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  • Diario Digital | martes, 23 de abril de 2024
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Renunció a una vida cómoda por amor a su madre

Renunció a una vida cómoda por amor a su madre



Crecensio Torrico Escóbar se rehusó a casarse con una joven paraguaya y a una vida como hacendado en el país vecino, porque sabía que en Cochabamba le esperaba y lloraba su madre. Esa renuncia la hizo en 1936, cuando retornaba a Bolivia, después de permanecer por más de dos años como prisionero de guerra de los paraguayos. Con esa renuncia concluyó su paso por la Guerra del Chaco en calidad de soldado del Ejército boliviano. De esa renuncia, como del resto de su experiencia en la contienda, se acuerda este hombre natural de Cliza, que hoy mismo, 14 de junio, cumple 100 años de vida.

Don Crecensio perdió la vista hace algunos años y enfrenta dificultades para escuchar, pero, eso sí, tiene una memoria prodigiosa, al menos en lo concerniente a su paso por la Guerra del Chaco. Sólo necesita que, de cuando en cuando, su yerna le repita de forma clara y fuerte las preguntas sobre su experiencia en el conflicto armado para que detalle los lugares por los que pasó, los días que permaneció en ellos, las horas en que ocurrieron los combates y, desde luego, los enfrentamientos en que estuvo envuelto.

EN COMBATE Torrico se enlistó al Ejército en 1933, presentándose al cuartel Aroma, cuando aún vivía en Cliza. Cumplió 20 años en el cuartel y a la misma edad entró a la zona de operaciones. Partió de Cochabamba en tren con destino a Oruro, de ahí a la población de Mojos, luego a Tarija y, finalmente, al Chaco donde se libraba la guerra. Peleó en Nanawa (sector centro), en la zona conocida como Agua Rica, formando parte del Destacamento 126.

Su pelotón demoró cinco días en llegar hasta el Fortín Saavedra, donde permaneció otros tres días antes de marchar hacia la línea de fuego. Él y los demás soldados combatieron durante tres meses. De ese periodo recuerda particularmente la madrugada en que fueron atacados por los paraguayos, a eso de las 03:30. El ataque fue tan sorpresivo que no le dio ni siquiera chance de salir de la trinchera en que se hallaba resguardado. Permaneció en la zanja sin saber a ciencia cierta qué ocurría en la superficie, en ningún caso ajeno a la batalla, pero sí a su desenlace. Abrigaba la esperanza de que se hubieran impuesto sus camaradas bolivianos, pero no podía darlo por seguro, razón por la que no se arriesgaba a salir de su escondite. Así siguió escondido en la zanja por varias horas hasta que, al percatarse de que no había mayor presencia humana a su alrededor, se decidió a salir y se encontró a un teniente paraguayo al que acabó matando con su fusil. Eliminado el enemigo, retornó a su trinchera.

Torrico dice que permaneció escondido otras buenas horas, mientras los soldados paraguayos buscaban a quien había dado muerte a su teniente. “Salga ‘boli’, salga ‘boli”, recuerda que le gritaban, sin saber exactamente dónde podía estar oculta la persona que ultimó al oficial. Para presionar su entrega llegaron incluso a lanzar granadas que, por fortuna, no hirieron al soldado boliviano. Sin embargo, su capacidad de resistencia ya no daba para más, así que resolvió salir de la trinchera para entregarse. Entonces, la buena suerte que le había acompañado hasta ese momento lo abandonó: la mano que usó para apoyarse y ascender de la zanja fue alcanzada por una bala de los paraguayos.

Narrado este evento, don Crecensio se apura a exhibir la cicatriz de la herida de bala y la deformación que ésta le provocó en la mano. Eso sí, la fortuna lo visitó nuevamente para evitar que el disparo le provocara mayores consecuencias que las descritas.

