Opinión Bolivia

  • Diario Digital | miércoles, 24 de abril de 2024
  • Actualizado 10:30

EN EL MUNDIAL DE ITALIA 1934 PREVALECIÓ LA POLÍTICA SOBRE EL DEPORTE. BENITO MUSSOLINI UTILIZÓ LA COMPETENCIA PARA EXALTAR SU RÉGIMEN

El simulacro y el triunfo del fascismo

El simulacro y el triunfo del fascismo



Los cuerpos ejemplares que en la Antigüedad representaban la armonía y la belleza fueron resignificados en el siglo XX con netos propósitos políticos. Así, el nazismo pretendió usar a los deportistas como emblema de una raza superior llamada a la victoria.

El caso más prominente fueron los Juegos Olímpicos de 1936, aunque el anfitrión Hitler tuvo que afrontar algún momento amargo como las apabullantes carreras de James Cleveland Owens, más conocido como Jesse, negro para más datos, quien logró cuatro medallas de oro para disgusto étnico y consecuente duda existencial del Führer.

Sin ese marcado sesgo racista, Benito Mussolini también utilizó el deporte para difundir su régimen autocrático. En 1934, el fútbol se expandía como espectáculo de multitudes e Italia organizó la segunda Copa del Mundo. Gran oportunidad para ratificar el paso triunfal del fascismo por medio de un logro deportivo de enorme resonancia.

Abundan los testimonios acerca de las presiones sofocantes, por decirlo de una manera elegante, que el Duce ejerció sobre sus subordinados. "No sé cómo se hará pero Italia debe ganar este campeonato; es una orden", dicen que se despachó ante el general Giorgio Vaccaro, presidente de la Federación Italiana de Fútbol.

Las amenazas, explícitas o veladas (había para todos los gustos), le dieron a aquel torneo un carácter de simulacro. La prepotencia fascista no echó mano al disimulo para llevar a la selección italiana a lo alto del podio, lugar al que accedió al derrotar a Checoslovaquia en la final.

En el camino a la consagración, queda para la mitología el duelo con España (dos partidos) por los cuartos de final, cuando los árbitros consintieron desde patadas salvajes hasta goles ilícitos como contribución a la gesta italiana.

De todos modos, en 1934, el gobierno de Mussolini estaba sobradamente consolidado. El Duce, como se hizo llamar, llevaba doce años en el poder, asumido el 1922 por pedido del rey Vittorio Emanuele III.

Cerca de las nueve de la noche, pocos minutos después de lograr el título mundial tras ganarle la final a Checoslovaquia, los jugadores del plantel de Italia fueron a festejar la victoria con los tifosi que coparon las calles de Roma.

FRANCIA 1938 ItALia se consagra bicampeón tras derrotar a la célebre huNgría por 4-2

//

REDACCIÓN Y AGENCIAS

Los jugadores llevan la pelota a la mitad de cancha y el árbitro los frena para castigar una falta. No deja, sin embargo, que se ejecute el tiro libre porque, en ese instante, el ojo fijo en el cronómetro, señala la llegada del minuto noventa. Capdeville lanza los tres pitidos del final: el encuentro ha concluido, la Copa del Mundo ha llegado a su fin, Italia se ha consagrado campeona por segunda vez, tras derrotar en el partido final a Hungría 4-2.

La FIFA organizó el tercer Mundial en 1938, con sede en Francia. Consolidado como el máximo espectáculo deportivo, el fútbol convoca multitudes en la nueva cita internacional.

El equipo de Brasil ya insinúa su distinguida genética y marca un hito al ganarle 6-5 a Polonia, en uno de esos partidos que los historiadores archivan entre sus favoritos. Sin embargo, como en el torneo anterior, Italia se llevó la copa, aunque esta vez no lo hizo a punta de pistola.

Así y todo, a la hora de decidir su man of the year, la revista Time no se inclina por Giuseppe Meazza, gran figura del campeón que derrotó en la final a Hungría, sino por Adolf Hitler.

La elección no es una ironía cruel, sino el reconocimiento del creciente poder del dictador en una Europa donde se palpitaba la guerra con la nitidez de una tormenta cercana.

Hitler, quien ya ha logrado la anexión de Austria, ejecuta en septiembre de 1938 una movida clave para su política expansionista. Logra que Gran Bretaña y Francia, en nombre de la paz le permitan quedarse con parte del territorio checoslovaco. Pero el pacto promovido por el Führer, lejos de tener un efecto benéfico, señala el fracaso de la tolerancia. El proyecto hegemónico alemán da su siguiente paso con la invasión a Polonia, en 1939.

La proyección criminal del nazismo no es solo el telón de fondo del Mundial de 1938. No se trata solo del contexto que determina de modo indirecto las actividades y conductas sociales, entre ellas el deporte.

"Nunca en mi vida me sentí tan feliz por haber perdido. Con los cuatro goles que me hicieron, salvé la vida a once seres humanos. Me contaron antes de empezar el partido que los italianos recibieron un telegrama de Mussolini que decía: Vencer o morir". El arquero húngaro Anta Szabo explicó mejor que nadie lo ocurrido antes de la gran final del campeonato del mundo. Como ya había sucedido en 1934, el régimen fascista de Benito Mussolini necesitaba una victoria deportiva para mantener alto el ánimo del pueblo.