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Terranova, un homenaje propio al cine

Una crónica para conocer desde adentro el negocio de la familia Balcázar Quintana, un autocinema, el primero del país, ubicado en el municipio de Tiquipaya, en Cochabamba.
Terranova, un homenaje propio al cine

Sábado 18 de mayo
¿Sabes dónde está? –pregunta Diego desde el asiento del pasajero

Sí. Dos cuadras hacia el norte una vez que se llega al surtidor y de ahí es como una cuadra a la izquierda -responde Favio desde el asiento del chofer, con el celular en la mano mientras revisa las coordenadas en Google Maps.
Ambos aguardan con el auto detenido mientras revisan con detenimiento la dirección del sitio al que quieren llegar. Una vez que están seguros, Favio mueve la caja automática a la opción Drive. El tablero se pone verde y el vehículo comienza a avanzar. Llegan al surtidor y el camino asfaltado se termina. Continúan manejando por la vía empedrada. Uno de los faroles está quemado y la luz tenue del Hyundai Grandeur modelo 89 apenas alumbra su recorrido. El automóvil se asemeja a The Bluesmobile, un Dodge Monaco de 1974, el que utilizaban los hermanos Blues en The Blues Brothers, la película de 1980 dirigida por John Landis. Aunque Diego y Favio no se parecen en nada John Belushi y Dan Aykroyd, los dos actores que encarnaban a los personajes mencionados.
El camino hacia el norte se termina, por lo que deben girar a la izquierda. Con la poca iluminación que emana del vehículo, logran notar un cartel, de 50 centímetros de largo por 30 de ancho, colgado en un poste en el que se puede leer lo siguiente: “Terranova 100 mts”, con una flecha que apunta a la izquierda. Calculan el recorrido señalado por el letrero y giran a la derecha. Hay unas luces más adelante de un camino estrecho por las construcciones erigidas a ambos lados. Otro vehículo viene del sentido contrario y levanta tierra, por lo que el carro avanza casi a ciegas por la polvareda. El medio de transporte sale de la bruma que se forma por los residuos del camino sin asfaltar y ambos ven el sitio. Parado en un costado de la puerta de entrada al garaje está un joven de contextura delgada y del otro costado un hombre mayor, con una gorra guinda, sosteniendo a un perro negro gigante. Cada que ladra se oye un vozarrón, mientras jala la pita con la que lo sostienen para levantar sus dos patas delanteras, como queriendo ganarle con su fuerza a quien lo sujeta. Los ocupantes del vehículo no dicen una palabra y se acercan a la entrada. Frena el carro. Favio baja la ventana del lado del conductor y el joven se acerca y se encorva para hablarle. Con una sonrisa amigable dice: “Hola, buenas noches. Bienvenidos a Terranova, ¿es la primera vez que vienen al autocinema?”.
El joven que recibe a la gente en la puerta es Karim Balcázar, de 28 años. Mide alrededor de 1,85, por lo que cuando llegan autos pequeños a la entrada del autocine debe encorvarse notablemente. Es de tez blanca y rostro risueño. En su primera instrucción, le explica a Diego y Favio que la entrada cuesta 50 bolivianos por vehículo y les entrega un pequeño croquis de la instalación. El espacio 21 es donde pueden parquear su vehículo. El sitio está señalado con marcador negro en el pequeño mapa. No está muy lejos del ingreso. La segunda instrucción es que deben sintonizar la emisora de radio 93.3, en frecuencia FM, para escuchar el audio de la película. Favio le dice que su carro no tiene radio y si hay la posibilidad de que les presten algún dispositivo de audio. Karim, sonriente como siempre, les dice que no hay problema, que antes de que inicie la película se les entregará un “aparatito”.
El vehículo ingresa por un camino de ripio al lote que debe tener una extensión aproximada de 1.800 metros cuadrados. Desde la entrada hasta el fondo, se puede vislumbrar al menos unos 55 espacios en el terreno, cada uno delimitado por pintura blanca. Al medio de la extensión del autocine hay una pequeña construcción de ladrillo, como una caseta que apunta directamente a la pantalla, que mide 15 metros de largo y siete metros de alto, erigida en una portentosa estructura metálica a cinco metros del suelo. Una potente luz sale de la pequeña construcción que proyecta a la superficie elevada en la que se puede ver uno de los imagotipos que representa al autocine, las cordilleras del Tunari sobre una película horizontal de 35 milímetros, en la que se puede leer “Terranova”. Favio y Diego bajan del vehículo. Hay luces encendidas a los costados de las paredes del lote y en la parte del fondo una construcción que ilumina con fuerza. Es donde se ubica el candybar.
¿Comeremos alguito, no? –le dice Diego a Favio, mientras sus pasos suenan en el ripio y sus figuras se pierden en la semioscuridad del autocinema.

