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  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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SU MUERTE SACUDIÓ AL MUNDO

El D10S que un día volvió al cielo e hizo llorar a la pelota

Diego Armando Maradona falleció a los 60 años. Pelé se mostró dolido y en Siria lo inmortalizaron entre las ruinas.

Cordon press
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El D10S que un día volvió al cielo e hizo llorar a la pelota

El “10” tenía razón. La pelota no se mancha. No lo hizo pese a las debilidades humanas que este desnudó, con su adicción a la cocaína, los escándalos amorosos que regó en su camino y sus modos siempre lejanos a lo políticamente correcto. No por nada el escritor uruguayo Eduardo Galeano se refirió al mejor jugador de todos los tiempos como un “dios sucio”.

No se ensució la redonda. Diego Armando Maradona, el hombre-leyenda, estaba en lo cierto cuando el 10 de noviembre de 2001 cerraba su despedida del balompié con un mensaje que quedó para la eternidad: “El fútbol es el deporte más lindo y más sano del mundo. De eso, que no le quepa la menor duda a nadie. Yo me equivoqué y pagué, pero la pelota no se mancha”.

Lo que el mejor futbolista del mundo desconocía es que habría un día en el que la pelota iba a dejar de rodar para declararse en duelo y llorar el adiós de aquel que hizo de su relación con ella un poema. El 25 de noviembre de 2020 se fue Maradona, a los 60 años. Se marchó el ser que inspiró el histórico “barrilete cósmico” de labios del relator uruguayo Víctor Hugo Morales, tras sufrir una insuficiencia cardíaca en su casa de Tigre, en Buenos Aires. Su corazón le jugó una mala pasada y lo encontraron sin vida, en su cama, alrededor de las 11:30 (hora local). Ningún intento de reanimación fue útil. El excampeón mundial y capitán de la Selección de Argentina se había marchado para siempre.

Nadie quedó ajeno a la conmoción. Desde cantantes como Ricardo Arjona hasta tenistas de la talla del español Rafael Nadal. Todos expresaron su tristeza al tomar conocimiento sobre el deceso del mayor ícono del fútbol, el mismo que supo bien el peso de la copa más soñada del planeta tras conducir a la Albiceleste a la consagración en México 1986.

Algunos, con crónicas que hicieron un repaso por los desórdenes de su vida privada, otros, a través de artículos emotivos que apuntaron a su magia en la cancha. Lo cierto es que medios grandes, medianos y de barrio se ocuparon de seguir la despedida del mítico argentino, en una semana amarga y en la que el gobierno de la nación limítrofe ofreció la Casa _Rosada para que la población pudiera acercarse a su féretro.

Lo homenajearon en estos lados del continente y también en lugares poco imaginables, como entre los escombros de una ciudad siria venida abajo por la guerra. Allí lo inmortalizó el artista Aziz Al Asmar, en una obra que dejó demostrado que el talento de Maradona no tuvo fronteras.

Los más creyentes vieron su silueta en el cielo, a pocos días de su muerte. La imagen, en la que la figura del mundialista apareció entre las nubes de la noche, fue acogida por aquellos que veneran su recuerdo. Otros se aventuraron a asegurar que una vela derretida dio forma a la parte trasera de su cabeza.

No pesó la rivalidad que siempre existió entre el argentino y el brasileño Pelé. Primó la amistad. “Qué noticia triste. Perdí un gran amigo y el mundo perdió una leyenda. Todavía queda mucho por ser dicho, pero ahora, que Dios le dé fuerza a los familiares. Un día, espero que podamos jugar juntos a la pelota en el cielo”, escribió el nacido en Minas Gerais, en su cuenta oficial de Twitter.

El “10” nunca escondió sus orígenes. Jamás ocultó que creció en Villa Fiorito, una ciudad modesta del conurbano bonaerense que cobijó a Diego,  sus siete hermanos y sus padres don Diego y doña Tota.

Los primeros pasos de Diego se dieron, precisamente, en el potrero, entre el barro y el barrio.

“Mi hermano es un marciano,  eso no se puede discutir”, sorprendía Hugo, el menos de los Maradona, en la década del 70, cuando el virtuosismo del Pelusa comenzaba a enamorar en la Albiceleste.

El “villero” de Fiorito que soñaba con jugar un mundial no solo cumplió su anhelo, sino que se convirtió en el mejor de todos, en el hombre que alcanzó el grado de “mito” cuando aún estaba vivo, algo que el tanguero Carlos Gardel y el guerrillero Ernesto Guevara lograron tras la muerte.

Tampoco disimuló su simpatía con la izquierda, ni su admiración hacia el cubano Fidel Castro (se lo tatuó en la pierna), ni su amistad con Evo Morales.

Porque si algo hay que reconocerle al Maradona sin la pelota es que fue genuino en sus inclinaciones y mantuvo una línea ideológica coherente.

Bolivia lo recordará, entre otras cosas, con gratitud, pues fue él quien defendió que el país jugara en la altura, cuando la FIFA pretendía vetar al Hernando Siles.

El argentino reunió a sus amigos, no perdió tiempo y disputó un partido en 2008, para dejar en claro que era posible inflar los pulmones a más de 4 mil metros.

Su relación con la droga pesó en su cuerpo y su mente. Diego, que confesó que le habían “cortado las piernas” tras ser suspendido por dar positivo en el Mundial de Estados Unidos 1994, libró una lucha intermitente contra su adicción.

En los útimos meses, el Pelusa se mostró balbuceante y fue víctima de memes de dudosa intención. Diego ahora es leyenda.