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SUDÁFRICA CAMBIÓ DESDE QUE EL PRESO 466/64 DEJÓ LA CÁRCEL, TRAS 27 AÑOS DE ENCIERRO

Madiba o la larga lucha contra el apartheid

Madiba o la larga lucha contra el apartheid



En el verano de 2010, además de que España fuera la campeona del mundo, el planeta pudo comprobar cómo Sudáfrica, sede del Mundial, no tenía nada que ver con la misma que, dos décadas antes, había finiquitado la vergüenza. La misma que obligaba, por ley, a ser racista. La que prohibía que blancos y negros pisaran las mismas playas o que el 85 por ciento de la población pudiera elegir a sus líderes en las urnas. El 11 de febrero de 1990, Nelson Mandela salió de prisión tras 27 años en la sombra y el 17 de junio de 1991 se votaron las leyes que supusieron el fin del apartheid. En sólo 22 años, Sudáfrica ha pasado de tener una “terrible y épica singularidad” a sufrir “los mismos problemas que el resto”: crisis económica, necesidad de mejorar el sistema educativo, el sanitario, combatir la corrupción política…

Quien hace este análisis conoce muy bien aquella realidad y ésta. El periodista John Carlin (Reino Unido, 1956) fue enviado en 1989 a Johanesburgo como corresponsal de su diario de entonces, The Independent y, según describe, viajó a otro planeta: “Fue una experiencia surrealista; es una palabra que se usa demasiado, pero en este caso puede decirse así”, recuerda sobre las vivencias que marcaron su desarrollo profesional. “Nunca había estado en un país en el que el racismo estuviera legalizado. Si salías al campo todavía era más claro: al poblado blanco y al negro les separaban sólo 500 metros. Donde estaban los blancos había jardines, árboles, flores, casas bonitas, buenos coches, piscinas… cruzabas esos 500 metros y veías chabolas, calles sin pavimentar, no había árboles ni flores ni pájaros”. Su parada anterior había sido Guatemala y ahí también había “un apartheid nefasto y brutal, pero por lo menos lo disimulaban; en Sudáfrica había una terrible honestidad”.

En pocos meses, los cambios fueron propios de un siglo. Periodistas de todo el mundo se desplazaron hasta Sudáfrica porque se sabía que algo estaba a punto de terminar. De la prisión de Victor Verster iba a salir el preso número 466/64 y Carlin estaba ahí para vivirlo.

La salida de Mandela estaba prevista para las dos de la tarde y se demoró hasta las seis. La presión crecía y convertía aquella jornada en algo histórico, aunque personalmente Carlin se queda con el día siguiente, cuando Mandela dio su primera rueda de prensa: “Ahí lo vi de cerca e incluso le hice una pregunta. Inmediatamente supe que estaba en la presencia del líder político más importante que iba a conocer en mi vida”. La incertidumbre era mucha. Nelson Mandela era el símbolo antiapartheid, pero de él se conocía muy poco: “Era una incógnita total. Sólo sabíamos que era un hombre de 71 años y, después de tiempo en prisión, no sabíamos ni cómo estaba física ni mentalmente. Sospechábamos que era imposible que estuviera a la altura de ese monumento que se había construido alrededor de él; y lo increíble es cómo superó las expectativas en cuanto a presencia, carisma, encanto y lucidez”.

27 años en la cárcel, 18 en Robben Island. Los mejores periodistas frente a él para cubrir la gran noticia: “Pasó algo que yo no he visto jamás en la rueda de prensa de un político: todos aplaudimos y le dimos una ovación. Esa necesidad que tenemos de mantener la distancia periodística se cayó. Se impuso el ser humano que está detrás de la máscara de periodista”. Carlin recuerda que le preguntó cuál era la fórmula para iniciar el proceso de negociaciones para el fin del apartheid: “Me dijo: Reconciliar las aspiraciones de los negros con los temores de los blancos”.

Una frase épica que, sorprendentemente, se tornó en real cuando, en abril de 1994, Mandela se convirtió en el presidente de la República de Sudáfrica: “Hay que mirar la foto en la que le está dando la mano a de Klerk (su predecesor); hay que mirar la foto del día de su toma de posesión en la que está rodeado de los generales blancos que ahora se rendían ante él. Sorprende cómo logró reconducir los sentimientos negativos de su gente hacia la reconciliación. Y lo fantástico de eso es que, como ser humano, sentía mucha rabia por lo que su familia sufrió. Pero tuvo la inteligencia de anteponer los intereses de su país. Entendió que no iba a lograr el objetivo de la democracia si iba por el camino de la venganza”.

Porque, igual que en un momento decidió que la solución era fundar un grupo terrorista (en sus 30 años de existencia mataron a unos 30 civiles), en éste supo que el futuro debía ser otro: “Él tuvo la grandeza de verlo con un tremendo pragmatismo y por eso insisto en que Mandela es un gran líder político”.