Sábado 8 de junio
Son las 18.30 en las afueras de Tiquipaya, en Cochabamba. La dinámica del trabajo en el autocine empieza. “It’s showtime!” (hora del espectáculo), hubiera dicho Beetlejuice, el personaje de la película de Tim Burton de 1988, antes de que inicie la locura. Desde su oficina de viernes, sábado y domingo –los días que abre el autocine–, en la construcción al medio del lote, Karim ultima los toques finales para la proyección. La película que se presentará ese día es Animales fantásticos: Los crímenes de Grindelwald, la segunda parte de la otra saga mágica adaptada por la escritora J. K. Rowling para el cine, la creadora de Harry Potter. Sincronización de audio, de subtítulos, revisado. Que el sonido salga bien a través de la antena de radio pequeña que tienen en una de las paredes del lote –con una cobertura de 200 metros a la redonda–, revisado. No querrá que vuelva a pasar que los subtítulos no coincidan con el audio al igual que en la proyección de, curiosamente, Beetlejuice, el 1 de marzo. Ahora se ríe cuando se acuerda de ese momento. “No hemos vuelto a tener problemas desde entonces”, rememora.
Ahora revisa “todo bien”. Son algunos de los detalles que afina en la sala de proyección, su Fortaleza de la Soledad, como el cuartel general del hombre de acero en la película Superman de 1980 –dirigida por Richard Donner y protagonizada por Christopher Reeve–, donde se reflejan sobre la pantalla sus sueños y se guarda una de sus herramientas de trabajo más preciadas del joven cinéfilo, su proyectora. Un espacio solo para él. Resguardada en una sala de cinco metros de largo y situada a una altura de 1,70, el láser de la proyectora dispara la imagen a la superficie frente al lote, una estructura de metal que fue un “dolor de cabeza” durante su construcción, recuerda entre risas Karim, ya que había que situarla para que se pueda ver desde cualquier ubicación en el terreno. Había que tomar en cuenta los factores de la naturaleza de la zona geográfica en la que se encuentra el autocinema

“A un principio pensamos que iba a ser fácil, pero entró mucho metal para el armado, para que no se doble, para que aguante los vientos. En especial, justo aquí a la orilla de las montañas del Tunari en Tiquipaya, corre bastante viento, en las tardes en invierno es muy fuerte y teníamos miedo que la estructura no soporte, que se pueda caer, esito fue un poco estresante”, dice Karim, que viste una chamarra de jean con cuello de piel sintética, sobre un chaleco guindo, como una de las piezas del típico uniforme que los empleados de un cine utilizan en las películas

