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  • Diario Digital | sábado, 20 de abril de 2024
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Guerriero sobre Bruno Gelber: en la redes de un genio glotón

La autora de Plano americano, periodista y narradora, editora, columnista de El País de España, acaba de publicar Opus Gelber, un fascinante retrato del reconocido pianista argentino.
Guerriero sobre Bruno Gelber: en la redes de un genio glotón


La calle Darwin del barrio de Villa Crespo hace caso omiso de la resonancia de su nombre. En apariencia, no dice nada. Para que empiece a susurrar alguna pista, es preciso conectarla con una de sus vecinas, viajera como el científico inglés, curiosa y minuciosa como él. Es necesario acceder al interior de su arca, tímidamente pertrechada de exotismo. Estatuillas de Indonesia, cerámicas chinas, tallas de Tailandia, amuletos de Myanmar y leones laqueados; todas figuras tuteladas por dos gatos calcadamente siameses. Son las secuelas benéficas de las excursiones de una cronista que siempre se desinteresó de la especie en favor de sus ejemplares únicos, se llamen Nicanor Parra, Hebe Uhart, o Bruno Gelber, el sujeto de su último libro.

Al igual que el teatral departamento de Gelber en el Once, el de Leila Guerriero en un piso quinto apostó por una cierta extravagancia para echar anclas fuera del tiempo y la geografía. Expatriados seriales, Guerriero y Gelber se han entendido bien: son dos desubicados que encuentran su centro en el margen, en la afición por desmarcarse. Para Opus Gelber, el pianista le ofrece una partitura no escrita –su vida– y ella oficia de intérprete, bajo la batuta correctiva de un tirano goloso que con su formidable rapidez verbal y su hilaridad le quita peso a la gesta.

Periodista, columnista de El País, Guerriero (Junín, 1967) publicó Los suicidas del fin del mundo, Frutos extraños, Una historia sencilla,Zona de obras y Plano americano, que incluye perfiles de escritores, pintores y fotógrafos. Con Opus Gelber parece haber hecho un libro bajo el auspicio de una frase de Richard Ellmann en su biografía de Oscar Wilde: “Todos somos dramaturgos”.

–Este es tu primer retrato en formato libro. ¿Cuándo te diste cuenta de que podía serlo y que iba ser extenso, es decir, que te convenía que lo fuera?

La verdad es que cuando lo llamé a Bruno le propuse hacer un perfil para una revista. No pensaba que hubiera un libro en esto. Y creo que después de la tercera o cuarta entrevista empecé a darme cuenta de que su universo era absolutamente irreductible, aunque me dieran 60 páginas de una revista. Para contar la sutileza necesitás espacio. Y si hay alguien que necesitaba sutileza para ser contado era Bruno, que es un hombre con muchas capas. Hay muchas contradicciones, que si uno no las narra bien –no sé si las narré bien o no, pero el intento está– puede parecer una persona incoherente. Esas aristas que tiene, de ser por un lado súper precoz y voraz en muchas cosas relacionadas con la sensualidad, y por otro un tipo casi prejuicioso en torno a esas mismas cosas. Victoriano, podríamos decir. Y a partir de la cuarta entrevista empecé a pensar en un libro, y lo curioso es que nunca se habló con Bruno el cambio, como que en un momento lo asumimos los dos. El me invitaba dos o tres veces por semana a verlo y era claro que no se agotaba en un artículo. La verdad que le fui tirando tanza mientras lo iba escribiendo. Siempre es difícil saber la medida que va a tener un libro.

–¿En qué sentido tuviste que cambiar la técnica, la digitación, como dicen en música, con respecto a los retratos de Plano americano?

La técnica de fondo no. Hubo dificultades que en los otros perfiles no existían. Una es que Bruno se repetía mucho y para mí era importante mantener esa reiteración, forma parte importante de su personalidad. Y a la vez temía que esa reiteración se volviera aburrida. Pero sí hubo un cambio fuerte: es un libro que tiene mucho diálogo, y usualmente no escribo reproduciendo tanto el diálogo. Y en este si yo glosaba todo y no ponía los diálogos se perdía la personalidad de Bruno. Buena parte de lo que es él se juega en la conversación. Disfruto más de la glosa, del trabajo con la prosa, y tuve que superar mi propio prejuicio de que esas partes del libro en un punto no estaban “escritas” pero eran imprescindibles.

–Cuando uno encara un trabajo biográfico generalmente se las ve con un muerto. En este caso, Gelber no sólo está vivo sino que está muy vivo, y muy vivo en el libro. Uno tiene la impresión de estar leyendo una obra en colaboración, una ejecución a cuatro manos.

Lo que es Bruno se expande cuando él entra en relación con alguien. Y la relación conmigo forma parte fundamental del libro. Con un grado de exposición mía que controlé muchísimo. Y fue un trabajo en colaboración en todo sentido porque Bruno empezó a entrevistarme a mí, y exigía de mí un trabajo que usualmente no se nos exige a los periodistas. Yo estaba ahí, en su telaraña y estaba muy magnetizada con eso. Pero nada de eso habría pasado si no hubiera habido esto que vos decís, esa fusión entre fría y cálida en esa relación que se dio.

–¿Y no sentiste que ese afecto que él te empezó a tener podía resultarte extorsivo, por decirlo de alguna manera?

No, en general no. Yo le pondría la palabra entrañable. Pero eso es porque está en mi naturaleza, yo trabajo de un modo escindido. Por supuesto que hay una corriente de afecto sincera y genuina. Me parece un tipo honesto y muy admirable y a la vez con cosas con las que no concuerdo nunca, pero nada de eso enturbió y a la hora de escribir tampoco pesó.

