El Fantasma, un pandillero que fue guía turístico en la cárcel
La historia de Danilo Vargas Portugal, alias El Fantasma, un hombre que se convirtió en un habitante del penal de Chonchocoro luego de asesinar a un joven; y después a un “peso pesado” del hampa, la cuenta el exdirector de Régimen Penitenciario Tomás Molina, quien lo conoció personalmente y pudo escuchar de sus labios todo lo que vivió en Estados Unidos y en Bolivia, donde finalmente halló una muerte brutal.
La primera vez que Molina se fijó en Danilo Vargas fue cuando recorría los pasillos de Chonchocoro junto al gobernador del penal y, al llegar al sector de aislamiento, este lo saludó con un “Hola Fantasmita”. Molina lo miró y vio a un hombre que parecía un roble, alto y fornido.
Mientras seguían su camino, el policía le comentó que Danilo Vargas acababa de matar, en el comedor de la cárcel, al Chino Suárez, el preso más violento, peleador y conflictivo de ese tiempo. Tiempo después, el mismo Fantasma pidió una audiencia con la exautoridad y durante la entrevista le contó que era hijo de una familia destruida por el divorcio. Apenas tenía seis años cuando sus padres decidieron separarse y su madre emigró a Estados Unidos llevándoselo consigo, “en busca de un mejor futuro” para los dos.
Vargas reconoció que empezar de cero fue durísimo para madre e hijo. Se establecieron en el Harlem de Nueva York, un barrio de negros altamente peligroso, donde Danilo se quebró por completo.
Su madre, como casi todo inmigrante, trabajaba en doble turno para poder costear la subsistencia de ambos. Mientras ella corría de una fuente laboral a otra, Danilo se unía a otros niños y adolescentes del barrio que empezaron cometiendo “diabluras” que luego sus padres se veían obligados a resarcir.
Sin embargo, las diabluras se fueron convirtiendo en delitos. “Danilo fue creciendo, y por su innato liderazgo, carácter, estatura, fortaleza y temeridad se fue convirtiendo en el jefe de una pandilla juvenil. Cayó varias veces detenido por la Policía, pero su minoría de edad lo salvó de la cárcel y de la deportación”, cuenta el exdirector de Régimen Penitenciario.
Sin embargo, al cumplir los 18 años, un juez le planteó una dura alternativa: “¿A la cárcel o a tu país?”. Danilo y su angustiada madre eligieron la segunda opción. A su llegada a La Paz, Danilo Vargas fundó la primera pandilla de la ciudad. “Hijos de ricos de la zona sur se adscribieron a su flamante cuadrilla. Con una escopeta recortada al cinto, Danilo instruía a sus nóveles seguidores en un descampado de Río Abajo, impresionándolos con sus voces de mando, sus enérgicos gestos y su apolínea estampa”, describe Molina, que además es escritor de varios libros sobre su experiencia en las cárceles.
La pandilla de El Fantasma -prosigue en su relato- empezó a funcionar y a dar problemas en la sede de Gobierno. Hasta que, una mañana de domingo, en un entrenamiento de rutina, alguien de la pandilla desoyó sus instrucciones y lo desafió. Danilo, delante de todos, sacó su escopeta y le disparó en la cabeza.
La víctima era hijo de un rico comerciante y El Fantasma se hizo conocido en la sección de crónica roja de todos los canales de televisión, revistas y periódicos de la época. Lo presentaron como el primer pandillero llegado de norte. Fue aprehendido y conducido a la cárcel de San Pedro de La Paz.
Allí, El Fantasma conoció al famoso narcotraficante Barbas Chocas, recluido por transportar grandes cantidades de droga y que debía cumplir una larga condena. Antes de su caída, Barbas Chocas fue un empresario y conocía muy bien el mundo de los negocios. Luego de cavilar sobre la forma en la que podría ganarse la vida dentro del penal, se dio cuenta de que San Pedro era una cárcel única y emblemática. Pensó que ese penal, “un retazo de la gran ciudad, donde hay de todo: presos, esposas, amantes, niños, cantinas, moteles, karaokes, teléfonos públicos, artistas callejeros, vendedores ambulantes, artesanos, rateros, perros, gatos, y demás, tenía que ser conocido por turistas del primer mundo que pagarían gustosos por un recorrido en ese lugar”.
Llamó a varias agencias de viaje de La Paz, y el proyecto de ofrecer a turistas europeos, norteamericanos y asiáticos una visita a la cárcel, como parte de su itinerario turístico en La Paz, se hizo realidad. Larguísimas filas de extranjeros en las afueras de San Pedro esperaban su turno para entrar en grupos de 10 personas. Para darles seguridad a los visitantes, Barbas Chocas había contratado al interno más temido, el Chino Suárez, quien armado con una navaja en el bolsillo, acompañaba a los turistas en su recorrido.
La llegada de El Fantasma fue oportuna para Barbas Chocas. Lo contrató de inmediato como guía y guardia de seguridad de un segundo grupo de turistas, por su dominio del inglés que facilitaba todo.
Según el relato que Danilo Vargas le hizo a Molina, algunos internos quisieron competir en el negocio, pero fueron silenciados. “Hubo suicidios, con cartas de despedida incluidas, puñaladas en los pasillos y amenazas a familiares. Toda competencia fue aniquilada”.
Todo “iba bien” hasta que surgieron conflictos entre El Fantasma y su contratista porque este último no quiso pagarle por “ciertos trabajos extra” ya realizados. El lío creció hasta que la relación se rompió y “misteriosamente”, un juez ordenó el traslado de Danilo Vargas a Chonchocoro, “por mala conducta”.
El Fantasma había conocido a una mujer de la que se enamoró y tuvo con ella una niña. “Me confió que toda la ausencia de amor en su vida la habían llenado las dos y que solo quería salir en libertad para dedicarse a ellas”, cuenta la exautoridad de Régimen Penitenciario.
Sin embargo, Chonchocoro le sentó mal a El Fantasma y él empezó a contar en el penal lo que ocurría en San Pedro con las visitas turísticas y cómo se aniquilaba toda competencia. A los pocos días, el mismo juez ordenó el traslado del Chino Suárez a Chonchocoro.
El Fantasma sabía que Chino Suárez había llegado para callarlo e impedir que siguiera hablando del negocio de San Pedro.
“Era mi vida o la de él, y lo lamento. Lo recuerdo al Chino y rezo por su alma. El día que llegó nos vimos cara a cara, y no nos saludamos, pese a conocernos. No podía perder un segundo. Fui a mi celda y saqué mi punta (cuchillo) para estar prevenido. Era hora del almuerzo y el Chino agarraba una charola en la fila para recibir su comida. No podía perder esa oportunidad. Me acerqué a él y le clavé la punta en la yugular. Él quiso sacar su cuchillo de su calcetín, pero ya no tenía fuerzas y cayó. No hubiera querido hacerlo, pero era su vida o la mía”, le dijo, literalmente.
Tiempo después, cuando ya no era director de Régimen Penitenciario, Tomás Molina se enteró en los noticieros de que unos presos cruceños habían matado a El Fantasma en el comedor de Chonchocoro. Se acercaron por la espalda y le hirieron en la yugular. Esta vez, él estaba desprevenido.