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Diosas y semidiosas

Diosas y semidiosas
Un domingo asoleado y benigno, en el ocaso de la primavera, coincidimos en el café unos amiguetes de antaño y hogaño: el escritor Yberra, el librero Mardones, el psiquiatra Dr. Cuajárez y vuestro servidor. Como de costumbre procuramos concentrarnos en algún tema que no fuese tan banal como las exigentes madres/esposas/amantes, los hijos mentecatos y/o sabihondos y, menos aún, los nietos. Descartadas también las enfermedades, hasta donde es posible tratándose de carcamales. Cogí el hilo asomado del magín del doctor, que peroraba con juvenil entusiasmo sobre las diosas y semidiosas del cine. Según él, todos los señores se han enamorado al menos de una actriz de cine, como sublimación de sus sueños eróticos.
Pongamos nombres, sugerí. A ver Yberra, tú empiezas. El escritor retirado se puso granate, resopló y pensó con una lentitud que gracias a la edad ha ido aumentando. Con dificultad largó: Ava Gardner. Lo miramos con ironía. Una obviedad pasable. ¿Qué película?, ataqué a Yberra que se atragantó con su capuchino. Mardones lo ayudó: ¿Mogambo? ¿Nieves del Kilimanjaro? Yberra, atorado, balbució: La condesa descalza... Well, well, well, nos reímos. A Yberra le encantan las princesas, las aristócratas y a falta de algo mejor, las pitucas.
¿Y usted doctor?, dije salvando a Yberra del naufragio. El galeno carraspeó, su único signo de desazón y, como buen psicoanalista fogueado, confesó: antes que ninguna, Marilyn Monroe, sobre todo en Los caballeros las prefieren rubias y Una Eva y dos Adanes. Allí despliega su talento de comediante, cantante y seductora curvulínea. Cuajárez se calló, ensoñado. Cumplió 85. Le gustan las platinadas, ¿no doctor?, lo molestó Mardones. Pues sí, replicó, y también las pelirrojas como Katharine Hepburn y las morenas como Ava Gardner, coincido con Yberra, sin dejar de lado las latinas geniales y duras como Rita Hayworth. Me declaro politeísta. Hablo de diosas, otras pueden llegar a sacerdotisas del culto, no más.
El doctor se las sabe todas, murmuró Mardones, que me tiró la pelota a mí. Y tú, Leal, ¿de quién estás enamorado? Como no quiero ser menos que mis personajes, respondí con seguridad: desde la infancia, por alguna cinta que vi y olvidé, he sido y soy adorador fiel de Lauren Bacall. De sus películas me quedo con Key Largo. ¿Solo la destacas a ella?, sacó el habla Yberra. No, repliqué, como toda diosa, está acompañada de semidiosas, pienso en Simone Signoret, Silvana Mangano, Marlene Dietrich... También Romy Schneider. Grandes y súper hermosas, ironizó Mardones, queda demostrado que lo feo ama lo bello, Leal.
Aproveché las risotadas y embestí contra Wilberio Mardones. ¿Y tú, a quién ensalzas, que siempre encuentras todo atroz, horrible e indigno de tu soberbia de vendedor de libros? Solo a una, dijo, desde hace décadas: Jessica Harper. ¿Who?, aulló Yberra que por su anglofilia gusta de meter palabrejas en inglés. No la conozco, dijo el Dr. Cuájarez. Yo tampoco la recuerdo, metí baza. Invento tuyo, Wilberio, elabora un poco, añadí. Hizo pocas películas, respondió, siempre de niña indefensa, adolescente a cualquier edad, acosada, humillada y seducida. Su mejor rol: una patética actriz del cine mudo que debe reciclarse en el porno.
Nombra películas, le dije, mira que Yberra se enardece con las vaguedades. Mardones recitó: El fantasma del paraíso, Stardust Memories y, sobre todo, Suspiria, la obra maestra del horror de Darío Argento. Jessica Harper es tan pequeña que siempre lleva tacones altos donde sus piececitos zozobran. Es la novia traidora y ambiciosa del compositor rock en el musical de Brian de Palma; una víctima del director de cine abusador, el propio Woody Allen; la bailarina perseguida por el asesino volátil en la de Argento. Nada más que decir, y simuló un puchero. ¿Otra ronda de cafés para tolerar la comedia de Mardones?, propuse.