–Esa obra en colaboración transmite la impresión de que la forma del libro la va dictando el retratado. Incluso el trabajo de montaje parece responder a su agenda.

Él es un tipo muy controlador y eso se ve. Y si él no controla todo, se puede ir todo al cuerno por el problema físico que tiene. Desde su lugar está habituado a levantar un teléfono y controlar. No hubiera llegado a ser lo que es si hubiera dejado que el azar decidiera. Pero es cierto, la agenda la fue dictando Bruno, desde lo más concreto, y yo dejaba y cancelaba todo para ir a verlo. Y nadie sabía que yo estaba haciendo esto. Él marcaba el ritmo. Pero no sé si eso lo sentí a la hora de montar el libro. Ahí hay como una tensión que está explicitada. Él tira de una soga para atraerme, yo intento que eso tenga cierto control, y por momentos dejo que ese control se vaya al cuerno. Creo que el montaje está marcado por mí, aunque está claro que el libro tiene una estructura lineal, cronológicamente hablando. Me interesaba que se viera en el libro el desarrollo de esa relación. Cómo en la conversación de Bruno iban apareciendo cosas, cómo iba confiando, mostrando cosas de su intimidad, y eso era como muy de a poco. Y esto sólo te lo permitía una estructura lineal, no podía jugar a fragmentar los tiempos.

–El libro produce un efecto curioso. Al principio citás una frase de la madre (“los destinos no están escritos”) pero a medida que el lector avanza se hace tremendamente evidente que Gelber ha sido una persona con una voluntad de hierro, que te hace pensar que nada de nada hubiera impedido la aparición del Bruno Gelber que conocemos. Es decir, que en efecto él sí venía con algo escrito, predestinado. Y eso te lo revela el libro.

Esto que decís me parece súper importante. Bruno jamás te hace sentir que es alguien con dificultades para moverse o lo que fuera. El tipo es una potencia y de alguna manera ha transformado eso que le pasó en un dato de su biografía, un dato que no es relevante. El no hubiera llegado ni más ni menos lejos de no haber tenido la polio. Nunca tuvo una cosa de autocompasión. Nunca escuché de Bruno un “¿Me ayudás?”. Creo que el libro es eso, la historia de una voluntad. Es un acorazado. No tiene un punto de debilidad. Tampoco de melancolía, eso que tiene tanto prestigio entre nosotros.

–Él se muestra enteramente como es. Incluso uno puede sospechar que se abre de más, quizá para mejor ocultar secretos. ¿En algún momento esa apertura fue un peso, una desventaja o demasiado abrumadora?

Podría haber sido una desventaja si hubiera decidido no poner algo por si lo traicionaba. El grabador estaba siempre sobre la mesa. Al final, ya Bruno me decía “ni me preguntes, prendé, entrá con el grabador prendido”. Esa apertura nunca la vivo como algo que pueda pesarme. Todo lo contrario, es como una especie de exaltación, siento que el trabajo está saliendo bien. Cuando alguien me pide que no cuente algo que me contó a mí, prefiero que directamente ni me lo cuente. Porque te da un secreto y te llevás la carga de no poder contarlo, y sonaste si ese secreto modifica toda la narrativa de su vida.

–Uno de los enigmas de Gelber parece estar en las personas tan misteriosas que lo rodean. En verdad, esos personajes secundarios son el otro secreto que crea el libro.

Bruno tiene algo muy victoriano en muchos aspectos y a la vez sumamente de vanguardia en otros, en las relaciones que establece con sus afectos. Es rara la forma en que suceden las cosas de su casa.

–Volviendo a su apertura, en un momento decís: “Casi contento de despedazarse, de ofrendar trozos de sí para saciar una curiosidad caníbal, antropófaga”. Y el libro exige un lector igual: goloso, pantagruélico, con ánimo de empacharse.

Como decía, Bruno es un desborde. Ya la primera vez que lo vi con esa mesa plagada de budines… Cierto, yo al libro lo veo como con colores fuertes, muy desbordante de fruta abrillantada.

–Y el libro replica lo que es Gelber, apuesta al exceso. Da la sensación de que están todas las escenas y encuentros que tuviste con él. Y que estás jugada por ese afán de completud.

Sí, quise apostar un poco al “errorismo”, que no fuera una súper construcción, porque Bruno es un desborde, y de muchas cosas.

–Una virtud fantástica de Gelber es que se ríe de sí mismo. Esta característica tiene la cortesía de ahorrarle al retratista el trabajo sucio.

Sí, claro. Una de las cosas que me asombraron mucho de Bruno es ese sentido del humor a prueba de balas que tiene, por momentos muy negro, muy oscuro, y en otros súper naif. De pronto te cuenta chistes que contábamos nosotros en el colegio secundario. Tiene cosas que en principio parecen incompatibles: un músico de elite con un interés por cosas más terrenales, programas de la tele, chismes. Y después tiene este humor casi autodeprecatorio, digamos. Por un lado, le importa mucho su imagen y, por otro, te cuenta una y otra vez que en los aeropuertos lo confunden con una mujer, y eso le produce infinita gracia.

–Otra de las cosas que te ahorró es la de pensar qué preguntarle. Como comentábamos, él invierte los roles y se pone en periodista que ametralla, una especie de Truman Capote devenido concertista internacional. En un momento decís que el modo de preguntar de Bruno es “el arte del descuartizamiento”. ¿Cuál te parece que fue el tuyo ante él?

Con Bruno y con toda la gente soy una persona que hace preguntas muy chiquititas. No me salen bien las preguntas grandes, más conceptuales. Soy muy puntual: dónde naciste, cómo era tu cuarto, busco mucho el detalle chiquito…



Periodista