Una vez en manos de los soldados enemigos, fue despojado no sólo de su fusil y de sus pertrechos, sino de toda su vestimenta militar. Sólo después de ser desvestido recibió la atención de una enfermera que se ocupó de curar la herida de su mano. Ya incorporado, los paraguayos le preguntaron sobre su grado militar. “¿Qué eres vos?”, recuerda que le interrogaron con vehemencia. “Soldado”, les respondió. Sin embargo, los “pilas” no podían creer que un simple soldado hubiera dado muerte a su teniente, así que retrucaron su respuesta: “¡Qué vas a ser un soldado! Debes ser un gran jefe oficial”. Ante esa especulación errónea, el boliviano insistió: “No, sólo soy un soldado”. Pero de nada sirvió la aclaración, pues sus captores volvieron a atribuirle, con más contundencia aún, un estatus que no le era: “No, ¡vos eres un gran jefe oficial!”.

PRISIONERO En ese momento empezó un nuevo capítulo de la historia de Crecensio en la Guerra del Chaco: el capítulo de prisionero. En esa condición permaneció en territorio paraguayo durante más de dos años, hasta 1936, para cuando ya había finalizado la contienda bélica. Sólo entonces pudo retornar a Bolivia. Pero, antes, debió pasar aún por una serie de penurias. La primera de ellas fue la marcha desde el lugar en que fue capturado hasta el cuartel Tacumbú, en Asunción, un viaje que duró tres días y tres noches.

En el primer campo de prisioneros al que fue enviado compartió cautiverio con otros 50 soldados bolivianos, todos obligados a realizar trabajos forzados en canteras.

Al cabo de unos meses, Torrico fue trasladado hasta otros campos, donde siguió trabajando con pala y picota. Fue en uno de esos campos que la fortuna volvió a sonreírle. Un día llegó un hacendado paraguayo, de nombre Enrique Brailes, que lo sacó a él y a otro compañero suyo para realizar trabajos en sus tierras, en un lugar de nombre Valle Pucú.

Las labores en la hacienda de Brailes, más relajadas que en los campos de prisioneros, le dieron cierto respiro. Sin embargo, el sufrimiento no cedió. La ansiedad por volver a casa se le hizo insoportable, más aún tras la conclusión de la guerra en junio de 1935. Así aguantó hasta 1936, cuando llegó finalmente la orden para que liberasen a los prisioneros bolivianos retenidos en Paraguay.

Él y los demás presos fueron trasladados en un barco de vapor y llegaron hasta Formosa (Argentina), donde se les dio la oportunidad de permanecer en territorio argentino, volver al Paraguay o seguir hasta Bolivia.

“Los que quieren quedarse en Argentina o volver al Paraguay, tres pasos al frente”, recuerda que les emplazaron. Él permaneció absolutamente quieto en su sitio. Lo hizo aun a pesar de que el hacendado Brailes lo había perseguido hasta Formosa, acompañado de su esposa y su hija, para pedirle que se case con esta última y se quede a vivir con ellos en Paraguay. Pero, ante la propuesta, él no lo dudó por un solo segundo y respondió: “No, mi madre vale más”. Y con esa convicción retornó hasta Cochabamba para reencontrarse con ella.

La diplomacIa el camino a la firma de la paz

Al comenzar la guerra, Bolivia fue vista internacionalmente como el país agresor y como la nación más poderosa de las dos, por esa percepción Paraguay logró simpatía para su causa... En 1934, Bolivia logró invertir esa figura...

En junio de 1935, bajo la presión del canciller argentino, Carlos Saavedra Lamas, que estaba claramente a favor del Paraguay, se intensificaron las negociaciones de paz. El 12 de junio de ese mismo año se firmó el protocolo de paz entre los cancilleres Tomás Elío de Bolivia y Luis Riart de Paraguay.

El 14 de junio a las 12 del mediodía terminó la guerra. Entre 1935 y 1938 se realizaron arduas negociaciones para definir los nuevos límites, devolver prisioneros y lograr una salida soberana de Bolivia al río Paraguay (que finalmente se le negó). El 21 de julio de 1938 se firmó en Buenos Aires el tratado de paz, amistad y límites definitivo entre Bolivia y Paraguay, lo suscribieron Eduardo Diez de Medina y Enrique Finot por Bolivia y Cecilio Baez y José Félix Estigarribia por el Paraguay.

Tomado de “Historia de Bolivia”, de Mesa y Gisbert.