A FONDO. LA PANDEMIA Y LA MUERTE EN COCHABAMBA
Entierros son solitarios, se hacen en zanjas o se creman cuerpos
El vehículo negro de una funeraria ingresa con los guiñadores encendidos por la puerta de atrás del Cementerio General de Cochabamba hasta el lugar del horno crematorio. En el carro cerrado va el cuerpo de una persona que murió con coronavirus, COVID-19. El vehículo avanza en silencio en medio de los bloques blancos de nichos solitarios. En ese momento, solo están ahí, el administrador del camposanto, un trabajador del lugar y dos encargados de la funeraria. No hay familiares. Nadie más puede entrar, el virus es de alto riesgo.
Trabajadores de una funeraria y del cementerio antes de ingresar un cuerpo al horno crematorio.
Por detrás del crematorio aparece un cortejo fúnebre, con pocos dolientes al lado de un cajón que será enterrado en un nicho del bloque de al lado.
Más allá, en un rincón, está como escondida la fosa común, donde se depositan los cuerpos inertes de los NN, por quienes nadie reclama. Desde que empezó la pandemia por el coronavirus y se determinaron medidas de bioseguridad, los entierros son distintos. Ahora, el Cementerio está siempre cerrado. Para los enterratorios, dependiendo del caso, se permite el ingreso de pocos dolientes o de ninguno.
El administrador del camposanto de la ciudad, Benedicto Gonzales, dice que la cantidad de entierros incrementó durante la crisis sanitaria. “Cada día se van aumentando los fallecidos naturalmente y los fallecidos con COVID-19. Antes (de la pandemia), por lo general, en un día cualquiera se enterraba a cuatro, seis u ocho. Pero, ahora hay más; solo el sábado había 14”.
El martes pasado, la lista de entierros, que se expone en la pizarra al ingreso al cementerio, tenía 13 nombres. Más abajo se agregaron más y al lado de cada uno escribieron “cremación COVID-19”, porque eran los cuerpos que se incineraron esa misma jornada.
Un cortejo fúnebre avanza por detrás del crematorio rumbo a un bloque de nichos.
POR LA PUERTA DE ATRÁS
El carro fúnebre que entra parpadeando luces y lleva el cadáver de una persona víctima del coronavirus, se estaciona de retro cerca de la puerta del crematorio, para que el cuerpo sea trasladado solo unos cinco metros hasta el horno.
La pandemia condujo a la muerte a una puerta exclusiva en el cementerio de la ciudad, la de la avenida Sajama. Ese garaje se habilita solo para los carros fúnebres que trasladan a las víctimas fatales del virus.
Los encargados de la funeraria, uno que conduce el vehículo y su acompañante, visten trajes de bioseguridad, máscaras, lentes y botas, al igual que el trabajador del cementerio. Apenas se pueden distinguir sus ojos. Son quienes, cada día, se hacen cargo de llevar a los fallecidos hasta el horno, y luego devuelven las cenizas en una caja pequeña.
Esto se ha hecho rutina.
Las muertes por COVID-19 en el departamento comenzaron a contarse desde el 5 de abril, cuando murió la primera víctima en Punata. De acuerdo con los reportes del Servicio Departamental de Salud (SEDES), en Cochabamba el coronavirus ya se llevó la vida de más de 120 personas.
La Guía de Procedimientos para el Manejo y Disposición de Cadáveres de casos de COVID-19 en el país establece que se garanticen las condiciones de bioseguridad. El cuerpo debe ser embalado y transferido, ya sea un fallecimiento intra o extrahospitalario.
Un ataúd ingresa por el túnel de desinfección del Cementerio General, el 23 de junio.
La opción principal es la incineración.
Hace poco, el horno se sobrecalentó y solo podía cremar dos cuerpos por día. La semana pasada se hizo el mantenimiento y cambio de repuestos, con lo que ahora opera en su capacidad máxima: cuatro por día; en cada uno se demora un promedio de tres horas. El crematorio está encendido durante al menos 12 horas diarias. “Ya hay que prender el horno a las seis de la mañana, si no, no alcanza el tiempo”, explica Gonzales.
Mientras un carro fúnebre espera, llega otro, que debe recoger las cenizas del cuerpo que dejó horas antes. Luego las entregará a la familia doliente, afuera del cementerio.
“Cuando es COVID-19, no viene ningún familiar. Vienen solo a la oficina de Administración. El carro fúnebre entra directo hasta el horno, y esperan unas tres, cuatro horas a que salgan los restos, las cenizas”, enfatiza Gonzales.
Si alguna familia compra un nicho en el cementerio, puede depositar la caja ahí.
En el departamento, solo hay hornos crematorios en los municipios de Cochabamba y Sacaba. El administrador del cementerio sacabeño, Medardo Montaño, explica que tienen la misma capacidad para la cremación: cuatro cadáveres al día.
