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[EL NIDO DEL CUERVO]

Un alma verde, de corazón inquieto, roja pasión

Un alma verde, de corazón inquieto, roja pasión


El 25 de noviembre de 1970, cinco partidarios de la “Ta te no kai”, en un intento fallido de golpe de Estado, secuestraron al Comandante de las Fuerzas de Autodefensa de Japón del cuartel de Ychigaya-Tokio. El líder del movimiento se presentó ante los hombres del cuartel solicitándoles que apoyaran su causa para devolverle todo el poder de la nación al emperador de Japón y volver al tradicional modelo de organización social militarista. Cuando las tropas japonesas dieron su negativa a obedecer al líder rebelde, éste, fiel a su visión romántica de la cultura nipona, realizó el seppuku.

Etsuko era una joven cuya historia se desarrolló durante la posguerra japonesa. Después de morir su esposo Ryosuke, de tifoidea, fue invitada a vivir en casa de su suegro Yakichi, en una pequeña aldea llamada Maidemmura; en esa casa también vivían sus cuñados Kensuke, Chiako, Asako con sus dos hijos, y por último Saburo y Miyo que eran la servidumbre. Esta joven viuda salió de Osaka rumbo a Maidemmura como las hojas de los árboles cuando son llevadas por el viento de otoño. Sus parientes veían en ella a una mujer cuya concupiscencia rivalizaba con la de una estatua de Buda, sin percatarse que el fuero interno de Etsuko era como un volcán dormido esperando el momento correcto para despertar; Yakichi, Ryosuke y Saburo no podían entender a Etsuko porque “estaba escrita con un alfabeto que ellos no podían leer”. Para entender a Etsuko había que entender su amor.

El esposo de Etsuko, Ryosuke, cae enfermo por tifoidea. En el hospital, ella era la única que cuidaba constantemente de su esposo: no dormía, lo limpiaba y bañaba, y esperaba pacientemente al borde de su cama sujetando su mano. Etsuko se percató que no era amor lo que la movía para hacer esos sacrificios, al menos no era amor por Ryosuke, sino que era el gusto por el sacrificio mismo, como lo fue el gusto por el dolor de ser una esposa engañada, lo que la impulsaba; ella disfrutaba sentir la pureza de sus pasiones, el dolor y el sacrificio cercanos a lo absoluto, y es por eso que quería evitar que Ryosuke muriera, porque su “amor hubiera deseado verlo muerto” para evitar el sufrimiento de su esposo o el de ella misma, pero nada de esto le causaba pena o remordimiento, al contrario, era una dicha.

Muerto Ryosuke, Etsuko se muda con su suegro, Yakichi, y el resto de la familia. Este tiempo en casa de los Sugitomo, ella lo pasó como un barco a la deriva en alta mar: “Seguían siendo tiempos duros, a no dudarlo, pero una leve variación de su centro de gravedad enviaba a Etsuko alegre y confiada hacia el futuro ¿Era eso esperanza? No, nunca”. Para Etsuko, la necesidad de no pensar en el mañana, de no pensar en nada más que en su presente y no brindarle posibilidades era lo que la mantenía serena y feliz. “Sus sueños solo conocían cosas felices, la desgracia la asustaba”. Etsuko aceptaba a Yakichi en su cama sin que le gustase o le disgustase el contacto de sus manos con su cuerpo, ese anciano a quién llamaba padre era parte del paisaje de Maidemmura, algo a lo que debía habituarse como el olor a estiércol. Ella no sentía nada y el tipo de relación que mantenía con Yakichi lo que Mishima llamaría “sexo sin una relación con el absoluto” (1).

Saburo era un joven campesino que trabajaba para Yakichi, Etsuko se enamoraría paulatinamente de él, pero en secreto, imaginando cada momento y saboreando la angustia que le causaba su amor no confesado. Por otra parte, Saburo iba a casarse con Miyo aunque no la amaba; los celos que despertaba esta situación en Etsuko, hicieron que la expulsaran de la casa de los Sugitomo con el fin de ganarse el desprecio de Saburo, pronto su deseo por amor se convirtió en un deseo por odio. Cuando Etsuko se enteró que la perdida de Miyo no despertaba el más mínimo malestar en Saburo, todas esas posibilidades que había tejido en la almohada de sus pasiones se esfumaron. Durante su último encuentro, Saburo intentó forzar a Etsuko a tener sexo con él, pero ella, carente de cualquier sentimiento, se negó y en la pelea que sostuvieron, Etsuko tomó una azada y la clavó en la cabeza de Saburo. Yakichi la ayudó a enterrar el cuerpo y luego ella se fue a dormir hasta que los gallos la despertaron.

“Pero cuando hablamos de un acto bello, aunque sea terrorista, yo lo apruebo”.

La relación entre el líder rebelde y Etsuko va más allá de la mera relación entre el autor y su obra; ambos albergan en sus corazones el deseo ferviente de alcanzar el absoluto desde los espacios que habitan. Yukio Mishima murió a la edad de 45 años después de haber escrito cerca de 200 obras entre novela, teatro, poesía y ensayo. Al ver fracasado su intento de restauración del Imperio japonés tradicional, prefirió no vivir la derrota y transformó su muerte en un discurso a la eternidad. Sed de amor (Ai no kawaki) es la historia que escribió él acerca de Etsuko, fue su segunda novela, publicada en 1950, su primera ficción.

En la entrevista que concede a Furubayashi, Mishima describe que el impulso inicial de su carrera estuvo marcado por el romanticismo del cual se distanció después, pero al cual volvería al final de su vida. Del mismo modo, también habla de su filosofía y de cómo esta se gestó cuando era joven y se mantuvo hasta sus últimos días. Tanto en la novela como en su vida, Mishima anduvo en busca de los absolutos, de la pureza de los actos y que estos reflejaran lo que uno era. La Etsuko que se describe en Ai no kawaki puede parecernos una mujer, egoísta, soberbia y que raya en la sicosis, pero al mismo tiempo es una mujer fuerte cuya pasión desmedida por el amor y todo lo que conlleva, la sometió a los sentimientos más intensos, aquellos que no podrían ser entendidos por la mirada de los hombres simples. Tanto Etsuko como Mishima, si es que no son la misma persona, “deseaban una muerte lenta, gestada durante un dilatado espacio tiempo, y no una muerte [¿vida?] común, ordinaria”.

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(1) Mishima dio en una entrevista al crítico literario Takashi Furubayashi pocos días antes del asalto del cuartel de Ichibaya en 1970. “En el relativismo del mundo actual, sin embargo, el erotismo no pasa de ser una especie de sexo libre. No se opone a nada. Es un sexo sin relación alguna con lo absoluto. En mi opinión, nada más lejos del verdadero erotismo”.

(2) Ibid.



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