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  • Diario Digital | martes, 19 de marzo de 2024
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[La Lengua Popular] Y si no bailamos y escuchamos

Sobre el canal de Youtube de Ernesto Flores Meruvia, un tributo al maestro de la cueca Simeón Roncal.
[La Lengua Popular] Y si no bailamos y escuchamos


Cuando dejó de sonar la versión de Ernesto Flores en la computadora, sentí ese aire que las cosas maravillosas saben soplar y dejan pesando en el cuerpo. Ese aire que hace que apenas se pueda sostener la fuerza para mantener los ojos abiertos y no caer en la otra dimensión dulce de los ojos ciegos. Porque cuando descubrimos los sonidos que tocan vibras íntimas de la sensibilidad, inmediatamente se forma una extraña magia que comprime los ojos, hasta quererlos cerrar, para devolvernos al lugar donde más sabemos querer estar. Es como si el piano solo pudiese hablar en ese lugar, donde el lenguaje de los latidos, sintoniza de mejor manera con esa pulsión agridulce que llamamos recordar.

Flores ha recuperado la composición del maestro Siméon Roncal. Algo no solo extremadamente necesario para la música de nuestro país, sino que sorprendente al encontrar que alguien de esa generación se interese por este trabajo; y que además de interesarle, se embarque en un proyecto ambicioso y pasional, que se concreta en el aprovechamiento de los beneficios de su época, creando un canal de Youtube en el que se puede escuchar todas las versiones que ha ido estudiando del maestro Roncal, no solo es sorprendente, sino que por demás admirable.

Siméon Roncal no ejecuta su instrumento, lo desintegra en cada toque, llevando la cueca a un nivel donde es inevitable no disolverse con la melódica atmósfera de pensar en la gran cuna, que parece que solamente es latente en la extraña lejanía del tiempo, y en la imprecisión de los cuerpos. Parece que solo se vuelve rastreable desde el movimiento de haber sabido que algún día hemos bailado, aunque ya ni siquiera podamos mover las piernas. Es lo volátil y lo vitalista que se mezcla con lo nostálgico y lo estático; lo que encuentra en el oído mejor nido y no tanto en la boca que tritura.

Ernesto Flores tiene 16 años, estudia en el colegio San Agustín, piensa estudiar física y comprometerse más con la música, en la medida en la que se va desarrollando como profesional. Para lograr ese objetivo, pensar la recuperación como esencia de su trabajo estético, es central. Cuando le pregunté sobre a qué momento de su memoria volvía cuando hablábamos de Roncal, me dijo a su niñez, que en realidad no sabía con exactitud, pero que era un lugar tranquilo, por demás de feliz.

Mientras hablaba movía las manos y trataba de explicarme el cambio rítmico y de velocidad que exige los diferentes momentos de una cueca. Pero a la vez yo pensaba en lo auténtico de su inclinación. El sentido de la melancolía o de la nostalgia de la cueca solamente era apreciada por él, desde el placer de tocarla, de masticarla, de sostenerla en ese enredado eléctrico que llamamos cerebro.

La cueca, como Flores apunta, es brillante, porque transmite el tejido de una visión, que suele ser representada en el movimiento feliz del baile con el pañuelo; pero que a la vez, en la parte trasera de esta manta, esos mismos hilos alegres a simple vista, son la textura de una herida, de una raíz con un pasado más poroso, más estrecho al arte de detenerse, de contemplar el paso del polvo por la ventana.

Las versiones de Flores tienen un cuidado especial en la ejecución, esta dedicación salta de inmediato al escuchar y en el ejercicio de compararlo con otros músicos con intenciones similares. Según sus respuestas, lograr ese sonido que con total sinceridad recalca que está aún en construcción. Se debe a la dedicación de su maestra, por la enseñanza meticulosa en la apreciación de la música y la exigencia de una ejecución que esta calibrada desde la mayor sensibilidad y calidez que sea necesaria para la partitura. La mezcla de este detenimiento y pasión por la música clásica, y la cercanía a una tradición familiar involucrada a tocar música popular boliviana permiten que en el joven pianista se despierte la admiración y la contemplación de la creación del maestro Roncal, que es la que contiene lo mejor de ambos mundos.

Al ingresar al canal de Ernesto Flores Meruvia podemos encontrar cinco versiones ya grabadas: “Rosa”, “Pequeño Simeón”, “Lágrimas”, “La brisa” y “La ausencia”. El proyecto se encuentra en desarrollo y todavía está en la grabación de otras composiciones de Roncal. Por lo tanto el canal tendrá un crecimiento progresivo.

Debido a la falta de posibilidades de acceder al material de Roncal, algo que el pianista también toma como una motivación para la tarea que ha decidido realizar. El aporte para nuestra cultura es totalmente trascendental, permitiéndonos la cercanía a una de las genialidades de nuestra historia musical.

Cuando escuchamos la ejecución del piano de alguna de las composiciones de Simeón, lo animal son los huesos de la radiografía, la caricia es lo epidérmico y la furia es lo visceral del maestro. Todo sosteniendo la vivacidad del baile, y la serenidad del bosque de nuestros días felices.

Es inevitable en el juego de las teclas escupiendo un sonido tan íntimo, no cerrar los ojos un momento, caer en la ceguera que el trance de esa música ocasiona. No queda más que permitir que la danza sea brillante, sea de ráfagas, que obstruya lo negro, pero en ese intento que lo haga más presente, más aparentemente entrañable, es cuando más necesario se hace el entendimiento de lo oscuro, incluso a pesar del zapateo, es imposible dejar de pensar en lo negro de la noche, en el lugar que arrulla el sueño. Eso que Borges más extrañaba en su discurso “La ceguera” (1977) y a lo que Roncal le llamó cueca.



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