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  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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ENTREGA/// FRANCISCA RELATA LA HISTORIA DE PANCHITA.

“Hay éxito, pero descuidé a mis hijas y eso duele”

“Hay éxito, pero descuidé a mis hijas y eso duele”



Sacrificio, dormir poco y trabajar en domingos y feriados, llevaron a Francisca Domínguez Leaño a levantar, en 30 años, el emporio gastronómico “Panchita”.

Tras ese tiempo, hoy está segura de que todo lo hizo bien y valió la pena, pero su corazón aún se estremece al describir a sus hijas cuando ellas estaban niñas, de adolescentes y hoy jóvenes madres de familia.

La privación que más le duele es no haber acompañado a la escuela a sus hijas, a los agasajos por el Día de la Madre o estar fuera de casa en las navidades porque trabajaba desde las siete de la mañana hasta las once de la noche. “Era mi suegra la que iba a los agasajos, les disfrazaba para los bailes. Yo no podía, las descuidé y eso duele...”

Cree que descuidó a sus hijas, que puso, erróneamente, el trabajo primero cuando la familia está por delante.

Brotan las sensaciones y las lágrimas vencen su fortaleza. Pamela, una de sus cuatro hijas, está a su lado y le dice con total convicción que ellas disfrutaron de sus enseñanzas en la calle porque le ayudaban, en la medida de sus posibilidades, a preparar la comida que vendían en carritos. Recuerda que hasta exigían un mandil a su talla. “Quizá siendo adolescentes hemos extrañado un poco, pero hoy valoramos su compañía, hoy estamos juntos en la Navidad”

Pero Francis, como le dice su esposo Carlos Cahuana, sabe que todo esfuerzo tiene recompensas. Empezó vendiendo chicharrón de pollo en las calles. Armada con un carrito dotado de una garrafa y ollas donde cocía la carne y freía las papas en juliana. El 18 de marzo de 1986 salió con tres pollos como único capital. Hoy, en “Panchita” preparan 3.500 pollos al día, solo en Cochabamba, al margen de las sucursales que abrió en La Paz, Oruro y Santa Cruz.

Francisca es de mina Quechisla (Potosí). Su familia vivió mucho tiempo en Oruro y un día decidieron migrar a Cochabamba. Carlos trabajaba con capital ajeno, como librecambista, pero enfermó y pidió ayuda a Francis para que se dedicara a alguna actividad. “No tenía idea de hacer un negocio, porque siempre esperaba en mi casa el dinero que traía mi esposo”.

Recorrió La Pampa, San Antonio, Calatayud en busca de una idea. Su esposo propuso churrasco a la plancha, es más, hasta fabricó una parrilla pequeña. Pero ella estaba convencida de que si el plato preferido de los cochabambinos era el chicharrón de cerdo, ella ofrecería chicharrón, pero de pollo.

Entonces Carlos fabricó un carrito, lo pintó de blanco y le puso el nombre de “La Blanquita” y a las 10 de la mañana se instalaron en la calle Totora y Angostura, en el Mercado La Paz, a media cuadra de su casa. Desde el primer día sintieron la presión y discriminación en el popular centro. Otras comerciantes la echaban aduciendo que les quitaba espacio, que llenaba el lugar de gente y obstaculizaba el paso. Algún gendarme hasta le arrebató sus utensilios.

Vivían en una sola habitación que servía de dormitorio, comedor, cocina y lavandería. Pronto otra inquilina desocupó otro cuarto que fue tomado para abrir snack.

Se obstinó en el chicharrón de pollo y los clientes llegaban en grupos. Entonces le faltaban manos para atender. “Los clientes querían que les sirva hasta en la tapa de la olla”, sonríe .