Cada proceso de la materialización del autocine llevó su tiempo, como cuando se filma una producción. Solo escoger la proyectora, considerando elementos como la luz ambiental, lumens, elección de un equipo láser, le tomó a Karim siete meses de investigación. En los alrededores de donde se encuentra el autocinema no hay mucho movimiento, construcciones altas y tampoco fuentes de luz que puedan perjudicar a la ambientación oscura e íntima de un cine, salvo una iglesia evangélica de la cual se escucha alabanzas de vez en cuando, pero que no afecta al sonido interno de las películas que se escucha dentro de los vehículos.
Karim sale de la caseta de proyección y presume que su aparato no falla en la calidad de imagen aun así llueva, truene o caiga humo del cerro, como en una de las tantas veces que el Tunari ha sido incendiado. “No afecta para nada”, afirma orgulloso. Quizá uno de los momentos más angustiosos para él fue durante la primera prueba, antes de que abra el autocine, cuando puso El rey león en dibujos animados, y no precisamente por revivir la muerte de Mufasa; sino porque “si prendíamos y no funcionaba, era un año al tacho”, recuerda todavía con agobio –con las manos juntas y mirando fijamente a la pantalla–, como si el recuerdo de ese día se preservara como una imagen permanente en su cabeza. Dice que se hizo la primera prueba con una película animada por los colores. Era el mejor referente para valorar la calidad y potencia de la imagen. La primera vez que vio en el autocine ese clásico de Disney fue “mágico”

Es invierno y la noche cae más temprano. Son casi las 19.00 y es hora de abrir las puertas del recinto. La idea de hacer un autocinema en Tiquipaya nace hace dos años, según recuerda Karim. Fue un anhelo fantasioso e imaginario con el que empezaron a jugar con su padre, Mario Balcázar. El gusto por el cine lo llevan en la sangre. El joven proyeccionista recuerda las historias que su progenitor le contaba cuando era pequeño, sobre como él y su tío abuelo, ambos amantes del séptimo arte, viajaban con un viejo proyector de provincia en provincia a pasar películas de forma un poco improvisada, solo con una tela blanca como pantalla. “Me contaba mi papá que a veces le acompañaba a ese su tío, a las provincias como Chapare, aquí incluso en Tiquipaya vinieron a veces, y veía cómo era, cómo la gente se juntaba para ver una película, lo bonita que era esa dinámica y siempre nos ha gustado. Es diferente ver una imagen proyectada, es como la magia del cine, de ahí un poquito fue madurando la idea”, rememora Karim mientras camina al ingreso del autocine.
El proyecto fue madurando durante 2018, pero requirió de mucha investigación, ya que no existía ningún referente en el cual basarse. “Todo fue error y prueba”, cuenta Karim. Una de las pocas referencias, según el joven proyeccionista, se encontraba en la capital argentina, el Autocine Buenos Aires, que se mantuvo en funcionamiento hasta finales de la década de los ochenta, cuando los otros cuatro establecimientos que se fundaron en la década de los sesenta ya habían cerrado.
Ya no es una actividad común, salvo para la nostalgia. El Gobierno porteño revive cada verano este modo de ver cine en el Rosedal de Palermo, un tradicional parque en el que caben 300 vehículos. Asimismo, en otras provincias como Rosario hay funciones itinerantes en dos establecimientos En Mendoza, el Autocine El Cerro se jacta de ser el único operativo de forma permanente en toda América Latina desde hace 54 años. El joven propietario del autocine dice que la tecnología de ese entonces es completamente diferente, como los parlantes externos que se colocaban afuera de los coches, conectados a unos tubos. Como los que Danny Zuko, un joven John Travolta, atraviesa desolado y pasa de lado en el autocine, cantando por el abandono de la inocente Sandy Olsson (Olivia Newton-John) en Grease: “Love has flown / all alone / I sit and wonder why –y! –y! –y! / Oh why / you left me / Oh Sandy”.
Pero lejos de ir a Argentina para inspirarse en su proyecto fílmico, Karim apostó a lo grande. Se  fue a Francia, a la cuna del cine. Pasó todo el mes de abril de 2018 visitando autocines, en especial el Grand Palais, en París, viendo cómo funcionaban y preguntando a la gente cómo nacieron sus negocios. Otra parada importante para él fue la visita a la tumba de Georges Méliès, ilusionista y cineasta francés. Se paseó por el cementerio del Père Lachaise, uno de los más célebres del mundo, donde también se resguardan los restos de otros personajes famosos que tuvieron adaptaciones de su vida en el cine, como Édith Piaf, una de las cantantes francesas más célebres del siglo XX, y el mítico vocalista de The Doors, Jim Morrison, interpretados por Marion Cotillard –en la más reciente versión– y Val Kilmer, respectivamente. Estando frente al busto del denominado mago del cine, sobre una lápida verde fucsia decolorada en la que se lee en francés “Créature du spectacle cinematographique” (creador del espectáculo cinematográfico), obtuvo el beneplácito simbólico que buscaba y regresó a Bolivia para crear una tierra nueva.
Así nació el autocine Terranova, una nueva experiencia creada de cero en Cochabamba y Bolivia, una tierra nueva, valga la redundancia. En la entrada lo aguarda Mario, su padre, un hombre de 58 años, tímido y de pocas palabras. Lleva puesta una gorra guinda que tiene el otro imagotipo que representa a la empresa. Se trata, nada menos, que el busto del perro negro, enfrente de un volante y el nombre del negocio en los bordes, al que sostiene con fuerza con una pita. Es un can de raza terranova, que mide 1,80 cuando se para de dos patas y debe pesar unos 75 kilos, aproximadamente. Se llama Botero, por el artista colombiano que suele ser conocido como el pintor de las mujeres voluptuosas, y no así por el exdelantero de la selección boliviana. Una “coincidencia” entre la experiencia en París y la carismática mascota, que les “sentó como un guante”, admite. Una casualidad también, como la de Indiana Jones and The Last Crusade, cuando se dio a conocer que el personaje interpretado por Harrison Ford en realidad se llamaba Henry y que el nombre Indiana lo adoptó de su mascota. “Tengo muy buenos recuerdos de ese animal”, dice Jones en su defensa casi al terminar la película

