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  • Diario Digital | jueves, 25 de abril de 2024
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Leonardo Da Vinci: 500 años de inmortalidad

Este año se cumplen cinco siglos de la muerte del artista italiano que dejó una huella imborrable en la historia del arte y la ciencia.
Leonardo Da Vinci: 500 años de inmortalidad


Sus contemporáneos ya advirtieron en Leonardo Da Vinci algo misterioso: ¿cómo un ser humano podía sobresalir en tantas y diferentes materias y realizar importantes aportes en campos tan especializados?

No hubo rama del saber —ingeniería, física, mecánica, óptica, botánica, geología, anatomía, música, urbanismo, arquitectura, lengua, pintura, escultura o filosofía— en las que no dejara su huella. Diseñó helicópteros, submarinos, tanques, puentes levadizos y hasta primitivas calculadoras, pero la técnica por entonces no estaba lo suficientemente avanzada para hacerlos realidad

Como resumía el periodista y escritor estadounidense Walter Isaacson: “Fue un hombre para el que la ciencia y el arte andaban absolutamente conectados”.

Su capacidad visionaria llevada a la práctica confluía especialmente en dos campos en los que era imbatible: la ingeniería y el arte y, según fuera el caso, daba prioridad a una u otra, como nos reproduce en algunos de sus dibujos el escritor Gérard Denizeau en su libro “Leonardo da Vinci. El genio visionario”.

Este año se celebra el quinto centenario desde su muerte y, como hace 500 años, su obra permanece presente en los altares más destacados del arte a nivel mundial.



MENTE INSACIABLE DE DOTES

EXTRAORDINARIAS

Vivió en una época turbulenta en la que Italia la conformaban una gran cantidad de ciudades-estado, como Florencia, Milán o Venecia, a menudo rivales, a lo que se añadía el peligro del impero otomano en sus ansias de expansión hacia occidente.

Pero fue también un siglo propicio para el avance tecnológico y los descubrimientos científicos, por lo que muchos señores lo contrataron como ingeniero militar para construir fortificaciones, idear armamento y artilugios nuevos.

En tiempos de paz, Da Vinci se ofrecía como pintor, arquitecto e, incluso, para montar decorados escénicos.

En el aspecto personal, Leonardo ni se casó ni tuvo hijos, legando el conjunto de su obra a sus dos discípulos preferidos: Giacomo Caprotti da Oreno, conocido como Salai, y Francesco Melzi; este último fue alumno suyo desde pequeño y, al parecer, también amante y modelo en varios de sus personajes, como el San Juan Bautista, con ese enigmático y delicado rostro, como firmaba el maestro.

Da Vinci poseía una curiosidad voraz pero, una vez resuelto el problema a investigar, perdía interés y se iba a otra cosa, dejando las obras sin concluir, por muy importantes que fueran los encargos. Estudió las leyes del oleaje; las corrientes marítimas; pasó años analizando el movimiento de las nubes; el sonido; el vuelo de los insectos o el de las aves, que le llevó a concebir una máquina voladora.

Describió y dibujó a fondo los mecanismos del cuerpo humano, haciendo la disección de más de 30 cadáveres. Una mente insaciable con extraordinarias dotes de investigación como prueban las 15 mil páginas que se conservan de sus cuadernos llenas de dibujos y comentarios.

Como científico e ingeniero sus creaciones, aunque bastante asombrosas, han resultado algo menos novedosas de lo que se creía al principio, mientras historiadores, como Bernhad Berenson y Kenneth Clark, nos han ampliado los conocimientos sobre su arte, sobre el que elaboró un “Tratado de Pintura”. En él explica sus estudios sobre la perspectiva aérea y el llamado, “sfumato” o el arte de difuminar los contornos dejándolos suavemente borrosos, para aportar viveza y sutileza, técnica que inventó.



HIJO ILEGÍTIMO

Leonardo nació en Vinci, muy cerca de Florencia, el 15 abril 1452. Hijo ilegítimo de un notario y una campesina, careció de formación académica, pero aún así muy pronto destacó por su capacidad observadora y por su amor a la naturaleza.

Viendo sus altas dotes artísticas, su progenitor lo lleva a Florencia, al taller de Andrea del Verrocchio, quien desde que entró en contacto con él supo que ese joven alumno lo superaría.

Poseía Da Vinci una continua sed de experimentación e hizo gala de una profundidad observadora poco común. Todos coinciden en que heredó de su padre algo crucial para sus métodos: la anotación constante en los muchos cuadernos que dejó.

Investigó sobre casi todo, pero dejaba la mayoría de sus proyectos inacabados, quizás un rasgo de su personalidad ya que, una vez resuelto el planteamiento, y estudiadas las posibles soluciones, los dejaba sin concluir por falta de interés.

Elegante, atractivo y seductor, arreglado a la última moda, con un toque de artista sin complejos, enfrentó con valentía —hasta tuvo que defenderse en un juicio— su homo- sexualidad frente al tormento que le supuso Miguel Ángel, con quien no guardaba una buena relación.

Vivió al servicio de los Medicis en Florencia pero fue con Ludovico Sforza, en Milán, donde pasó sus mejores años. Murió en Francia, a donde llegó a los 65 años, en la corte de Francisco I, quien lo convirtió en uno de los personajes más influyentes.



ESCASA PRODUCCIÓN PICTÓRICA

Leonardo fue un pintor de producción tan excelsa como escasa, comparada con otros genios renacentistas como Tiziano, Miguel Ángel o Rafael. Aún así incluye la pintura más célebre de la historia del arte: “La Gioconda” (1503-1519).

Se trata del retrato de Lisa del Giocondo, esposa de Francesco del Giocondo, un mercader florentino, al que dedicó sus últimos 16 años sin darlo nunca por terminado y del que nunca se separó. Esta mujer de mirada y sonrisa misteriosa, de composición clasicista (de medio cuerpo y manos cruzadas) nos “abduce” con su mirada. Un rostro que parece vivo. Tanto, que parece observarnos plácidamente, una muestra —dicen los expertos— del dominio del funcionamiento del cuerpo y la naturaleza humana, en concreto de la acción de la sonrisa. l