“Eso ya sale sin ninguna infección, porque está cremado a alta temperatura. Se llevan la ceniza en un cajoncito pequeño”.
En ambos municipios, se programan las incineraciones y las funerarias acuden de acuerdo a un cronograma.
“Hay mucha demanda de cremaciones”, sostiene Montaño. Acota que se trata de los casos de coronavirus y los sospechosos, pero también de casos de muerte natural. Aclara que se priorizan los referidos a coronavirus. “Tratamos de que se cremen lo más antes posible”.
Dentro el cronograma de cremaciones en el cementerio de Sacaba, ya hay solicitudes acumuladas para varios días.
Para los casos de coronavirus, se determinó la gratuidad. Sin embargo, en el caso de Sacaba si es que el fallecido no era de esa jurisdicción, se debe pagar 1.094 bolivianos, según informa el Administrador.
Además, los dolientes deben hacerse cargo de los costos funerarios referidos al recojo del cuerpo, embalaje, desinfección, traslado al crematorio, recojo de las cenizas y entrega a los familiares, además de los trámites.
La Asociación Privada de Funerarias de Cochabamba explica que por estos servicios para fallecidos con coronavirus o con sospecha de la enfermedad cobran más de 4 mil bolivianos, debido además a los altos costos del equipo de bioseguridad que utilizan para poder reducir los riesgos de contagio.
En estos casos, los velorios ya están descartados. Los cadáveres son trasladados directamente a los cementerios.
Muertes acumuladas
El 5 de abril, en el departamento de Cochabamba se reportó el primer muerto por coronavirus. De manera oficial, según el SEDES, el número acumulado de fallecidos pasó la centena el 20 de junio.
Los días siguientes, la cantidad de muertos por COVID-19 aumentó. El 21 de junio se reportaron seis fallecidos. El 22 informaron de siete. El 23 fueron 11. El 24, cinco.
ZANJA COVID, COMO EN TRINCHERA
Se ha llegado a este punto: los cuerpos de personas que mueren con coronavirus, COVID-19, también se entierran lado a lado en una zanja, como en una trinchera. “Consentimiento de entierro (bajo tierra) de paciente fallecido por patología de COVID-19”, es el documento firmado entre el personal de salud y los familiares de personas que murieron a causa del virus o con la sospecha del mismo.
En Sacaba, los cadáveres de fallecidos con coronavirus solo se pueden cremar. En Cochabamba, desde el pasado fin de semana, hay dos opciones, una es la cremación y la otra, el entierro bajo tierra, según la directora de Salud de la Alcaldía, Giovanna Colodro.
Los dolientes de las familias Mamani, Choque y Anagua se encuentran desde primeras horas de la mañana en las puertas del Cementerio General de Cochabamba. Caminan justos entre la Administración, la puerta del camposanto y la incertidumbre de no saber dónde estaban sus difuntos, quienes murieron en el Hospital del Sud con “sospecha de coronavirus”, según informan, aunque también exponen su desconfianza y duda.
Un ataúd listo para enterrar en el sector de la capilla del Cementerio General. NOÉ PORTUGAL
Solo les dijeron que serían enterrados en la mañana, pero no pudieron ver dónde.
Todavía conmovidos por la muerte, entre lágrimas que caen y se esconden tras sus barbijos, expresan su malestar y resignación de haber firmado un papel que autoriza el entierro “bajo tierra” de sus seres queridos, un papá, un esposo y un tío, respectivamente.
El manejo de los cadáveres debe realizarse con el uso de material especial, como bolsas de plástico específicas. El hijo de uno de los difuntos manifiesta que él insistió en además poner a su padre en un ataúd. “Con el lunes ya era una semana que mi papá estaba en el hospital (muerto). No le he podido sacar (…). Ahora, los cuerpos tenían que entrar por la puerta principal. Pero, nos dicen que ya están adentro. Parece que nos han engañado y que les van a poner a una fosa común”, cuestiona.
“No nos dejan ingresar para saber dónde están enterrados nuestros difuntos”.
La esposa de otro de los fallecidos expresa las mismas dudas y hace énfasis en su incredulidad en la enfermedad. “Uno entra al hospital y sale muerto. A todo le dicen coronavirus”, llora.
“Queremos saber dónde les entierran, para dejarles una vela, una flor”.
La familiar del tercer fallecido tiene no solo barbijo; está cubierta de pies a cabeza con un traje de bioseguridad color azul marino. Ella tiene en la mano una bolsa negra flores rojas y una cruz con el nombre del difunto, que pretende dejar en la tumba. Pero, no puede hacerlo.
