La mamá de Gamaliel vive en una iglesia, no tiene trabajo y se separó
La vivienda que las autoridades le prometieron aún no le llegó. Los dueños de la casa en la que vivía en anticrético y fue afectada por la mazamorra todavía no le devolvieron su dinero.
03 de febrero de 2019 (13:30 h.)
La muerte de Gamaliel Rojas en el aluvión de Tiquipaya duele. Transcurrió casi un año desde aquel día y el recuerdo de sus últimas horas de vida aún empaña los ojos y quiebra la voz de su mamá, Elizabeth Salinas, porque ese día estaban juntos, porque pudo haber sido de otra manera, porque "podía salvarlo", porque "tenía toda una vida por delante" y porque "no lo merecía", pero, falleció.
Elizabeth recuerda el día de la catástrofe, el 6 de febrero de 2018, como si fuese ayer. Con más calma que ese día contó que ella y Gamaliel atendían el snack que acababan de inaugurar en su casa en anticrético, en la ladera oeste del río Taquiña.
Ese emprendimiento era un sueño hecho realidad para Gamaliel, no porque generaría ingresos económicos para su familia -a su edad, 12 años, el dinero era lo que menos le interesaba-, sino porque su mamá renunció a su trabajo a tiempo completo como pedagoga y podía estar más tiempo junto a él, algo que siempre le había suplicado. El pequeño quería tenerla cerca, llegar del colegio y contarle lo que le había sucedido; la necesitaba y se lo dijo, Elizabeth lo recuerda muy bien. Esa súplica bastó para que apelara a su corazón y motivara el negocio.
El día de la catástrofe estaban juntos. Gamaliel recortaba unas figuras para sus cuadernos, mientras le contaba a su mamá todo lo que había hecho, pero, paró un momento para salir a la calle a arreglar el letrero del negocio y entró casi de inmediato porque afuera abundaba gente desesperada debido a que el río se desbordó. Intentaron tapar la puerta de la vivienda para que no entre lodo, pero "parecía que se venía algo más fuerte". Elizabeth agarró a Gamaliel de la mano para llevarlo al nivel más alto de la casa, pero, él se soltó y corrió a rescatar a sus dos perritos, un cachorrito y su mamá, que estaban encerrados.
"Yo estaba yendo detrás de él, pero vi una ola gigante y me atrapó. Grité ´Gamaliel´ porque parecía que agarró también a mi wawa". Elizabeth estaba atrapada, tenía lodo hasta la mitad del cuerpo y, aunque rasgó la tierra para liberarse, no pudo.
Lo que queda de los muros blancos del que hace un año era su snack aún tienen rastros del lodo con la forma de sus manos. Basta con verlos para que se reconstruya en la mente los movimientos esforzados que la mujer hizo para salir e ir al rescate de su hijo, pero no pudo.
Su familia, con ayuda de rescatistas, la liberó tres horas después, rompiendo muros y retirando el lodo con baldes. La llevó al hospital y la limpió. Debió quedarse internada, pero permaneció apenas unos minutos ahí y salió por la fuerza, cubierta solo una sábana, empecinada con volver a su casa. Solo ella sabía donde podía estar atrapado Gamaliel y tenía la esperanza de que aún permanezca con vida.
Buscó con ayuda de su familia y de algunos voluntarios que le restregaban que estaban arriesgando sus vidas por el niño, pues no debían intervenir el lugar de esa manera, que habían protocolos, debido a que abundaban redes de electricidad y gas que podían detonar. A ella no le importó y encabezó la búsqueda. Permaneció toda la noche en la calle, soportó un nuevo aluvión y la tempestad porque no podía concebir que no apareciera su hijo. "Quería encontrarlo aunque muerto, pero abrazarlo", dijo, al borde del llanto.
Al día siguiente hallaron a Gamaliel, fue el primero de los cinco cadáveres que aparecieron. El suyo estaba sepultado por el lodo y a su lado estaba la perra que era mamá del cachorro que sobrevivió, al que alcanzó a agarrar y arrojar a un cuarto seguro. Los únicos que se salvaron fueron Elizabeth y "el hijito de la perrita", que ahora es como el hijo de Elizabeth, pues es un regalo de su "bebé" Gamaliel, porque a él no le importó morir con tal de poner a buen recaudo a ese cachorro.
Desde entonces nada es igual. El perrito perdió a su mamá, que aún lo amamantaba, y también a su mejor amigo Gamaliel. Dejó de ser el mismo porque ya no había quién le haga jugar como el niño lo hacía.
Elizabeth no solo perdió a su hijo, no tiene casa, aún no le devolvieron el dinero del anticrético de la vivienda en la que vivía en Tiquipaya, es padre y madre de su ahora único hijo, un adolescente de 15 años, no tiene trabajo y vive de la caridad de las buenas personas de las que se rodeó, así como de la venta de masitas.
Contó que divorció de su esposo porque cuando tenían problemas la responsabilizaba de lo sucedido con Gamaliel y porque "no nos dio nada, ni para los gastos que implicó el funeral de mi bebé (Gamaliel)".
Los dueños de la casa en la que Elizabeth vivía en anticrético no le devolvieron el dinero del anticrético debido a que invirtieron en refaccionar ese espacio afectado por la mazamorra. Elizabeth confía en que le pagarán pronto porque, por fortuna, se salvó la documentación que respalda la transacción que hicieron.
Ella comprendió y no insistió porque las autoridades le prometieron una casa que, a estas alturas, no tiene. Hace un año acude casi cada día a la Alcaldía de Tiquipaya para averiguar si ya está listo el derecho propietario de los predios donde la Agencia Estatal de Vivienda (AEV) construirá la infraestructura. Pero, últimamente, solo se hace maltratar por algunos funcionarios.
La directora de la AEV, Noemi Bautista, dijo que los recursos económicos están disponibles, solo resta que la municipalidad resuelva ese asunto.
Entretanto, Elizabeth, su hijo y el cachorro viven en una iglesia que está por la zona. Ese techo lo paga limpiando y cuidando.
Remarcó que aún luchará por cumplir un sueño que tenía Gamaliel: "tener una casita propia" en la que puedan reunir a todos los cachorros de su perrita. La familia sabe exactamente dónde está cada can porque el niño los regaló a gente conocida, con el fin de que un día puedan devolvérselos.