Karim termina de contar la anécdota sonriente, como siempre, mientras su padre también lo acompaña con una risa tímida cómplice. Ambos están parados sobre una rampa con tiras de color amarillo y negro, que facilita la visión de los conductores al momento de entrar al autocine. Llega un auto y Karim hace lo suyo: “Hola, buenas noches. Bienvenidos a Terranova, ¿es la primera vez que vienen al autocinema?”

Karim ve que es casi hora de empezar la función, a las 19.20, entonces se dispone a comenzar a proyectar los cortos animados que ponen antes de cada presentación. Mientras él se mueve dentro de su caseta de proyección y comienza a apagar las luces de las paredes, otra dinámica se produce al extremo opuesto del lote, donde se encuentra el candybar. Es un espacio con aire vintage, casi como esas fuentes de sodas tradicionales, surgidas en Europa, pero que obtuvieron su mayor éxito en Estados Unidos durante la década de los años 40 y 50. El espacio tiene un par de mesas en los costados y decoración con afiches de películas, tales como Jurassic Park, Ghostbusters (Los cazafantasmas) o Encuentros cercanos del tercer tipo, por mencionar algunos. El olor a pipoca y mantequilla inunda el ambiente, mientras el ruido de la plancha de la cocina hace notar que una orden de hamburguesas o un hot-dog están en proceso de elaboración. Detrás del mostrador, sonriente, está Gabriela Torrico, de 26 años. De 1,65 de estatura y tez morena. Es arquitecta de profesión, pero casi una década de su vida le ha dedicado a la administración de restaurantes desde sus diferentes áreas. Su padre es chef y propietario del restaurante Don Quijote en Tiquipaya, especializado en comida española. Dice que la “reclutaron” al autocinema por su experiencia. Es la otra cara de este negocio familiar.
“Trabajo ahí [Don Quijote] desde los 15 años más o menos. He pasado por todos los trabajos que existen en el restaurante, mesera, cajera, cocinera. Ahí he aprendido a encender una hornilla, antes de eso no sabía. Por eso y por la parte administrativa. Y obviamente me he prestado a esto, porque siempre he estado en el negocio y soy bastante dinámica. No me quedo quieta”, explica Gabriela, después de haber despachado numerosas órdenes de nachos con queso, pipocas, bebidas y comida que los asistentes se llevaron a sus vehículos antes de que empiece la película.
Gabriela es inquieta, sin duda. Por tal motivo trata de encontrar oportunidades para innovar junto a sus colegas en la cocina, Leos Balcázar y Zulema, hermano y cuñada de Karim, respectivamente, en la venta de alimentos en el candybar. Aprovechando que la película que se exhibe ese día forma parte del universo de Harry Potter, por ejemplo, pusieron a la venta la famosa cerveza de mantequilla y fantastic cupcakes, utilizando la imagen de un Niffler, una “criatura muy traviesa” que se asemeja a un cruce entre topo y ornitorrinco, al que le traen los objetos brillantes.

