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  • Diario Digital | lunes, 18 de marzo de 2024
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Un viaje junto a Chávez

Sobre Multiplicación del sol (Ed. Plural), poemario del escritor chuquisaqueño Gabriel Chávez Casazola.
Un viaje junto a Chávez


Multiplicación del sol es una invitación a que zarpemos en un viaje, un viaje con seis paradas: Arboles, Astros, Ausencias, Alfa, Omega, Coda/Dicha. En cada uno de estos puertos, Gabriel Chávez Casazola, haciendo uso del cuasi mágico espacio poético, penetrará en los diferentes modos que tiene el hombre para relacionarse con su entorno; todo esto con el objetivo de mostrarnos “otras formas de ver el mundo, de habitar el mundo”.

Arboles.- ¿Dónde habita el hombre? En la tierra con la naturaleza. Chávez nos habla de un habitar en el valle, en donde la alegría del valle es la alegría de quien habita en el valle, las razones del valle son las razones de quien habita en el valle, cuando el valle florece, junto a él, florece el que habita en el valle. En otras palabras, nos habla de que entre el hombre y la naturaleza hay una fuerte relación; en donde el valle y los que habitan en él bailan juntos. De este modo, el poeta en esta primera parada hace que dirijamos nuestra atención hacia la relación del hombre con la naturaleza, con el mundo que habitamos. Relación que es puesta en peligro cuando la codicia, de un solo soplido, apaga la luz que tiene el hombre en su interior. Llevándolo a una guerra estúpida consigo mismo, en la cual, como consecuencia, sufrirá la naturaleza que, testaruda pero llena de vida, se elevará atravesando las carcasas de las balas, atravesando con sus ramas los muros floreciendo una vez más.

Antes de partir al siguiente puerto, Chávez presenta “Eros y Thanatos”. En un extremo al dios de la sexualidad, la fertilidad, el que trae la vida; y en el otro al dios que es la personificación de la muerte. Y es que “una de las pocas certidumbres completas que es posible tener es que algún día Thanos estará en el lugar que ocupa Eros”. Ya que lo vivo está vivo precisamente porque aún no está muerto.

Astros.- Un adivino es una persona que predice el futuro. Una de las técnicas que suelen usar para contemplar el porvenir es la de observar las luciérnagas que algún dios puso en el firmamento. Pero cualquier adivino puede fácilmente predecir que moriremos, hasta el vidente más insignificante puede pronosticar “que las férreas ciudades de altas agujas arderán, al igual que tarde o temprano perecerá una flor”. Si bien la muerte es un destino del cual no podemos escapar, el hombre para nuestro poeta tiene más en común con el movimiento errático e impredecible de las nubes, que con el movimiento perpetuo y siempre idéntico de los astros. Ya que tiene en su interior una luz, un algo que le deja crear y destruir. Este fuego que habita en nuestro pecho nos deja ser más que solo un puñado de datos personales escritos en una “hoja de vida”; “pues no solo somos barro y pus, también somos luz y polvo de estrellas”.

Ausencias.- En una entrevista, quizás ya olvidada, la poeta Blanca Wiethüchter, al hablar de la dificultad de lograr una verdadera comunicación, mencionaba que el hombre es un ser que tiene una profunda vocación para el aislamiento; en otras palabras el hombre se enfrenta constantemente a la soledad, a la ausencia del otro. Para sentir la ausencia del otro no es necesario que ese otro este alejado físicamente, como en “El trabajo en lo echado a perder”, donde gracias a la indiferencia de un padre un joven crece lleno de odio. Y es que para Chávez la ausencia del otro puede convertirse en una jaula pequeña, dentro de la cual el hombre lentamente enloquece, lentamente se convierte en un animal rabioso, destructor, autodestructor. Pero podemos ser rescatados, alimentados y cuidados por el amor de otro, que es capaz de mirarnos tal como somos, “más allá de lo monstruoso”.

Pero, ¿qué sucede si la muerte u otra fuerza arrancan a ese otro de nuestro lado? En la perdida nos enfrentaremos nuevamente al delirio, el cual nos atacará con toda su violencia. Para no sucumbir ante esta nueva locura, Chávez nos sugiere que recurramos a “la paleta de la memoria que no olvida/como eran las cosas verdaderas cuando eran verdaderas/la paleta de la vida”, que nos ayudara a encontrarnos a nosotros mismos.

Alfa.- Tras enfrentarnos a la perdida y a la muerte ya nada es lo que aparenta ser, la noche y la ciudad, se vuelven más extrañas y peligrosas. La muerte no solo está detrás de nosotros, también está detrás de los niños que juegan, del taxista que trabaja por unos pesos, de la madre de diez hijos, de la puta que se vende por pastillas, detrás del anciano pobre y abandonado. Ante toda esta crueldad, nos preguntamos: “¿Dios escucha?/ ¿Alguien escucha?/ ¿Hay alguien allá afuera/ Is anybody there?”. El problema no está en un Dios que no escucha, el problema es que para el hombre lo divino está más allá del mundo en que habitamos; cuando en su lugar deberíamos rememorar “la porción secreta divina” que guarda cada cosa en su interior, lo divino que hay en la lluvia, en el fuego, en el estanque, en nuestro propio hogar.

Omega.- Tarde o temprano tendremos que enfrentarnos a nuestra propia muerte, que muchas veces se presenta de forma paulatina en nosotros cada día con cada nueva arruga, con cada nueva cana, con cada nueva imperfección, con las viejas heridas del alma: una humillación, la mirada amenazante de un padre, las palabras de un amor no correspondido. Una vez empezado el cortejo de la muerte podemos penetrar en ella limpios, elevándonos en la muerte. Para lograr esto Chávez nos dice que tenemos que reencontrarnos a través del recuerdo de lo que fuimos, ya que “hacia adelante se extiende el pasado/ El horizonte es el ayer. Olvidar es perder(se) de vista/ La catarata de la muerte nos aguarda”.

Coda/La dicha.- El viaje ya casi termina, el poeta antes de despedirse hará un último regalo. Sí, llegara el momento en que tendremos que “recordar el fuego que fuimos/ el aire que exhalamos presurosos”, con el objetivo de prepararnos decorosamente para la muerte. Pero antes de que llegue ese instante, en nuestras vidas que son como largas carreteras, experimentaremos la felicidad que si bien es momentánea, y se da en intervalos cortos, debe ser disfrutada al máximo. También experimentaremos la tristeza, el llanto, del cual no hay que escapar porque nos limpia, nos renueva, “ya que bajo la lluvia todas las cosas son renovadas en los patios/ y cuando escampa el mundo huele a recién hecho, a/ sábado de Dios, a primavera”. Son estas experiencias las que debemos recordar, cuando Chávez pide que nos busquemos, y las que nos permitirán darle un sentido a la vida.

Solo me queda por decir, con algunas palabras prestadas de Jorge Teillier, que Gabriel Chávez Casazola es alguien capaz de transformar la poesía en una experiencia vital.





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