Bolivia en EEUU 94: “La obligación de perder”
14 de abril de 2015 (19:39 h.)
Para la selección de Bolivia, ganar la clasificación para el Mundial del 94 fue como llegar a la luna. Este país, acorralado por la geografía y maltratado por la historia, había estado en otros Mundiales, pero siempre por invitación, y había perdido todos los partidos con ningún gol a favor.
La tarea del técnico Xabier Azkargorta estaba dando frutos, y no solo en el estadio de La Paz, donde se juega sobre las nubes, sino también al nivel del mar. El fútbol boliviano demostraba que la altura no era su único gran jugador, y que bien podía quitarse de encima el complejo que lo obligaba a perder los partidos antes de que empezaran. En las eliminatorias, Bolivia se lució. Melgar y Baldivieso, en el medio campo, y adelante Sánchez y sobre todo Etcheverry, llamado "el Diablo", fueron aplaudidos por públicos diversos y exigentes.
Quiso la suerte, la mala suerte, que a Bolivia le tocara inaugurar el Mundial enfrentando a la todapoderosa Alemania. Pulgarcito contra Rambo. Pero ocurrió lo que nadie hubiera podido prever: en lugar de encogerse, asustada, en el área chica, Bolivia se lanzó al ataque. No jugó de igual a igual, no: jugó de mayor a menor. Alemania, desconcertada, corría, y Bolivia gozaba. Y así fue hasta que, a cierta altura del partido, el astro boliviano Marco Antonio Etcheverry entró en la cancha y un minuto después lanzó una absurda patada a Matthaus y se hizo echar. Y entonces, Bolivia se desmoronó, arrepentida de haber pecado contra el destino que la obliga a perder, como si obedeciera a quién sabe cual secreta maldición venida del fondo de los siglos.
*Este texto hace parte del libro “El fútbol a sol y sombra”.
La tarea del técnico Xabier Azkargorta estaba dando frutos, y no solo en el estadio de La Paz, donde se juega sobre las nubes, sino también al nivel del mar. El fútbol boliviano demostraba que la altura no era su único gran jugador, y que bien podía quitarse de encima el complejo que lo obligaba a perder los partidos antes de que empezaran. En las eliminatorias, Bolivia se lució. Melgar y Baldivieso, en el medio campo, y adelante Sánchez y sobre todo Etcheverry, llamado "el Diablo", fueron aplaudidos por públicos diversos y exigentes.
Quiso la suerte, la mala suerte, que a Bolivia le tocara inaugurar el Mundial enfrentando a la todapoderosa Alemania. Pulgarcito contra Rambo. Pero ocurrió lo que nadie hubiera podido prever: en lugar de encogerse, asustada, en el área chica, Bolivia se lanzó al ataque. No jugó de igual a igual, no: jugó de mayor a menor. Alemania, desconcertada, corría, y Bolivia gozaba. Y así fue hasta que, a cierta altura del partido, el astro boliviano Marco Antonio Etcheverry entró en la cancha y un minuto después lanzó una absurda patada a Matthaus y se hizo echar. Y entonces, Bolivia se desmoronó, arrepentida de haber pecado contra el destino que la obliga a perder, como si obedeciera a quién sabe cual secreta maldición venida del fondo de los siglos.
*Este texto hace parte del libro “El fútbol a sol y sombra”.