Sábado 18 de mayo
Favio y Diego salen del candybar con nachos con queso, pipocas, hot-dogs, gaseosas y algunos dulces. “Cuidado hayamos venido a comer”, dice Diego, lanzando una recriminación burlona para ambos. Al salir ven a Botero, quien se encuentra fuera de donde venden los alimentos. Le pide a Favio que le saque una foto con el perro. Se pone de cuclillas para posar al lado del animal y este lo lame en la cara, mientras trata de robarle sus palomitas de maíz. Los dos se ríen ante el exceso de confianza del can. Los cortometrajes ya empezaron y se meten al auto. Karim se acerca y les entrega una radio y parlante portátil. “Sintonicen a la 93.3. Si necesitan cualquier cosa chicos, me avisan”, les repite. Detrás de la pantalla se pinta un cuadro como sacado de una película, en el que la luna llena apenas se esconde detrás de unos eucaliptos afuera del terreno del autocine. Mad Max Fury Road está a punto de comenzar. La película está ambientada en una futura y post-apocaliptica Tierra desierta, donde la gasolina y el agua son productos escasos. Sigue a Max Rockatansky, interpretado por Tom Hardy, que se une a Imperator Furiosa, caracterizada por Charlize Theron, para huir del líder de culto Immortal Joe y su ejército en un camión cisterna blindado, lo que lleva a una larga batalla en la carretera

- La excusa perfecta para ver esta película en auto en un autocinema –se dice Diego a sí mismo, complaciente

“Oh, what a day, what a lovely day!” (Oh pero qué día… ¡pero qué hermoso día!), hubiera dicho Nux, un niño de guerra en la citada película de George Miller, mientras se dispone a atravesar una tormenta de arena manejando en búsqueda del Valhalla, el paraíso que aguarda a este guerrero después de la muerte

Sábado 8 de junio
En la relación de Gabriela y Karim también existen coincidencias. Ambos viven en Tiquipaya y se conocieron hace un año. Empezaron como amigos y hace cuatro meses, el mismo tiempo que lleva funcionando el autocine, se convirtieron en novios. El primer recuerdo que ambos tienen en el cine es cuando se estrenó la primera película de Harry Potter. Ella tenía ocho, él 10. Les marcó a ambos.
Karim entra al candybar, la proyección ya está andando. La escucha hablar sobre el mago más famoso del mundo y se acuerda del día que pasaron ese filme en el autocinema: “Me hizo soñar mucho esa película y pudimos pasarla hace unas dos semanas. Reviví ese momento con lágrimas en los ojos toda la película”

Karim cuenta que inicialmente tenía una idea de hacer el autocinema un sitio para el cine independiente, pero tuvo que cambiar esa lógica pensando en un modelo de negocio para que el emprendimiento funcione. Sin embargo, en sus cuatro meses de funcionamiento, eso no le ha impedido que clásicos como El resplandor (1980), Pulp fiction (1994), Enter The Dragon (1973), Expreso de medianoche (1973), La naranja mecánica (1971) o Star Wars: El Imperio Contraataca (1980) puedan revivir en una pantalla grande. “Estoy seguro que hay muchos cinéfilos que no saben del autocine, me gustaría llegar a ese público”, afirma el proyeccionista, mientras ve la pantalla desde el candybar y revisa su celular para verificar la hora