La Directora de Salud explica que la guía del manejo de fallecidos por COVID-19 tuvo una última modificación en mayo. Ahora se establece que puede haber cremaciones, entierros bajo tierra e incluso colocarse en nichos. Sin embargo, en la ciudad se decidió, por ahora, solo hacer incineraciones y, desde el pasado fin de semana, entierros en el suelo. Argumenta que se consideró que hay gente que no quiere incinerar a su difunto y quiere un espacio para visitarlo.
“Con ese análisis, se ha visto la posibilidad de no enterrarlos como se hace normalmente con los fallecidos bajo tierra a una distancia determinada, si no enterrarlos juntos, uno al lado del otro, cosa de que tengan la posibilidad de poner una cruz, ir a visitarlos”.
Aclara que no es una fosa común, porque no se dispone los cuerpos uno sobre otro; sino que se trata de “una zanja larga”, donde se colocan uno al lado de otro.
Colodro acota que el objetivo de esta alternativa es evitar la acumulación de cadáveres por muchos días, para que no se descompongan por el tiempo de permanencia en los hospitales.
Es voluntario. Los familiares de quienes mueren con COVID-19 pueden decidir entre cremar o enterrar en el suelo a su difunto. En ninguno de los casos deben pagar. Pero, en caso de cremación los servicios funerarios si corren por cuenta de los dolientes.
Los dolientes no pueden ingresar a estos entierros. La idea es que no se entierren con cajones. Sin embargo, Colodro sostiene que aceptaron un par de casos.
Al existir la imposibilidad de ingreso, los familiares desconocen el lugar del enterratorio. La autoridad municipal de Salud detalla que existe un registro de dónde está cada uno, con un plano para ubicarlos.
“Se les ha explicado que una vez que esta epidemia disminuya, seguramente habrá aperturas de posibilidades de ingreso”.
En el caso de las cremaciones, el Administrador del Cementerio asegura que se da prioridad a los casos confirmados de COVID-19. Los casos sospechosos “pueden esperar uno, dos o hasta tres días, hasta que salgan los resultados”.
Trabajadores del cementerio depositan un cadáver NN en la fosa común. NOÉ PORTUGAL
CÁMARA DE DESINFECCIÓN
La pandemia por el coronavirus, COVID-19, suma muertos y obliga a cumplir protocolos en los sepelios. Pero, también hay entierros comunes, que dejaron de ser los normales, porque no son como antes, de personas que tuvieron muerte natural o fallecieron por enfermedades no relacionadas con el virus.
El Cementerio General de Cochabamba tiene menos actividad que antes de la pandemia. Pero, ya volvieron a abrir algunos puestos de floristas y de venta de refrescos, y también reaparecieron los rezadores para “elevar una oración por el alma de (…)”.
Antes, muchos sepelios se realizaban con decenas y decenas de personas que acompañaban a los dolientes. En muchos casos, el dolor se acompañaba con bandas que, entre otros, interpretaban boleros de caballería como “Terremoto de Sipe Sipe”, al ritmo de viento y percusión.
Ahora, los carros fúnebres llegan en silencio; y no más de 10 personas acompañan al féretro, es que las aglomeraciones se tienen que evitar.
El ritmo de las ceremonias está ahora en la voz de los rezadores. “En el nombre del padre, del hijo, del Espíritu Santo (…) Padre nuestro, que estás en el cielo (…). Dios te salve María, llena eres de gracia (…). Estos tres padrenuestros y tres avemarías gloriados (…)”, elevan oraciones apresurados en las puertas del cementerio, la principal o la del sector de la capilla, donde corresponda el entierro.
En el sector de la capilla, sin abrir aún las puertas, se inician las oraciones, mientras los encargados de la funeraria arman un pasillo con arreglos florales, que antes hubiese sujetado quienes acompañaban el funeral.
“Santo, santo, santo es el Señor (…). Ave María purísima. Sin pecado concebida”, continúan las oraciones mientras suenan campanillas.
Una familiar explica y aclara que el difunto es una persona de la tercera edad que murió por una enfermedad: cáncer, no por coronavirus.
“Nos dijeron que podíamos ingresar 10 personas. Pero, ahora dicen que solo cuatro. Creo que solo entrarán sus hijos, aunque queremos que entre una de sus nietas también”, comenta.
En pocos minutos llega otro carro fúnebre, y se acomoda cerca de la puerta principal.
De inmediato aparece un funcionario del Cementerio y extiende dos cintas amarillas con la inscripción “peligro”, para evitar que la gente se aglomere y se acomode a los lados.
Aparece otro rezador: “¿Me pueden acompañar para dar el último adiós? En el nombre del padre, del hijo, del Espíritu Santo. Amén. Vamos a rezar tres padrenuestros y tres avemarías gloriados, ¿por el almita de? (…)”.
También hay una decena de personas, y otras tantas más alejadas, esperando otros entierros.
Los sollozos de los dolientes quiebran esos momentos. El funcionario del Cementerio aclara con voz baja y calmada: “¿Quiénes van a ingresar? Solo cuatro personas, ¿ya?, y directo a la cámara de desinfección”.
