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  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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El entusiasmo llevó a Héctor Pardo a marchar voluntariamente a la guerra

El entusiasmo llevó a Héctor Pardo a marchar voluntariamente a la guerra



Al verlo recorrer el patio de la sede de la Federación Departamental de Excombatientes de la Guerra del Chaco con natural prestancia, sin necesidad de bastón o de otra persona que lo sostenga, conversando animadamente con los administradores de la institución o bromeando con una vendedora de frutas, es difícil creer que Héctor Pardo López sea un hombre de 97 años. Por su buen porte, su locuacidad, su capacidad de escucha y su incombustible sentido del humor, podría pasar fácilmente por el hijo mayor de un benemérito. Pero, lo cierto es que el benemérito es él.

De eso está plenamente seguro, como también está seguro de las razones por las que ha llegado al bordear el centenario de vida sin mayores aspavientos. Sostiene que el secreto de su sana longevidad está en que, a diferencia de contemporáneos suyos, él se cuidó de no abusar del trago. “Porque eso mata a la gente”, sentencia. No obstante, las suyas no son palabras de condena absoluta hacia el consumo de alcohol, pues sabe que “una pequeña alegría en la vida no está mal”.

AL CHACO Héctor Pardo nació en el año 1916, en la ciudad de Cochabamba, un dato que él se apura en precisar para dar cuenta de la calle específica donde se halla su hogar de nacimiento: la Santiváñez. De ahí que, para él, la rutina de visitar la sede de la Federación Departamental de Excombatientes de la Guerra del Chaco, emplazada sobre la misma calle, a sólo unas cuadras de donde nació y a otras pocas de donde actualmente vive, sea una suerte de caminata barrial.

Antes de cumplir los 17 años, en 1933, partió a la Guerra del Chaco. Se presentó voluntariamente para marchar al frente de batalla junto a varios amigos que, como él, no habían cumplido la edad necesaria para entrar en combate. “Nos entusiasmamos y nos presentamos antes de cumplir la edad requerida”, recuerda. El entusiasmo fue más fuerte que la obligación de concluir sus estudios colegiales.

Alistado a las tropas bolivianas, Pardo fue destacado hasta diferentes puntos de la zona de operaciones, pero fue Villamontes el lugar donde permaneció por más tiempo y donde se desenvolvió, principalmente, como conductor y mecánico de los camiones militares. Llegado a este punto de la conversación, Héctor Pardo detiene su hablar, calla por unos segundos, se pone meditabundo y, de pronto, asume el papel de interrogador: “¿Y para qué quiere saber estas cosas?”. Algo sorprendido por el intercambio de roles, su interlocutor responde: “Para hacer una nota en el periódico”. “Pero, dígame, usted, por qué será importante que le cuente mi experiencia y que la publique en el periódico”, insiste. Más confundido aún, el periodista replica: “Porque usted ha sido parte de una generación de bolivianos que arriesgó su vida en una guerra, que vivió una parte importante de nuestra historia y de la que son cada vez menos los que quedan”.

Sólo entonces Héctor Pardo reasume su rol de entrevistado, aunque con una mayor dosis de discreción, sobre todo cuando se trata de rememorar su paso por la Guerra del Chaco. Y lo hace con la advertencia de que no será capaz de precisar fechas exactas, porque “sencillamente, las he olvidado”. De la experiencia como soldado sostiene que no fue muy diferente a la del resto de sus camaradas, “con algunas cosas a favor y otras cosas en contra, tan corriente como la de los otros soldados”. No cree haber sido protagonista o testigo de algún evento particularmente extraordinario en la contienda. Y si de algo se acuerda, es del nerviosismo y de la ansiedad de muchos de sus camaradas, que, a poco de haber llegado al Chaco, ya estaban contando los días para volver a sus casas. No fue éste su caso, que, sin ser el más corajudo de su grupo, tampoco fue el más timorato. A la larga, no tuvo más que acostumbrarse y esperar pacientemente por el fin de la guerra.

De todos los camaradas con quienes coincidió en la guerra, se acuerda de uno en particular: Nivardo Paz. Un nombre que repite varias veces, cual si se tratara de una invocación, en un esfuerzo por recordar el segundo apellido de ese compañero con el que compartió amistad en el campo de batalla, pero también ya una vez de vuelta en Cochabamba. Una amistad que sólo la muerte de don Nivardo interrumpió. Pero, la memoria le traiciona y el segundo apellido no llega nunca. Resignado al desplante de sus recuerdos, se apura a señalar el nombre de otro compañero con el que trabó amistad en la guerra y después de ella. “Un camarada que, igual que yo, trabajó en el Lloyd Aéreo Boliviano”, precisa.

NOSTALGIA La mención a la otrora línea aérea bandera de Bolivia lo conduce a evocar mejores tiempos. Y es que el Lloyd Aéreo Boliviano (LAB) ocupa un lugar casi tan central como la guerra en la memoria de don Héctor. Fue en esa empresa donde, una vez concluido el conflicto, se hizo técnico de motores e hizo su carrera laboral. En ella trabajó hasta su jubilación, por más de 30 años. Su paso por la aerolínea hace parte del capítulo más apacible de su vida, ése que, tras la guerra, lo llevó a buscar una vida más tranquila, casarse y tener cinco hijos. A ella también le debe la experiencia de haber vuelto a Villamontes muchos años después de finalizada la contienda, en una oportunidad en que la línea aérea lo envió a trabajar hasta la vecina población de Yacuiba y él aprovechó para visitar la ciudad chaqueña en que permaneció siendo soldado. “Villamontes había cambiado mucho desde la guerra, pero algo que no había cambiado era el calor increíble que hace”, cuenta.

Por eso le cuesta creer que el LAB haya fracasado, que esa empresa a la que dedicó gran parte de su vida ya no sea lo que supo ser. Afortunadamente para él, el colapso de la línea aérea lo encontró ya totalmente jubilado, cuando, a más de la pena y la nostalgia, ya no podía hacerle más daño. De hecho, don Héctor prefiere también dejar de hablar de la desgracia de su antigua fuente de empleo y enfrascarse en la conversación de asuntos más gratos antes de emprender la vuelta a su casa. Lo hará a pie, como también hizo el viaje hasta la sede de la Federación de Excombatientes de Cochabamba. “Tengo que hacer algo de ejercicio”, bromea, a modo de justificar su afición por la caminata aun a sus 96 años. “Porque, si no, me voy a oxidar”.

Petróleo y mar los móviles de la guerra 



Hay muchas interpretaciones sobre los verdaderos móviles de la guerra. Veamos las dos más importantes:

1. La tesis más socorrida es la que dice que en realidad fue un conflicto promovido por el imperialismo, que se reflejaba en el enfrentamiento entre la petrolera norteamericana Standard Oil que operaba en Bolivia y la anglo-holandesa Royal Dutch Shell, cuya subsidiaria, la Union Oil Co. iba a operar en el Chaco Boreal. El petróleo fue sujeto de la guerra no como causa, sino como consecuencia del avance paraguayo sobre los pozos bolivianos.

2. El enclaustramiento de Bolivia obligó al país a mirar al Atlántico y buscar, a través de un puerto y la libre navegación sobre el río Paraguay, una salida al océano. Por eso, el Chaco se convirtió en región estratégica. Inexplicablemente, sin embargo, Bolivia no llevó las operaciones militares al río Paraguay. Durante casi toda la guerra el escenario estuvo volcado sobre el Pilcomayo, salvo cuando esporádicamente Estigarribia lo llevó al río Paraguay.

Tomado del libro “Historia de Bolivia”, de Mesa y Gisbert.