Gabriela y Karim empiezan a entablar una conversación sobre los aciertos y desaciertos que han tenido hasta ahora. Dicen que la elección de los filmes cada mes es “terrible”, mientras Gabriela no puede evitar reírse. Medio sonriente y tratando de mostrarse serio, Karim dice que es un gran peso elegir películas

Escogemos las películas con mi papá, sobre todo. Me ha pasado con Amélie, es una película hermosa y no vinieron muchas personas –dice Karim con algo de culpabilidad en el rostro–. Lo primero fue apuntar al que eligió la película, me dijeron ‘cómo esa película, si no es muy conocida’ –imita un tono de reclamo–. Es el peso que tengo que cargar, tengo que vivir con mis elecciones

En el fondo suena Bongo Bong, la canción de Manu Chao, con una tonada muy relajada que les permite interaccionar a ambos muy tranquilos.
A la película que le ha ido peor, hasta ahora, creo que ha sido la que escogió tu papá, Enter The Dragon –le contesta Gabriela a Karim sobre el filme protagonizado por Bruce Lee–, habían dos autos y no habían factores externos a los cuales culpar. Otra película mala que hemos tenido ha sido La máscara, pero voy a decir en beneficio de Jim Carrey que era carnaval y no había mucha gente. Bohemian Rhapsody fue la más taquillera, dos veces, pero a la que ha asistido más gente que a esa, ha sido Titanic y ha sido por la fecha –14 de febrero, San Valentín– para llevar a sus chicas al cine y hacer algo diferente. Sin embargo la película de Freddie Mercury camina sola, le va bien –se ríe Gabriela con ironía sobre uno de los éxitos en recaudación del autocine

Karim rememora otro éxito del autocine y una de las anécdotas que es graciosa ahora, pero no en ese momento. Fue el 2 de febrero, durante la primera proyección de Grease. Con un estrés “nivel infinito”, según el dueño del autocine, enchufó el equipo del radiotransmisor y lo quemó. Con cara de desesperación dice que en ese momento perdió como 10 años de vida. La gente estaba a una hora de llegar y las opciones eran transmitir el sonido por parlante o que sea cine mudo. “En ese momento quería que me entierre el Botero”, dice mientras se ríe con mucha energía. Tuvo la suerte de conseguir otro equipo de emergencia. “Fue la experiencia más traumática y estresante que hemos podido vivir aquí, todo lo que podía haber salido mal, salió, pero fue lindo porque vino harta gente y fue una noche para recordar, estaba al 90 por ciento de su capacidad el autocine”, termina su historia con alivio.
Rolando Morejón, de 59 años, llegó temprano al autocinema el día 2 de febrero. Iban a pasar Grease, “una película de su época”. Fue con su esposa y ocuparon el sitio 28 en el lote, en la parte de atrás, para que su Renault Duster no le tape la visión a vehículos más pequeños. Siempre quiso un carro como el Greased Lightning, un Ford Deluxe convertible del año 1948. Solo que no era rudo como su propietario en la película, Kenickie Murdoch –el mejor amigo de Danny Zuko–. Tenía el carácter más bien de Eugene Felnic, personaje con anteojos y el típico estereotipo de nerd en las películas de los setentas. Aun así, disfrutó mucho viendo otra vez cantar y bailar a John Travolta y a los T-Birds con el sueño de un carro “automático / hidromático / ultramático… / ¡será el Greased Lightning!”.
Llega el intermedio al autocine. Karim se levanta para encender las luces de las paredes, mientras a través de la radio suena un mensaje grabado instruyendo que se retomará la función dentro de 10 minutos. Gabriela se levanta también de la mesa y se va detrás del mostrador. Los asistentes comenzarán a llegar nuevamente por más comida y bebidas. Autocinema Terranova recupera una práctica que se dejó de aplicar en los cines de EE UU desde 1982, aproximadamente, según recuerda el profesor de cine Nathan Hartman. Los principales motivos para el uso de un descanso, era para permitir a los proyeccionistas cambiar los rollos de las películas. Desde los cincuentas a los setentas, filmes como Los siete samuráis (1954), La novicia rebelde (1965) o El Padrino (1972) eran interrumpidos con la excusa de rellenar las pipocas y, sobre todo, para darle a películas como las anteriores mencionadas una cualidad de evento artístico

