“Crecí creyendo que ser hombre te daba poder”
Roberto tiene 28 años y aún lidia con recuerdos muy tristes y dolorosos de su infancia. El primero que le viene a su mente, cuando piensa en su niñez, es de su padre golpeando a su mamá cuando ella le reclamaba por sus constantes borracheras.
“Él tenía unos 30 a 35 años, llegaba ebrio y se enojaba mucho cuando mi mamá le preguntaba por qué se demoraba en volver y se gastaba el dinero en bebida, habiendo otras necesidades familiares”. Entonces la violencia estallaba y Roberto y sus cuatro hermanas sufrían al oír los gritos, los insultos y las ofensas.
“Mis hermanas tenían miedo, pero yo me metía en medio de la pelea para defender a mi mamá”, recuerda. Pero eso no era todo. Cuando su padre no aparecía en toda la noche, lo mandaban a él a buscarlo a los locales de expendio de bebidas alcohólicas.
Solo tenía ocho años, pero salía de su casa en medio de la oscuridad para recorrer todos los locales a los que su padre acostumbraba ir.
“Mi madre y mis hermanas no iban porque era muy peligroso pare ellas. Yo caminaba hasta encontrarlo y lo traía a casa, pero empezaban a discutir a gritos y eso era lo peor para mí, luego los golpes. Eso era todo el tiempo”.
Pese a todo, sus padres se mantuvieron juntos. Sin embargo, Roberto creció pensando que el nacer hombre era sinónimo de “ser poderoso”, de que mandaba sobre su familia aunque él hiciera lo malo.
Hoy él reconoce que, si bien amaba a su madre y a sus hermanas, su concepto de la mujer había sido empañado y distorsionado, por el ejemplo de maltrato que vio a su padre darle a su mamá. Naturalizó la violencia hacia la mujer, sin darse cuenta.
Hace cuatro años, Roberto se enamoró de una joven que lo cautivó por su manera de ser. Se casó con ella, pero, al año de su boda, aquellas creencias de que el hombre es superior o más poderoso que una mujer salieron a flote y, sumadas al ejemplo de maltrato con el que convivió en su primer hogar, abrieron las puertas de la violencia en la nueva familia que había decidido formar.
“Estábamos volviendo de una fiesta de matrimonio con mis padres y mis hermanas, y yo manejaba el auto. Pero, estaba borracho y mi esposa se puso muy nerviosa porque yo estaba zigzagueando. Ella me pegó en el brazo para que pare y me gritaba que estaba manejando mal. Mi familia se bajó para entrar a su casa y yo, dentro del carro, golpeé a mi esposa”, rememora apesadumbrado.
Esa noche, según Roberto, “alguna mala puerta se abrió” porque, aunque le pidió perdón por lo sucedido, las peleas se multiplicaron entre ellos. Cualquier discusión se tornaba en un conflicto mayor.
“Ella me gritaba y yo no podía soportarlo. Los gritos me descomponían por completo. Me recordaban a las peleas de mis padres y a esa sensación de miedo que mis hermanas y yo teníamos en esos momentos. Solo quería que mi esposa se calle para que esa sensación se vaya, pero no se callaba, más bien me insultaba y yo explotaba, reaccionaba con violencia”, reconoce.
En 2017, ella le advirtió que no aguantaba más y que si no buscaba ayuda, se iría con el bebé de ambos, para siempre.
“Me desesperé. Googlee en mi celular la frase terapia para violencia y me salió una nota de OPINIÓN sobre el Centro Hombres de Paz. Había un teléfono y llamé, me entrevisté con el licenciado Aldo y me decidí a tomar las terapias grupales e individuales, en serio”.
Roberto terminó en enero de 2018 con todas las sesiones prescritas, pero continuó yendo hasta marzo, porque quería saber más y consolidar lo aprendido.
“Mi esposa se sorprendió por los cambios. Le dijo a varias personas que yo era otro, que ya no perdía el control, sino que buscaba solucionar todo a través del diálogo”, detalla Roberto.
El hombre, de profesión ingeniero, trabaja como residente de obra en una empresa unipersonal y dice que su manera de comunicarse y de resolver conflictos ha cambiado en todas las áreas de su vida, incluida la laboral. “Ante cualquier discusión identifico el problema, pienso cuál es mi grado de responsabilidad, y pienso las palabras que ayuden a resolver el problema, la solución. Yo me siento más tranquilo, ya no vivo en tensión”.
La pareja ahora lidia con otra situación. “Mi esposa es agresiva con las palabras, no sé si me provoca para probarme. Fue a dos o tres sesiones en la Defensoría de Quillacollo, pero las dejó y ahora soy yo el que insiste en que ella debe completar su tratamiento, por el bien de nuestra familia”. Roberto contó que le habló de las terapias del Centro Hombres de Paz a sus amigos en una parrillada, y todos estaban interesados. “Todo hombre debería saber que existe una salida, antes de caer en problemas judiciales graves, y que sí se puede recuperar una familia si uno admite que la violencia es un problema y un delito”.
8 Años
tenía Roberto cuando salía a buscar a su padre en locales y era testigo de la violencia que ejercía sobre su madre, cuando ella le reclamaba. El concepto de mujer se distorsionó en su mente por la experiencia que vivió en su infancia.