Chichuriru, el gánster cruceño que fue estrangulado por un cinta negra
Corría el año 2003, cuando miles de bolivianos se sorprendían al ver la transmisión, en Red Uno, de una entrevista que un periodista de un canal alemán le hacía a Mauricio Suárez Saucedo, alias Chichuriru, en la cárcel de Palmasola, en la ciudad de Santa Cruz.
En las imágenes, Suárez aparecía vestido como un magnate dentro del penal y miraba desafiante a las cámaras mientras espetaba: "Nada pasa en Santa Cruz, sin mi consentimiento”. Luego, el hombre se levantaba la polera para dejar al descubierto un revólver calibre 38 automático en su cintura y argumentaba: "Esta es mi protección personal”.
Rodeando al Chichuriru estaban sus guardaespaldas, también armados. En un afán de mostrar cuán poderoso era, Suárez empezó a describirle al periodista extranjero todo lo que hacía, pese a estar encerrado en Palmasola.
En primera instancia, aseguró que él dirigía y conocía todos los robos de vehículos y atracos en Santa Cruz. El periodista le expresó sus dudas al respecto, y Chichuriru mostró un celular Nokia rojo diciéndole que cada asalto debía ser autorizado por él. Describió cómo planificaba y ejecutaba los golpes desde el penal.
Mauricio Suárez no medía más de 1.65 metros, tenía una contextura muy delgada, cabello rizado y rostro aniñado. “No dabas ni un peso por él, pero era muy cruel y abusivo”, relatan exreclusos. Contaba con guardaespaldas fornidos y agresivos que se encargaban de atenderlo “como a un rey”. Uno de ellos, conocido como Rambo, acotó durante la entrevista que Chichuriru había instruido el cobro de "impuestos" dentro de la cárcel, y ellos se encargaban de la recaudación.
Por ejemplo, los reclusos que querían evitar golpizas "o simplemente vivir", debían pagar un “derecho de vida”. Los que necesitaban "protección" podían solicitarla y pagar "un aporte" por ella. Para probarle lo que hacían, Rambo aparece en otra escena cobrando un derecho de vida a un interno.
Otro de los guardaespaldas que aparece en el video junto al Chichuriru es su pariente Richard Suárez, alias El Pitillo. En una de las imágenes, Pitillo llama la atención del camarógrafo que lo sigue mientras él se agacha para extraer del taco de una de sus botas militares un pequeño paquete con cocaína. “Cada porción vale cinco bolivianos aquí adentro”, explica, mientras coloca su nariz sobre el estupefaciente. Tras inhalarlo, su rostro hace una mueca de satisfacción plena. Luego cuenta cómo se apropian de los cuchillos y otras armas blancas de la cocina. En escena aparece un supuesto policía que se cubre la cara con su chamarra verde olivo y que cuenta que ellos cobran un monto por el ingreso de electrodomésticos, material de trabajo o cualquier cosa que precisen los reos. Otra especie de "impuesto". El efectivo añade que los ajustes de cuentas dentro de Palmasola suelen ser disfrazados de "suicidios" en los informes oficiales.
En el video de la entrevista también aparecen otros delincuentes que comparten con el Chichuriru y varias mujeres con sendos platos de comida criolla y que beben whisky de marcas reconocidas.
La nota de televisión presentaba subtítulos en español como: “Aquí se impone la ley del más fuerte”. “Los jefes de las bandas viven como reyes”. “El Chichuriru es tratado como un magnate”.
El reportaje se convirtió en un escándalo nacional, y aunque los reos dijeron que todo fue un montaje porque los gringos les pagaron 2.000 dólares para "actuar" esas escenas, nadie les creyó porque la ola de asaltos, de robos de vehículos e inseguridad en Santa Cruz era grande y coincidía con todo lo relatado en la entrevista. Así como en Cochabamba se sabía que las víctimas de robos de vehículo debían buscar a El Tancara para negociar en el interior de la cárcel el monto que debían pagar para poder rescatar sus vehículos; en Santa Cruz era vox populi que, en similar situación, El Chichuriru era la voz autorizada.
El mismo italiano detenido por narcotráfico, Marco Marino Diodato, declaró entonces que Chichuriru era el terror de la cárcel. “Él es quien cobra el dinero que deben pagar los presos recién llegados a la cárcel. Él dice a quién deben golpear y a quién deben proteger. Tiene su propia organización interna que es la que manda en el penal”.
Los periodistas corrieron a reconstruir la historia de Mauricio Suárez y así se supo que había cumplido 36 años; que estaba casado con Magui Viveros, que tenía tres hijos y una casa por la avenida Mutualista. Lo llamaban Chichuriru por su contextura frágil, parecida al de un ave pequeña que habita en Santa Cruz y que es considerada “muy dañiña y destructora”. Era el cabecilla de la banda Los Cachupines y fue detenido, por primera vez, en 1989. En sus antecedentes figuraban cinco detenciones por robos agravados de vehículos, una como sospechoso del asesinato del ingeniero Rafael Arias Paz, y otra por el secuestro de un niño, el hijo de un exrecluso de apellido Villagrán.
La Policía había intentado aislarlo en la sección de Chonchocorito, en el mismo penal de Palmasola, pero su defensa presentó un hábeas corpus y fue reintegrado a su celda en Régimen Abierto.
Al cumplir más de dos años preso, sin sentencia, le habían autorizado el pago de una fianza económica de 20.000 bolivianos para que pudiera salir en libertad, pero él optó por no hacerlo porque, según la Policía, le convenía permanecer en Palmasola ya que desde allí manejaba el tráfico de vehículos en la ciudad de Santa Cruz.
El 27 de noviembre de 2003, tras el escándalo, Mauricio Suárez fue trasladado al penal de Chonchocoro junto a otros 16 delincuentes considerados “de extrema peligrosidad”. Después se supo que entre ellos estaban varios de sus enemigos. Según su esposa Magui, el más acérrimo era Willy Pérez, alias El Gringo Azogue, con quien había tenido varias disputas. El 7 de diciembre de 2003, lejos de su sistema de protección, Chichuriru fue estrangulado en la celda que compartía con los otros 16 presos, y luego colgado de la ventana para simular un suicidio.
12.000 dólares pagaba al mes
Chichuriru a sus guardaespaldas, para que lo protegieran de sus enemigos. Según testigos de Palmasola, el gánster manejaba hasta 120.000 dólares mensuales por el tráfico de carros robados, atracos y extorsisiones.
Sentenciaron a sus asesinos
La autopsia de Mauricio Suárez Saucedo reveló que había sido golpeado previamente. Tenía múltiples hematomas en la región abdominal y cuatro surcos quimóticos en el cuello, lo que permitió confirmar que había sido asesinado.
La Policia logró esclarecer que el gánster cruceño había sido atacado por el Gringo Azogue, pero con la complicidad de sus guardaespaldas, a quienes les habría ofrecido más dinero del que les pagaba Chiruchiru. Williams Pérez Azogue fue sentenciado a 20 años de reclusión por el delito de homicidio. Los jueces también condenaron a 10 años de reclusión a Elito Limón Sánchez por complicidad, pero absolvieron a Erlan Limón Sánchez. Gringo Azogue admitió el delito delante de los jueces. "Yo fui el que mató a la rata esa en una pelea. Chichuriru me brincó, le quebré el cogote y cuando lo ví estaba muerto, no me aguantó dos minutos. Era bravo, así chiquitingo, pero él no sabía que yo soy experto en artes marciales", dijo. Luego el Gringo se convirtió en el nuevo extorsionador de Chonchocoro.