“Es lindo muchas veces poder socializar en el intermedio, además queremos impulsar el servicio que tenemos de restaurante, es la opción que podemos darles para que puedan comer algo rico mientras ven la película y esa dinámica que salgan del coche, que caminen un poco, se saquen fotos, puedan estar con la mascota del autocine, las chicas se vuelven locas con el Botero, es un galán”, dice Karim riendo, mientras se cerciora que todas las personas hayan vuelto a sus vehículos y así empezar con la segunda parte de la película.
Karim retorna al candybar una vez que reinicia la cinta y cuenta que al inicio tenía dudas si emprender el negocio. El 16 de mayo de 1933 nacía el autocine en EE UU. Richard Hollingshead fue quien patentó la idea bajo el concepto Drive-In Theater (autocine), según recapitula el periodista Milton del Moral. Sin embargo, el concepto se fue degenerando a partir de los años cincuenta, recuerda el propietario de Terranova. Dice un refrán sarcástico en inglés: “uno de cada cuatro estadounidenses fue concebido en un autocine”

Tuvieron que lidiar con ese estigma de inicio. “Todos nos decían, ‘¡Uuuuh, va a ser un motel eso’. Fue una idea que la gente tenía en la cabeza y que por eso iba a fallar el negocio”, recuerda Karim entre risas. Todavía no ha habido ningún caso, reporta, y también por eso tratan de proyectar desde Facebook una imagen de entretenimiento familiar. De cuando en cuando, Karim se desplaza, disimuladamente, sin ser muy invasivo cuidando los coches y viendo que no sucedan actos indebidos que puedan manchar el nombre de Terranova.
El deseo de Karim es que la gente viva la experiencia del autocine. Que adultos mayores puedan ver una película en la comodidad del coche, sin moverse tanto y sin incomodarlos; al igual que personas con alguna discapacidad, que no necesitan salir del auto para puedan aprovechar este tipo de entretenimiento. O personas como él, que no pudo ver muchos filmes estrenados décadas atrás, como su película favorita –Jurassic Park–, y que ahora tiene la opción de revivirlas en la pantalla grande en un departamento que cuenta con un parque automotor de 386.952 vehículos, según un informe de 2017 del Instituto Nacional de Estadística. Con esas cifras, parecería un emparejamiento hecho en el cielo, o quizá en Hollywood, la fábrica de los sueños

La función termina alrededor de las 21.30 o 22.00. Después de que el último auto sale solo queda preparar el autocine para el siguiente día, si la función es sábado o domingo. Si empieza una nueva semana, el trabajo no termina ahí. “Quién iba a decir que un autocine era un trabajo a tiempo completo”, se cuestiona con sorna Karim. Sin embargo, su más grande satisfacción es “cuando se abre la puerta para que se vayan. Se van felices, es lo que más nos llena de alegría… [se queda pensativo unos segundos y reafirma su comentario] Sí, es lo que más”, sentencia, solo frente a la pantalla, con la mirada de satisfacción y conmovido como Jacques Perrin interpretando a Salvatore Toto Di Vita. Haciendo su propio homenaje al cine, como la colección de escenas de besos de Alfredo, el proyeccionista de Cinema Paradiso.   
Periodista – Twitter: @DabolAR