Opinión Bolivia

  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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Niños aprenden entre el tráfico, bocinas y gases

Gimar y Thiago hacen el esfuerzo por mantener las orejas pegadas a los celulares en las clases.
Gimar pasa clases con un celular y cuadernos sobre una silla. DICO SOLÍS
Gimar pasa clases con un celular y cuadernos sobre una silla. DICO SOLÍS
Niños aprenden entre el tráfico, bocinas y gases

Los niños Gimar y Thiago son parte de los cientos de estudiantes en la ciudad, y miles en el país y el mundo, que se ven obligados a realizar peripecias para pasar clases virtuales, primero para costear el Internet y equipo, y segundo por evitar distracciones y sacar buenas notas.

Desesperado por retomar las clases presenciales, Thiago acompaña cada día a su mamá en la venta de roscas y donas en plena esquina de la avenida Ayacucho y Jordán. Rodeado por su mochila, útiles y el puesto de su madre, también debe estar atento a la llegada de la Intendencia.

"Me levanto temprano junto con mi mamá, 5:30, me baño, me cambio y venimos", indica.

La madre de Thiago, Miriam C., lamenta que las circunstancias obliguen a tomar clases virtuales en esas condiciones, que no suelen ser favorable para su pequeño de 8 años por el constante ruido de los vehículos y el paso de los peatones. El niño va en tercero de primaria.

"Vivo en alquiler y soy madre soltera. No puedo dejar solo en la casa a mi hijo con tantas cosas que pasan hoy en día", lamenta.

Otro caso es el de Gimar, que si bien es huérfano de madre y padre, encontró una segunda oportunidad en el seno de la familia de Simiana M., tía abuela a quien actualmente llama "mamá".

Con una pequeña hermana de 4 años, Gimar tiene cariño de sobra en casa pues los hijos de Simiana, que ya son mayores, también lo adoptaron.

El pequeño de 9 años, va en quinto de primaria, acompaña a su “madre” a vender buñuelos, api y tojorí en la avenida Ayacucho y Santiváñez, desde las 6:00 hasta terminar el producto, que es aproximadamente entre las 10 y 11:00.

"Tengo que traerlo porque en la casa se distrae o se sale de las clases para entrar a juegos y demás. Estando a mi lado, cualquier cosa que él no entiende también yo puedo explicarle", cuenta Simiana.

Por coincidencia, ambos pequeños pertenecen a la escuelita 27 de Mayo, en pleno centro de la ciudad y visten el mismo uniforme: pantalón, chompa, corbata azul y una camisa blanca. Llevan el pelo bien recortado y se muestran muy despiertos y atentos, aunque la mayor parte del tiempo mantienen la oreja pegada al teléfono móvil para escuchar mejor a sus profesores, ya que el ruido de los micros, taxis y sus bocinas, además de la lluvia y frío de la mañana, propias de la época, son un contratiempo a la hora de pasar clases.