“Debíamos haber muerto ese día, estamos mal y vivir así para qué”
La condición de Sabina, de su esposo Filemón Mamani y de su hijo Alan Mael es muy complicada. También lo es de Cinthya Jesusa Suárez y su niño Germán, igual que la de Carla Molina y su hija Darlen Gutiérrez.
La presión, el desaliento, el dolor y la impotencia son tan grandes que Sabina no logra contener el llanto. A su esposo le amputaron el pie y tiene uno ortopédico, pero no puede caminar, no se acostumbra, le salen ampollas. Su hijo de seis años perdió un ojo, tiene el tabique desviado y un metal en la cara. Ella no puede manejar su brazo, requiere reconstrucción y siente que desde el interior de su cuerpo “hay objetos que le pinchan”. “Ya nadie nos quiere escuchar ni ayudar. Ese día deberíamos haber muerto, era mejor, estamos tan mal que vivir así, para qué”, lamentó entre lastimeros sollozos.
Las tres familias viven casi en la pobreza y prácticamente estiran la mano en busca de ayuda para sanar los males causados por la primera explosión, el 10 de febrero, en la calle Bakovic y avenida del Ejército. Las siete personas de las tres familias tienen un común denominador: audición afectada. Hablar con Sabina requirió de esfuerzo. “Me vas a hablar de grande (con voz elevada), porque este lado no escucha”.
El hogar de Filemón Mamani se mantenía con su trabajo de albañil. Sabina se dedicaba a las labores de casa y Alan Mael a ser el feliz niño de kinder. La noche del sábado de Carnaval, Filemón trabajó en una obra y luego se encontraron con su esposa e hijo. Decidieron quedarse a comer algo en el camino antes de volver a casa, y eligieron, sin saber lo que sufrirían, el fatídico puesto de Ana Fernández, la vendedora de chicharrón. Lo demás fue tragedia. Un artefacto explotó y mató a ocho miembros de la familia de Ana, e hirió a por lo menos 50 personas, entre ellas la familia del albañil, la de Cinthya y la de Carla, ambas comerciantes de comida y dulces que querían ganar unos centavos en la fiesta anual.
Sabina dijo que al principio fueron atendidos en los hospitales, pero que desde que les dieron de alta “ya nadie quiere hablar con ellos. ‘Ya les hemos atendido tanto’, nos dicen”.
Desde que salieron del hospital todo corre por su cuenta. Entre el Ministerio de Salud, la empresa ENTEL y Lotería Nacional pagaron el pie ortopédico a Filemón, recién, hace menos de dos meses. “Él se pone la prótesis, pero le ha causado ampollas”, contó Sabina. Ella siente sonidos en su oído “como si hubiera agua”.
Volvió el llanto cuando habló de su Alan Mael. El niño se quedó ciego y tiene un metal en la cara. Ha entrado a primero básico y va con lentes a la escuela. “Pero cuando retorna me pregunta llorando: ‘Mamá, ¿cuándo voy a volver a ver?... Quiero ver de nuevo’”.
Los médicos advirtieron que el ojo artificial de Alan debe ser cambiado cada año. “¿De dónde vamos a sacar dinero”.
CINTHYA Y SU HIJO
Cinthya Jesusa Suárez y su niño Germán (10 años) recibieron el impacto explosivo y esquirlas de vidrio en su cuerpo.
Ahora, ella está postrada en cama. Hace poco fue operada de la cadera fisurada. Recibió una prótesis, pero hay dolor en la columna y no puede caminar. Se mueve con muletas y requiere fisioterapia.
Oscar, su esposo, sabe de esa necesidad, pero lamentó no contar con dinero para llevarle a su tratamiento.
“La prótesis costó 32.776 bolivianos, de los que 20.000 fueron cubiertos a través de la Lotería Nacional y 10.000, de los residentes bolivianos en Toronto, Canadá”.
Hasta el año pasado, él tenía una carpintería, pero tuvo que vender sus herramientas para pagar deudas y atender a su esposa e hijo. Hoy es albañil, “pero no siempre hay trabajo”.
Aseguró que les cortaron la atención y medicamentos desde marzo. “Una semana antes del alta, el Servicio Departamental de Salud, SEDES, mandó a cerrar la cuenta con la farmacia Chaguaya”.
Los rastros de esa jornada de tragedia dejaron secuelas en la humanidad de su hijo Germán. Cojea al caminar. En el talón tiene queloides. “Necesita también una operación. Hay restos de vidrios y no puede caminar”.