Todos tienen al menos barbijos y algunos, trajes de bioseguridad. Se abren las dos puertas y hacia la derecha encienden el túnel de desinfección por donde pasa primero el ataúd jalado o empujado por los encargados del entierro. Por detrás van los pocos dolientes.
El Administrador del Cementerio explica que se controla la cantidad de personas que ingresan. Añade que los adultos mayores y los niños tienen restringida la entrada. “No sabemos hasta cuándo va a ser así”.
Las puertas están por cerrar, pero ya hay otro ataúd y otros dolientes listos para ingresar.
ALMAS OLVIDADAS
Las denominadas almas olvidadas que antes eran visitadas los lunes, por gente que les tiene fe y cree en sus favores milagrosos, dejaron de recibir rezos y flores, desde hace tres meses, cuando se endurecieron las medidas por la pandemia del coronavirus, COVID-19, y se cerró el Cementerio General a las visitas.
La fosa común está en un rincón del camposanto, y siempre existió. El Administrador del Cementerio explica que ahí entierran los cadáveres que nadie reclama, los NN, en buena parte indigentes.
El Instituto de Investigaciones Forenses (IDIF) dispone de los cuerpos y los envía para su entierro en esa fosa.
En la actualidad, en caso de que haya muertos con COVID.19 que no son identificados, primero deben ser cremados, luego son cenizas irían también a la fosa común.
Desde que inició la crisis sanitaria, aunque entra menos gente, el trabajo dentro del cementerio es mayor. Hay cremaciones de personas que murieron a causa de la pandemia, existen entierros bajo suelo para quienes no quieren que sus difuntos sean cremados y continúan los entierros comunes; pero, además, cada cierto tiempo llegan los cadáveres con orden fiscal de personas no identificadas, esos cuerpos van a la fosa común.
El pasado domingo, llegaron varios cadáveres, unos ocho. El IDIF acumula los cadáveres que no son reclamados por sus familiares y los envía luego al Cementerio General.
A este lugar que siempre existió en el camposanto, ya no se llevan flores ni se hacen oraciones, y continuará desolado mientras dure la pandemia.
La actividad al interior del cementerio es silenciosa.
Pero, afuera, como desde media hora antes del mediodía, parece que podría descontrolarse. Los entierros comunes son más. Literalmente, los ataúdes están en fila para el ingreso. Es que el Cementerio solo se abre hasta las doce o doce y media.
Los familiares de los fallecidos con COVID-19, aunque más calmados, continúan buscando información de dónde fueron o serán enterrados sus difuntos.
Se va vaciando la zona. En el suelo, al ingreso al cementerio, quedaron pétalos de flores como una alfombra. Todavía no retiran las cintas amarillas que dicen “peligro” y se puede ver el letrero que en la puerta expone: “`Por riesgo alto, no habrá ingreso al cementerio”.
El horno crematorio sigue encendido.
Se va a tener que conmemorar de maneras menos colectivas
NOHELIA SAHUNERO BAYÁ
ANTROPÓLOGA
Los cuerpos no solamente representan la parte que se ha perdido, son también un enlace con la naturaleza, un retorno. Por eso, los huesos de los ancestros, reservaban también los de los caciques, otorgaban la fuerza a partir de los vestigios corporales físicos. En cambio, ahora, que están cremando los cuerpos, se va a perder mucho de eso.
Imagino que también es como el inicio de una nueva era en la que las tradiciones y los rituales van a tener que cambiar al menos por un tiempo. No sé cómo pueda resultar después de esta situación, porque no sabemos cuánto va a durar. Pero, sí queda como claro que a partir de nuestra individualidad y también de nuestra identidad, que es algo cambiante, algo móvil, que construimos también las sociedades, algo va a cambiar profundamente.
Supongo que ya vamos a estar viendo cómo se van a manifestar este tipo de ritos, de conmemorar de maneras tal vez menos colectivas, tal vez llevarlas a un plano incluso de las redes sociales. He visto cómo familiares de muchas personas que han muerto con coronavirus, hacer reuniones por zoom a modo de velatorio. Es claro cómo estamos asimilando una pandemia y el no poder estar no poder realizar una simple despedida a nuestros seres queridos.
En nuestra historia boliviana no se pasó por algo así, más allá de lo que sí ha cambiado después de la llegada de los españoles, con ese espacio de idolatrías y la prohibición de sacar a los muertos que, como conocemos, se hacía en la fiesta de Todos Santos. Luego se sacaban solo las cabezas, y se convirtió en la fiesta de las Ñatitas. Ahí sí ha cambiado la manera en la que se rinde culto a los ancestros, a los antepasados (…).
Pero, con esto de la pandemia, es algo más global lo estamos viendo a nivel mundial (…).