Continúan saliendo a la luz detalles que hacen parte del crimen del fraile Wilberth Daza, el religioso que fue asesinado brutalmente durante la Semana Santa. Encontraron su cuerpo tendido, inerte, con al menos 17 golpes en la cabeza.

Mientras la Policía Boliviana realiza gestiones para dar con el paradero del presunto asesino, llamado Marcos Lucas Flores Miranda, sobre quien se estima que se encuentra en Sal Paulo (Brasil), las autoridades policiales revelan que este sujeto, con presuntos problemas de drogadicción, habría participado, en el pasado, en la quema de un convento en Cochabamba.

El director de la Fuerza Especial de Lucha Contra el Crimen (FELCC) de Santa Cruz, Julio César Cossío, explicó que el supuesto criminal provocó el incendio.

“Hubo un problema, un tanto sui generis, que a raíz de un incendio provocado, se pierde la caja fuerte del convento, donde está involucrado Marcos Lucas Flores Miranda”, dijo.

Esto motivó que el Flores Miranda, quien también era seminarista y asistía frecuentemente a la congregación, fuera expulsado por los franciscanos.

MONEDAS DE LAS OFRENDAS

Más allá de la quema del convento, que complica aún más al hombre que es buscado, también efectivos de la FELCC hallaron monedas y billetes (más de 5 mil bolivianos) en una casa situada en la avenida Tres Pasos al Frente, donde habitaba el supuesto asesino.

Esto hace que la teoría sobre el robo tome más fuerza. La Policía presume que ese dinero era de las ofrendas que dejaban los feligreses que asistían a las misas de la Iglesia San Francisco.

"Por el peso que tenían las monedas, no se las llevó, pero sí otros billetes", dijo el jefe policial Cossío, citado por Unitel.

CRIMEN EN SEMANA SANTA

El religioso Daza, nacido en Macharetí, Chuquisaca, fue encontrado muerto aproximadamente a las 23:00 del sábado, dentro dela iglesia. La escena del crimen fue macabra, pues el cuerpo del fray presentaba casi una veintena de golpes en el área de la cabeza.

De acuerdo con la información brindada por el ministro de Gobierno, Eduardo del Castillo, el agresor, exseminarista con aparentes problemas de drogas, solía visitar la congregación, por lo que se estima que conocía cómo eran los movimientos al interior.