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Personajes de “un pueblo chico”

Personajes de “un pueblo chico”


Personas simples y cálidas, habitantes comunes y corrientes son también parte de la vida e historia cotidiana de Quillacollo. Esta pequeña ciudad, que crece en un abrumador contexto de migrantes y nuevos asentamientos, tiene personajes de un pueblo que se resiste a dejar la tradición y las costumbres. Están, por ejemplo, sacristanes que guardan los más íntimos secretos de familias de alcurnia, así como indigentes y vecinos inquietos que, desde donde están, hacen todo para engrandecer a su tierra.



JosÉ Bellot

José Bellot es conocido en el pueblo por sus más 50 años al servicio de la Mamita de Urcupiña en la parroquia San de San Ildefonso. Sus hábiles manos le permitieron crear la réplica de Urcupiña que ahora sale en procesión durante los días de fiesta, 15 y 16 de agosto. Fueron los fieles cruceños quienes requirieron su habilidad para crear otra réplica que fue trasladada a la ciudad oriental. Desde entonces decenas de fieles, que llegan del exterior, piden a José que les confeccione una réplica para llevarla y venerarla en sus países.

Es, además, quien cumple los deseos de decenas de fieles que llegan cada año con un regalo a “La patrona”. “Todas las noches se cambia la Virgen”, decía Bellot, en una entrevista concedida a este diario en 2013, a manera de señalar que, durante los días de fiesta, los devotos llegaban con un vestido de regalo por día, querían ponérselo, tomarse una foto y llevarse la foto de recuerdo.

Su fiel dedicación y veneración a la Virgen le mereció ser nombrado diácono permanente de la parroquia San Ildefonso de Quillacollo y ahora es quien se encarga de los bautizos y bendiciones.

Al ser el templo el centro donde convergen los habitantes y estantes de esta ciudad, como sacristán, Bellot se ha convertido muchas veces en la cajita de secretos o la antesala del confesionario de viudas, alcaldes, damas de alcurnia, comerciantes y notables del pueblo.

“Don José sabe si el hijo de tal señora es para su esposo o para el vecino. Muchas veces ha sido el paño de lágrimas de los desconsolados...”, asevera el profesor Carlos Vargas. “Él se sabe la historia del pueblo y toda su gente, pero jamás lo divulgaría”, dice la señora Rosalía Guzmán, al referirse a este reservado pero reconocido personaje.



TORIbIA

Toribia es una indigente que llegó hace aproximadamente 20 años y se instaló en puertas del templo de San Ildefonso. Su pequeña estatura y su franca sonrisa la distinguían del resto de los mendigos que allí se alojaban. A diferencia de los otros, siempre mostró limpieza.

Un par de años después, la noticia de un embarazo, sin un padre responsable, consternó a todos quienes sentían particular afecto por ella. Al nacer el niño, sano y fuerte, el rostro de Toribia parecía más radiante que nunca y las monedas, pañales, ropa y alimento llegaban por montones.

Inquieto y travieso, su hijo fue ganándose también el cariño de todos. Al poco tiempo, el pequeño desapareció. En sus cortas frases en quechua, Toribia cuenta: “Ya está ‘graaande’, más grande que yo, tiene 18”, dice. Ayudada con algunas señas dice que su hijo trabaja con máquinas confeccionado marbetes para uniformes de policías en Cochabamba.

Toribia no puede precisar qué edad tiene, pero estima que supera los 50 años. Cuenta que a muy corta edad quedó huérfana. Sus padres, oriundos de una comunidad camino a Oruro, murieron en un accidente de tránsito y sus dos hermanas también, a raíz de diferentes enfermedades.

Los vecinos de la Plaza Principal, nunca supieron dónde vive, pero cuentan que siempre se ve bien cambiada y bañada.

Existen temporadas en que desaparece y hay quienes la han visto en diferentes ciudades del país. “Parece que va a todas las fiestas religiosas. Siempre que vamos a alguna evangelización a otros departamentos, está allí”, cuenta la catequista Carmen López.



LOS DIABLOS DE LA FIESTA

“Los diablos de la fiesta”, denominados así los señores Nicolás Quiroga, Luis Merino y Florencio Coca, son quienes, junto a la señora Elsa Quiroga, fueron personajes determinantes para la consolidar y engrandecer la festividad de Urcupiña.

Si bien varios otros gestores iniciaron la festividad, fueron trabajadores de la empresa Manaco quienes, en un acto de hermandad, invitaban cada año a una fraternidad de diablada de Oruro. Fue por el año 1947 que, a consecuencia de una huelga de ferroviarios, los danzarines no llegaron para la entrada y los residentes orureños, trabajadores de la Manaco, tomaron la iniciativa de ensayar y formar su propia fraternidad, la diablada Thomas Bata, nombre del fundador de Manaco.

Con este impulso y entusiasmo, un 12 de septiembre de 1952 se organizó el Centro Cultural Diablada Quillacollo, bajo la influencia de migrantes de Oruro, que enseñaron los primeros pasos a los danzantes de esta fraternidad, integrada en su mayoría por trabajadores de la fábrica Manaco a la cabeza de Merino, Coca y Quiroga.

La creación de este centro cultural fue el motivó el surgimiento de otras fraternidades, como la Morenada Matarifes, los Wakatoqoris Urcupiña, los Reyes Incas de Tapacarí, además de tobas y negritos de Vinto.



CARLOS VARGAS

Apegado a la música desde los 8 años, la presidencia en una cruzada eucarística fue el pie para que el profesor Carlos Vargas se convirtiera en uno de los impulsores de la cultura de Quillacollo. Durante 13 años estuvo a la cabeza de la Dirección de Culturas y dos años como concejal, siempre alentando la participación de delegaciones quillacolleñas en festivales nacionales, que lograron más de 50 reconocimientos para los músicos quillacolleños, en eventos como el Festival Nacional del Charango en Aiquile.