de todo el país que encontraban en los concursos una legítima fuente de ingresos basada en la competencia de sus habilidades y méritos, sino que también atenta contra el mismo ejercicio artístico y su desarrollo en Bolivia.  En varios momentos del pasado, como en la Grecia Clásica o el Renacimiento, se ha constado como el estimulo de un espíritu competitivo en las artes ha llevado estas a su mayor difusión y a su perfeccionamiento. 

El municipio paceño falla, entonces, doblemente: a los artistas y a las artes. Y lo hace ante la pasividad de la comunidad artística nacional que seguramente ha olvidado la importancia y la tradición de muchos de sus certámenes artísticos o que, por alguna misteriosa razón, parece no precisar en este contexto postpandemia de los fondos económicos que los premios de estos concursos representan. 

Así, ante esta arremetida municipal contra las artes, y ante la pasividad subsecuente del sector artístico, en lo que sigue se propone un recordatorio sobre la importancia histórica del Salón Murillo, ejercicio que podría replicarse para los demás concursos cancelados en sus respectivas disciplinas.

Un certamen determinante para la plástica nacional

El Salón Municipal “Pedro Domingo Murillo” surgió a inicios de la década de 1950 en un contexto político y social de fomento a la cultura y las artes adscrito a la ideología nacionalista de la época. En este periodo de conformación de lo que vendría a entenderse como una “cultura nacional” fueron de suma importancia las acciones asumidas por el gobierno del Movimiento Nacionalista Revolucionario desde la alcaldía de La Paz. 

Efectivamente, en estos años se crearía la Dirección Municipal de Cultura desde donde se asumirían políticas y acciones determinantes para las siguientes décadas como la creación de la Biblioteca Paceña – que entre sus publicaciones incluiría el “Holguín” de los esposos Mesa-Gisbert, libro clave para la subsecuente revaloración del arte virreinal– la creación de la revista municipal de artes y letras “Khana”, la realización de exposiciones anuales de arte popular y artesanías indígenas y la efectiva proyección de un “Museo de la Cultura Boliviana” destinado a reunirlas artes mayores y menores producidas en distintos periodos históricos en nuestro país (un antecedente directo a la posterior creación del Museo Nacional de Arte).  

De estas acciones la más concreta y duradera fue, sin embargo, la creación del Salón Municipal “Pedro Domingo Murillo” cuya primera versión fue inaugurada el 14 de julio de 1953 en la sala de exposiciones del Palacio Consistorial.  Con la realización del mismo se pretendía emular una práctica academicista instaurada casi dos siglos antes Europa en boga a mediados de siglo en las principales capitales latinoamericanas:  La de promover, mediante la dotación de premios estatales, la competición abierta en las disciplinas tradicionales de las “bellas artes”: pintura, escultura, dibujo, etc.  

Coincidiendo cronológicamente con un periodo de conformación de un “arte nacional” por parte de la posteriormente conocida como Generación del 52, el Salón Murillo se consolidó pronto como el evento artístico más importante del país. Según certifican sendamente los historiadores del arte Rigoberto Villarroel y Pedro Querejazu, desde su inicio el certamen se realizó en un ambiente de independencia, apertura intelectual y respeto a la creación artística, hecho evidenciado en que en sus primeras versiones se premiase a los entonces polémicos artistas abstractos sobre los sociales vinculados a la ideología nacionalista predominante.  En este entendido, el certamen también permitió la visibilización de la diversidad de la estilos y tendencias característicos de un arte boliviano que a mediados del siglo XX asumía bastante tarde los lenguajes de las vanguardias artísticas y que, en tiempo después, se vería obligada a incorporarse sobre la marcha a las últimas corrientes. 

En la práctica “el Pedro” se estableció en sus primeras décadas como un premio consagratorio habiendo sido otorgado a artistas como María Luisa Pacheco, Enrique Arnal, Antonio Mariaca, Alfredo La Placa, Luis Zilveti, María Esther Ballivián, entre muchos otros, que durante la segunda mitad del siglo XX ingresarían por la puerta grande en la Historia del arte boliviano. Su prestigio consolidado por su continuidad y por el renombre que iban adquiriendo sus primeros ganadores, se vio respaldado posteriormente con la premiación de grandes figuras ya consagradas como Ricardo Pérez Alcalá y Gildaro Antezana, así como con la premiación de artistas pertenecientes a nuevas generaciones como Roberto Valcárcel, Javier Fernández, Giomar Mesa, Mario Conde y Francine Secretan.  

La realización del Salón Murillo también permitió la paulatina creación de una pinacoteca municipal conformada por las obras ganadoras del concurso, única colección pública del país que puede competir en nombres, calidad de obras y representatividad del arte boliviano con la del Museo Nacional de Arte. Asimismo, influenció la creación de salones similares en Cochabamba, Oruro y Potosí que continúan hasta la actualidad aferrados cada uno una tradición artística local.

A pesar de todos estos antecedentes, también es cierto que desde hace más de 20 años que este certamen se encuentra sumido en un estancamiento del cual ha dado cuenta la crítica especializada, y que ha llegado a ser tan evidente en los últimos años que los mismos artistas participantes lo reconocen a voces.  Para evidenciar esta crisis – que es un reflejo del mismo curso del arte boliviano – basta revisar las críticas a sus versiones de las últimas décadas en las que se evidencian una y otra vez cuestionamientos al nivel técnico de las obras participantes o la absoluta carencia de originalidad y discurso en sus propuestas. Muchos de estos cuestionamientos tienen que ver asimismo con aspectos organizativos fundamentales del certamen, cuya convocatoria se ha actualizado muy poco– llegando a caer en la obsolescencia al excluir a disciplinas del arte contemporáneo –, o con el sistema casi nepotista de designación de jurados provenientes de los mismos gremios artísticos de donde surgen sus participantes. 

A estos cuestionamientos se suma además la casi nula importancia que “el Pedro” ha tenido en las últimas décadas por fuera de los ámbitos artísticos. Cualquier revisión hemerográfica evidenciará cómo, conforme pasan los años, las noticias sobre su realización o sobre sus ganadores han ido disminuyendo hasta casi desaparecer. 

Con todo, para los aficionados y los estudiosos de las artes, el certamen continúa siendo una suerte de termómetro certero del desarrollo de las artes en Bolivia, poniendo en evidencia tanto sus anacronismos como el surgimiento de jóvenes y prometedores valores.  Del mismo modo, debe aceptarse que la importancia que tiene dentro de la comunidad artística nacional –especialmente aquella avocada a la aplicación de lenguajes academicistas a temáticas locales– se ha conservado intacta como certificación de las capacidades técnicas de sus ganadores. 

En este sentido, la cancelación del Salón Murillo no debiera ser aceptada con tanta indiferencia por el medio cultural nacional. En consideración a su tradición y a su importancia para el desarrollo histórico de las artes plásticas nacionales, la continuidad del certamen debería ser garantizada por ley independientemente a cualquier coyuntura política, social o económica.  Para que vuelva a recuperar el rol y la importancia que tuvo otrora, sin embargo, su restitución próxima deberá ser acompañada de una reformulación a fondo a su convocatoria, que contemple su propósito y sus objetivos en el contexto actual, teniendo en cuenta, sobre todo, que en los tiempos que corren, ninguna competición artística debería limitarse a considerar solamente las habilidades técnicas de los artistas, sino algo más. Mucho más.

Artista e investigador en artes