Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
  • Actualizado 00:01

Cueto, la leyenda del pedal, ahora estudia a las abejas y se vuelca a la naturaleza

El quillacolleño de 67 años, el mejor ciclista que tuvo Bolivia en la historia del pedal, siente fascinación por el insecto que genera el propóleo. “Cuando era deportista nunca tuve un kilo de miel porque no alcanzaba”, recuerda

Cueto, la leyenda del pedal, ahora estudia a las abejas y se vuelca a la naturaleza

Edgar Cueto, el exciclista quillacolleño que fue reconocido como el “Mejor Deportista del Siglo XX de Bolivia” y aquel que conquistó 168 títulos internacionales hasta sus 32 años, transita una vida serena, cuando está próximo a cumplir 68 (el 10 de agosto pisará esa cifra).

Lejos de la adrenalina que le solía producir la propia competencia, el hombre se mantiene entero y ha decidido dedicar su vida al estudio del comportamiento de la abeja, ese animal que tanto admira desde que era un adolescente y que asume como “increíble”.

Tiene colmenas en la terraza de su casa. Las vigila con detenimiento y se encarga de aprovechar sus trabajos bondadosos para comercializarlos a través de la miel y el propóleo, siempre entre los vecinos más cercanos. “Más que fanatismo, esto es por la curiosidad de ver cómo Dios padre creó a este animalito para darnos más vida”.

Cueto, la leyenda del pedal que hace aproximadamente tres años sufrió un accidente cuando se trasladaba en camión hasta Arica, rememora, el “pase libre” que le dio un artículo que OPINIÓN le dedicó en 2014, bajo el título “El hombre que vence al tiempo”. “Los policías chilenos me ayudaron mucho. Me ven con el tráiler y hasta ahora me saludan, ja ja”, celebra.

P: ¿Cómo lleva este tiempo, señor Edgar?

R: Estoy con una vida tranquila, aunque desesperado de trabajar porque tengo responsabilidades con terceros. Me siento muy bien de salud, pero, repito, quiero salir a la ruta para seguir haciendo patria.

P: ¿Aún conserva sus árboles de fruta?

R: Claro. Estamos con las frutas, preparando el vinagre de manzana. Ayudando a mi esposa a elaborarlo, mejor dicho, ja ja. Me levanto muy temprano porque no es dormir, nomás. A las 3:00 ya quiero salir de la cama, pero hay que quedarse. Ya a las 6:00 no puedo más. Continúo estudiando a las abejas. Persigo su saliva, que se llama enzima. Es fundamental para vivir con la sangre limpia.

P: ¿Es fanático de las abejas?

R: Sí. Justamente porque cuando era deportista nunca tuve un kilo de miel porque no alcanzaba para eso. Ahora sí. Más que fanatismo, es por la curiosidad de ver cómo Dios padre creó a este animalito para darnos más vida. Con el propóleo uno no conoce gripe ni resfríos. Siempre estoy con la mente de 15 o 20 años y con mucha voluntad.

P: Se conserva delgado, no tiene kilos de más…

R: Es nuestra naturaleza, nuestra formación, la disciplina. Ojalá todos fuéramos así.

P: No sale a la calle para nada, ¿no?

R: No. Tenemos aquí a la mamá de mi esposa, que recién la hemos recogido de la clínica. Y como está con bajas defensas, hay que cuidarla. Por ahí me contagio y le traigo.

P: Siempre rodeado de lo natural…

R: Sí, además de producir vinagre de manzana y propóleo, hacemos frutas secas y mermeladas. Todo empezó con la mamá de mi esposa. Se dio la cadena. Yo soy el arrimado, ja ja.

P: ¿Sigue ligado al recuerdo de su época competitiva con la TV?

R: Uy, sí. No me pierdo las carreras. Estuve con el Giro de Italia, el Tour de Francia, la Vuelta a España y otras más. Lo veo muy seguido al colombiano Nairo Quintana. El ciclismo es mi enfermedad. De hecho, en Montero ayudo a gente muy joven. Me metí en eso. Si vieran cómo me acoge la gente… También colaboro con gente de Arica. De hecho, desde allá me piden miel y propóleo. Aún recuerdo el accidente en Chile. Iba en camión y me pidieron la carpeta, cuando se chocó uno de nuestros trailers. No me podía parar por los nervios y el shock. El Policía me dijo: ‘señor, traiga su folder, ¿quién es el responsable?’. Tomó mi carpeta y lo primero que salió fue el periódico. Tengo fotocopias. Miró, abrió y me preguntó si ese era yo. Contesté que sí, que fui ese en mi otra vida. Leyó lo principal y luego me ayudó en todo. Me quedé ahí. Al día siguiente, la Policía me traía de comer. Ahora, cuando me ven con el camión, me saludan. Me reconocen.