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  • Diario Digital | miércoles, 24 de abril de 2024
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Festivales de cine en Bolivia: entre la apatía del gremio y falta de identidad

Tres coordinadores señalan la ausencia de un horizonte claro y el apoyo financiero como principales obstáculos para la continuidad y sustentabilidad de los eventos cinematográficos. 
Festivales de cine en Bolivia: entre la apatía del gremio y falta de identidad

Los festivales de cine se constituyen como un pilar fundamental en la construcción de las cinematografías nacionales. Son la vitrina de la producción local reciente y la selección de lo mejor en cuanto a filmes que han destacado en su paso por el exterior. 

En Bolivia, estas plataformas suelen ser inconstantes, fallando en la continuidad. El portal especializado Imagen Docs reveló que la década comenzó con 12 festivales de los que solo sobrevivieron 8. 

Tres programadores y cofundadores de los principales festivales atribuyen el problema a la falta de identidad y bases de las muestras, el desinterés del gremio y la sustentabilidad económica. 

SIN IDENTIDAD “Los festivales son, ante todo, una institución. Los criterios curatoriales los hacen. El problema con los programadores en Bolivia es que no plantean estrategias de sostenibilidad, no hay horizontes ni objetivos claros de por qué se hacen las muestras. Responden a necesidades de un público, pero a este mismo se lo debe respetar”, comenta Sergio Zapata, cofundador del Festival de Cine Radical. 

El Radical lleva seis años realizándose de manera consecutiva. Su sede es La Paz y El Alto, pero en años pasados se llevaron muestras a Santa Cruz y Cochabamba. En su última versión se proyectaron más de 100 filmes divididos en hasta 11 secciones. 

Para los fundadores lo que hace al festival es su selección de películas que buscan “nuevas formas de filmar, investigaciones visuales y que asuman riesgos formales, repensando los modos de producción y estrategias de exhibición”.

La línea editorial es un aspecto necesario y cuidado de igual manera por el Festival de Cine Documental A Cielo Abierto, celebrado cada tres años, donde el programa es armado en coordinación con curadores de otros festivales de la región, como, por ejemplo, el Festival Internacional de Cine Independiente El Palomar (EPA) de Argentina. 

Las cintas proyectadas no responden a una convocatoria abierta, sino que han sido seleccionadas por “particularidades interesantes en el lenguaje o tema”, como indica su coordinadora, Alba Balderrama. 

“Falla la originalidad a la hora de construir festivales. Bolivia no es un país muy grande en cuanto a lo cinematográfico, por lo que la programación se agota y se repite. Se quedan los festivales con temáticas clara”, sostiene la gestora Balderrama.

Asimismo, para Zapata, los festivales, más allá de la proyección de películas, deben constituir un espacio de formación, de intereses y promoción cultural. El A Cielo Abierto, por su parte, otorga un fondo de 10 mil dólares a un documental boliviano en etapa de producción. 

Comparte el pensamiento Juan Pablo Ávila, cofundador del Festival de Cine de Oruro Diablo de Oro que este año celebra su octava versión y ofrece anualmente varias charlas y laboratorios con los realizadores. 

APATÍA DEL GREMIO Ávila refiere que a pesar que siempre se invitan a todos los cineastas, “no todos quieren ir. Tenemos la impresión de que el Diablo de Oro es un estorbo para ellos”, comenta. 

De ahí parte otro de los problemas fundamentales para lso festivales nacionales en que los tres programadores entrevistados coinciden: la apatía del sector. 

“El gremio vive en otra. De las 18 organizaciones que dicen ser activas, ninguno tiene relación con los festivales. Lo que deja claro el desinterés, quiero creerlo así y no ignorancia, que existe en la comunidad. Solo quieren hacer películas pensando que solas van a aparecer en pantallas; cuando existe curadoría, gestiones y crítica”, opina Zapata. 

 Esta falta de cohesión en el gremio es visible en la nueva ley de cine que se aprobó el año pasado y en días pasados lanzó su primer fondo de siete millones de bolivianos. En su proceso de elaboración, algunos cineastas, principalmente cochabambinos, denunciaban una exclusión a la hora de consensuar los principios del decreto, acusando de un centralismo de un grupo único. 

AUTOSUSTENTABILIDAD Como tercera traba para la continuidad y establecimiento de festivales se apunta a la sustentabilidad económica. 

El A Cielo Abierto es dependiente de la Fundación Simón I. Patiño, mientras que el Radical ha buscado soluciones en fondos concursables como el Premio Eduardo Abaroa, el Programa de Intervenciones Urbanas (PIU), además de contar con el apoyo en su momento del Centro Cultural de España en La Paz y el Goethe Institute. 

Por su parte, el Diablo de Oro es autosustentado con aportes y financiamiento propio. “No existen políticas culturales serias y la empresa privada no considera aportar. Hacer un festival de cine en Oruro requiere el doble de esfuerzos, todos los fondos están destinados al Carnaval, pareciera que no existiera una noción artística más allá de eso”, declara Ávila. 

La primera edición del Diablo de Oro se llevó a cabo en 2005. En 2007 se da una pausa porque la carrera de Comunicación de la Universidad Técnica de Oruro (UTO) quiso hacerse cargo sin llevar a cabo ninguna gestión, de acuerdo a Ávila. Como particularidad, este festival orureño entrega premios, los “diablos de oro”, a la mejor película y lo sobresaliente en las interpretaciones femeninas y masculinas.  Galardonó a lo mejor de la producción nacional del año, llevándose a cabo cada fin de temporada. 

La problemática de la ausencia de financiamiento, para Balderrama, no se restringe solo al cine, sino a cualquiera de las artes en el país que son iniciativas particulares que se van debilitando a lo largo del tiempo, si no se cuenta con apoyo público o de instituciones sin fines de lucro. 

PLATAFORMA DE EXHIBICIÓN Uno de los principales desafíos de la cinematografía nacional es encontrar espacios de difusión. 

Ante el limitado espacio y tiempo de proyección, que ofrecen la salas comerciales y con una cuota de pantalla para las películas bolivianas aún por implementar a través de la nueva ley de cine, los festivales se presentan como la salida más pertinente. 

Según Zapata, el año pasado los filmes que estuvieron en festivales, un 40% llegó a salas comerciales. “Muchas de las películas que llegan a cines entran porque son distribuidas por las mismas multisalas. No se trata de criterios de calidad. Si la distribuidora está en diálogos de interés con el cine ingresa, sino, no”.

Frente a este panorama, los cineastas apuntan a los festivales internacionales para, después de terminar su recorrido, estrenarse en su país natal.