Opinión Bolivia

  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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FAMILIARES DEL JOVEN DE 16 AÑOS QUE MURIÓ EN ABRIL DE 2000 NARRAN LOS MOMENTOS DE INCERTIDUMBRE, SORPRESA Y DOLOR AL ENTERARSE DE LA MUERTE DEL HIJO MÁS QUERIDO DE ESTE HOGAR

Víctor Hugo Daza, el último suspiro que puso fin a la Guerra

Víctor Hugo Daza, el último suspiro que puso fin a la Guerra



“¡Un muerto...!, ¡Un muerto...!” eran los gritos de un alborotado grupo que se abría paso por las calles llevando a cuestas el cuerpo de Víctor Hugo Daza, un joven de 16 años herido de muerte durante la jornada final de la Guerra del Agua en abril de 2000.

Eran aproximadamente las 16:00 horas y Víctor Hugo salía de una irregular jornada de trabajo. Ningún vehículo circulaba por las calles, todos los negocios cerrados, las barricadas y ruidos de petardos anunciaban que la Guerra del Agua aún continuaba.

Luego de cumplir con su trabajo en una radio cristiana de la avenida 9 de Abril, buscaba sin éxito algo de comer. Su paso fue interrumpido por un grupo de manifestantes, en el que rápidamente se vio rodeado.

Enseguida, un grupo de militares llegó e inició la represión. Hasta entonces, las granadas de gas lacrimógeno y balines obligaban a los manifestantes ponerse a buen recaudo.

“¡Agachate!”, le gritó uno de los jóvenes, pero antes de que pudiera reaccionar Víctor Hugo ya había sido atrapado por una bala en el labio superior que le destrozó la cara.

Cayó al suelo y en medio de la trifulca trataban de arrastrarlo y alejarlo del peligro. Con solo una camilla improvisada, los intentos de socorrerlo fueron vanos. La herida era fulminante y Víctor Hugo había dado su último aliento... “La gente que lo ayudó me dijo que él levantó el brazo y gritó ‘¡Paz por favor. Paz! y murió entre la turba”, recuerda Verónica, su hermana mayor.

En pocos minutos los medios hacían eco de lo ocurrido. “Un joven de aproximadamente 17 años ha muerto”, decían los despachos informativos.

Nadie lo conocía y fueron las primeras imágenes por televisión que ayudaron a sus familiares a identificarlo. Fue su hermano mayor, José Luis (entonces de 25 años), quien lo reconoció.

En ese momento, José Luis estaba reunido con un grupo de cristianos cuando, desde el patio, alguien gritó diciendo. “¡Un joven ha muerto!”, y todos corrieron a ver la televisión.

La víctima llevaba las zapatillas que José Luis le había regalado a Víctor Hugo. “Es mi hermano”, dijo y salió corriendo desde el Cerro San Miguel hasta la Plaza Principal.

Minutos después, Verónica, quien retornaba de su larga búsqueda de pan, también recibía la noticia. “Parece que es tu hermano Vero. En la tele dice que un joven ha muerto y se llama Víctor Hugo Daza”, le decía uno de sus cuñados. “No lo podía creer, pero lo volvieron a mostrar por la tele y era él, era su ropa... Le llamé a mi mamá y ella no sabía nada, me decía ‘nada que ver’, ‘en la tele no han mostrado nada de eso’. Y la antena de su casa se había caído y tuvo que ir a lo de un vecino para ver”.

Entre el desconcierto y la pena, su madre Carmen emprendió una desesperada carrera hacia el centro de la ciudad. Ella vivía por el kilómetro 5.5 hacia Quillacollo y, con la ayuda de vecinos, pudo despejar las calles de las piedras y barricadas que impedían la circulación a cada paso.

Llegó a la Plaza 14 de Septiembre cuando ya la noche había caído y una gran multitud rodeaba el cadáver de su hijo. “No le dejaban entrar. Ella gritaba ‘¡Es mi hijo. Es mi hijo!’ pero la gente no le dejaba acercarse, le decían que su mamá ya estaba ahí con él. Resulta que era una amiga de mi mamá que lo reconoció y la gente dedujo que era su madre”, recuerda la hermana.

Su cuerpo fue velado en el templo de la Compañía de Jesús. “A mí me dio una hemorragia, pero igual al día siguiente, mi esposo y mi suegro consiguieron unas bicicletas y me llevaron cargada de mi bebé”, relata Verónica.

La madre de Víctor Hugo abrazaba su féretro y frente a ella estaban su novia y amigos del colegio que lloraban la pérdida.

Era un día muy soleado y el cortejo fúnebre partió de la Plaza rodeado de una interminable fila de manifestantes que hicieron el alto definitivo a las protestas. “Mucha gente se quitoneaba por llevar el féretro. Yo no conocía a nadie, pero todos lloraban y mi madre que se desmayaba y la hacían reaccionar a cada paso”, cuenta la hermana.

En el ingreso al Cementerio General, la multitud se había apostado a los lados de la colina de la Coronilla y mientras ondeaban los pañuelos blancos daban el último adiós a Víctor Hugo, pero también avivaban su anhelo de justicia.

Fue monseñor Tito Solari, quien ofreció las últimas oraciones.

“De algún modo siento que el último deseo de mi hermano se cumplió... con su muerte se terminaron todos los enfrentamientos, su muerte obligó a las autoridades a sentarse a solucionar el problema”, dice Verónica.

La madre del joven mártir nunca recibió una indemnización, pero sí le ofrecieron una vivienda temporal y trabajo que le fue cedido a la hermana de Víctor Hugo. Hace pocos meses, la madre, tuvo que abandonar la ciudad luego de haber sufrido un atraco. Las deudas la acorralaron y se mudó a otro departamento hasta que pueda reunir el dinero.