Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
  • Actualizado 12:33

LECTURAS SUTILES

Mal carácter: la angustia obstruida

Mal carácter: la angustia obstruida

Encerrado en su habitación hace siete meses y tres días (los padres los tenían contados), Juan llena el encierro hasta desbordarlo y abre la puerta cuya existencia no se recordaba, para vaciarlo en la cocina (en restos de tabaco) y volver a entrar a su refugio sin más que un “buen día”.

Apenas diferencia la mañana de la tarde por la inclinación de los rayos       del sol en la persiana. El calendario forma un gran contínuo interrumpido por esa puerta, que la madre hace sonar, previo WhatsApp de aviso, para anunciar que la comida está lista.

Sus intentos de abordar algún trabajo cayeron porque los jefes son a priori, sádicos en potencia. Las entrevistas laborales son filtros arbitrarios,  claro está. Los requerimientos de vestimenta son estupideces y los salarios son miserables, así que no vale la pena.

El cuidado de la salud no justifica esperar horas al dentista ni pasar por el posible trato áspero de las secretarias del consultorio

Solo la cotidiana con pocos amigos  no se contagia de tanta miseria. Ahí hay confianza, tranquilidad. No hay tiempo.

La angustia es una sensación displacentera que reconocemos por ciertas sensaciones o alteraciones corporales: presión en el pecho, insomnio, nudo en la garganta, pensamientos hostiles, ideas perturbadoras.

En nuestra sociedad es reconocible en relación a procesos de pérdida:      separación, muerte, caída de alguna expectativa, todos modos en los que lo perdido referencia una parte de sí.

Pero hay otro modo de la angustia, que es silencioso, del cual solo tenemos noticia por esos “modos regulares de reacción del carácter” de los que nos ha hablado Freud. No hay llanto ni malestares “típicos”, tampoco algún detonante puntual de ese estado de cosas.

Solo hay irritabilidad, postergación con argumentos justificantes, achi-camiento del mundo a escasas variables (pocas personas alrededor,      reducción de actividades a mínimo, explicaciones racionales ante toda evitación de la acción), cierto hermetismo, en definitiva, una restricción cada vez  más de los espacios subjetivos, como intento de eludir aquello que resulta desconocido, incodificado y acechante.

La rigidez de esos rasgos, la poca flexibilidad para introducir en esa estática algo diferente, un aire nuevo, es el reaseguro para que la angustia no emerja tal cual la conocemos.

Por eso los analistas decimos que la angustia es un elemento importan-te del trabajo analítico. No la generamos ni la promovemos. Entendemos  que si alguien nos consulta es porque ella ya está allí, de un modo o de otro.

Y es el mejor de los casos que se exprese para poder desactivarla.

En ocasiones como las de la descripción, donde la personalidad se rigidiza imponiendo una fuerte disminución de la capacidad de intercambiar con otros y de disfrutar, la angustia está obstruída, sin posibilidad de ser advertida y darle otro destino.

Allí, esos modos de reacción son solo defensas inadecuadas. Sostenerlas conlleva un enorme desgaste psíquico que termina produciendo   que algo tan pequeño como un ruido en una puerta sea un abismo, una inquietud insoportable, la cara misma de un peligro que se desconoce.

Peligro que se piensa como si viniera desde afuera. Lo cual es un error que desvía la cuestión.

NOTA: Para cualquier consulta o comentario, contactarse con Claudia Méndez del Carpio (psicóloga), responsable de la columna, al correo electrónico [email protected] o al  teléfono/whatsApp  62620609. Visítanos en Facebook como LECTURAS SUTILES.     

Lara Lizenberg, psicoanalista atención de adultos.