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  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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Brockmann: "Grupos paramilitares fueron una reacción al abuso de grupos del MAS”

En su más reciente libro, “21 días de resistencia”, el autor defiende a los movimientos como una “insurrección popular”.
El periodista Robert Brockmann.
El periodista Robert Brockmann.
Brockmann: "Grupos paramilitares fueron una reacción al abuso de grupos del MAS”

El periodista y autor de libros de historia, Robert Brockmann, ha lanzado recientemente “21 días de resistencia. La caída de Evo Morales”, publicada por Plural. En el libro, una crónica periodística compuesta por testimonios de personajes públicos y anónimos y de pormenorizaciones de negaciones, el autor toma abiertamente una postura de defender los movimientos que llevaron a la renuncia del expresidente, como una “insurrección popular”. 
En cuanto a los violentos enfrentamientos en los que participaron grupos paramilitares, como la Resistencia Juvenil Kochala, Brockmann lo atribuye a una respuesta  a los abusos de movimientos sociales afines al MAS. En Conversó con este medio sobre las bases del conflicto, los rasgos políticos y cómo se ha visto configurado el escenario para las próximas elecciones a celebrarse el 18 de este mes. 

P: ¿Por qué un historiador ahora se adentra en un conflicto casi inmediato?
R: Fui periodista mucho antes de convertirme en historiador. Mi carrera periodística comienza en 1987, antes de graduarme de la universidad. Dejé de ejercer el periodismo al entrar a trabajar a Naciones Unidas, en 2003, donde tenía prohibido contractualmente opinar sobre temas políticos, de modo que me puse a escribir libros que resultaron ser buenos libros de historia. Publiqué el primero en 2007, pero antes de convertirme en historiador, fui reportero, editor, editor general, corresponsal internacional, subdirector, director, vicepresidente de la Asociación de Periodistas de La Paz, dos veces presidente de la Asociación de Corresponsales de la Prensa Internacional. Así que credenciales para ejercer mi profesión no me faltan. 

P: ¿”21 días de resistencia” podría considerarse como un libro histórico o más bien como uno de crónicas periodísticas?
R: Sin duda es un libro de crónica periodística, que con el tiempo se podrá leer como ensayo histórico. Pero para que esto sea considerado “historia” tendrán que transcurrir como mínimo 30 años. Y como este es un episodio tan trascendental, tan, precisamente, “histórico”, se escribirá todavía mucho sobre él. Y este libro será una buena base historiográfica. En mi experiencia, no es diferente investigar y escribir historia y crónica periodística. Yo no escribo historia con estilo académico, que es imposible de leer, sino historia como relato, como crónica periodística. Lo único que varía es la edad de las fuentes, o si están vivas o muertas, y, por lo tanto, la manera en que se recogen esos testimonios.

P: ¿Crees que en los conflictos existió un rasgo de lucha entre clases-etnia, como otros autores sugirieron? 
R: A lo largo de los casi 14 años de su gobierno, el MAS, con la buena intención de terminar con la exclusión étnica de las mayorías indígenas, incidió, enfatizó, hurgó y puso sal en la herida de la discriminación racial y el racismo. En todos los discursos de autoridades del MAS recogidos en los 21 días, empezando por Evo Morales, sin excepción, ellos giran sobre ese eje. Para el MAS y sus simpatizantes, el levantamiento popular se debió al rechazo personal a Evo, por ser indio y por representar al gobierno de las mayorías indígenas. Pero, lo cierto es que el levantamiento no tuvo que ver con eso, sino con años de socavamiento de la democracia, la fe en el voto, las instituciones llamadas a proteger el voto y la democracia, de limitaciones crecientes para ejercer el voto informado, y, en última instancia, contra el fraude, que se reveló con el apagón del TREP y la sorpresiva diferencia de más del 10% que eliminaba la segunda vuelta, cuanto todas las proyecciones estipulaban que ello no sucedería. Si hubo (“si” condicional) percepción de lucha clase-etnia, esa percepción fue construida desde el discurso conveniente del gobierno y sus escritores afines. 

P: ¿A qué atribuyes los violentos conflictos armados, principalmente en Cochabamba, protagonizados por grupos parapoliciales?
R: Por su cercanía al Chapare, bastión del MAS, la ciudad de Cochabamba tiene sedes importantes de sindicatos cocaleros y otros, que fueron afines y/o clientelares al gobierno del MAS. Durante los casi 14 años de gobierno de Morales, la ciudad y sus habitantes fueron escenario y sujetos de abuso por parte de movimientos sociales que se sabían impunes. La trágica muerte de Christian Urresti fue solo el más grave de muchos eventos en que la ciudad fue agredida y los derechos de sus habitantes, vulnerados. Era lógico que la ciudad reaccionara como lo hizo. No lo estoy justificando, sino solo señalando un hecho: toda acción genera una reacción equivalente. Es un principio de la física. Y Morales recurrió a viejos trucos que le surtieron muy buen resultados durante su largo gobierno: no recurrió a la violencia del Estado para reprimir las legítimas protestas, sino que azuzó y financió a sus movimientos sociales a que se enfrentaran a los pititas. Y además los protegió con la Policía, hasta que la Policía, asqueada, se le dio la vuelta.  

P: Ya a casi un año de las protestas postelectorales, ¿cómo crees que se ha configurado el campo político/social, tomando en cuenta, que próximo a las elecciones, el panorama previo esta siendo similar al de 2019?
R: El panorama es casi idéntico, es una calcomanía al de octubre del año pasado, solo que sin Morales, y con Camacho en lugar de Ortiz. Si Ortiz no hubiera estado en 2019, hubiera sido imposible siquiera ejercer o intentar ocultar el fraude. Hoy, Camacho alude a un voto que no entiendo, que es altamente irracional, acortando las posibilidades de victoria contra el MAS y aumentando las posibilidades de victoria del MAS. Es no entender las dimensiones nacionales del problema y reducirlas a un problema regional. Por otro lado, Arce no es Morales y el MAS está disminuido, pero, con casi un tercio de los votos del país, sigue siendo la peor amenaza contra la democracia.