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  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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Visitando la tumba festiva de Víctor Hugo

A 13 años de la partida del destacado escritor paceño, el periodista Walter Gonzales ha escrito y compilado textos de homenaje, y organiza, con el literato Ramón Rocha Monroy, el “Coloquio con Víctor Hugo” que tendrá lugar el 26 de enero desde la mañana en la afamada Quinta Chernobyl (Quillacollo).
Visitando la tumba festiva de Víctor Hugo



Transcurrieron 13 años desde la partida definitiva de Víctor Hugo Viscarra hacia el mundo sideral, tiempo en el que me fue imposible conocer su tumba en el cementerio de La Paz.

Junto con mi hija Maiza, su niña mimada, el pasado 3 de enero tomamos la decisión de buscar su nicho, visitarlo y agasajarlo porque día antes fue su cumpleaños 61. Víctor Hugo nació el 2 de enero de 1958 y falleció el miércoles 24 de mayo del 2006, tras un fulgurante paso por esta vida, pese a sus dificultades que lo hicieron inmensamente humano.

Compramos flores frescas, claveles rojos, como le gustaba en vida, y con ese ramo nos introdujimos en el mundo sin retorno de los muertos de La Paz. Preguntamos al guía del camposanto paceño y nos dio una dirección equivocada de otro Viscarra que también había sido escritor a principios del siglo pasado.

No fue fácil encontrar la tumba como pensamos, pese a su gran fama. Dimos vueltas y giros por callejones y pequeñas avenidas en el interior de la necrópolis paceña. Preguntamos a los niños rezadores y panteoneros, pero increíblemente ninguno conocía la tumba de Víctor Hugo. Estuvimos a punto de desertar en nuestro propósito y deseos de visitarlo, hasta que un jardinero nos llevó de las manos hasta la mismísimo sepulcro del Viscacha.

-Señor, ¿conoce usted la tumba de Víctor Hugo Viscarra, el escritor?

-¿No es el que siempre andaba borrachito y le gustaba tomar alcoholcitos?, nos dijo ingenuamente, a lo que asentimos afirmativamente, no sin antes mirarnos con mi hija y sonreírnos.

Nuestro ocasional guía nos mostró la tumba donde el 24 de mayo de 2006 fue sepultado Víctor Hugo, precedido de un extraño cortejo de amigos, escritores y familiares. El nicho se encuentra en la fila tres de un bloque sin número.

Una tumba sin sorpresas

Maiza fue la encargada de abrir la lápida no con cierta dificultad, pues estaba malograda. En su interior encontramos, cuándo no, cuatro botellitas de alcohol, los famosos soldaditos, monedas y flores frescas, además de una carta anónima con un contenido bellísimo que hablaba de su vida y su influencia en los jóvenes escritores que se han convertido en miembros de su cofradía de la “vida marginal”.

Mientras limpiábamos el nicho y cambiábamos las flores, una anciana y un joven muy solemne nos pidieron rezar por su descanso, a lo que accedimos con agrado. Cerramos la puerta de su lápida y nos dimos cuenta de la existencia de inscripciones de escritores, músicos y artistas plásticos, pues Víctor Hugo es ya “una figura de culto. Le otorgaron un aura de artista pop, de ícono de la cultura de masas, aunque él nunca se daba por enterado. No le interesaba. Su vida eran sus pasillos, sus camaradas, su alcoholcitos para las madrugadas frías y pero también estivales”.

Es verdad se trataba de una tumba festiva antes que infecunda.

El instante fue mágico, y recordé los gratos momentos compartidos con el amigo que en 1988 se había sumado al por entonces influyente Movimiento Cultural Itapallu de Quillacollo, siendo uno de sus guías y maestros en las “artes magnas”.

Lo conocí a instancias de mi maestro y compadre Urbano Campos, alias Alfredo Medrano, pues Víctor Hugo vivía en su casa de la calle Santiváñez, frente al otrora famoso cine Ópera. Compartimos momentos placenteros y aventuras “gastroetílicas” llevadas al extremo.

Así como conocía el submundo de La Paz, llegó a dominar los recodos de la Llajta. Era caserito de las famosas “t’ujsilleras” de La Cancha y de otros antros a los que asistíamos por curiosidad y con unción dionisiaca.

Curiosidad antropológica

En la Llajta, Víctor Hugo, era visto con una curiosidad antropológica y entomológica, pues para muchos era un “bicho raro” que sorprendía y se hacía querer por sus geniales ocurrencias.

En La Paz traté de encontrar todo lo que se había escrito sobre su vida y obra, y todos los “expertos en antros o literatura marginal” lo describen como a un tipo del lumpen paceño, de los avernos, los altillos, lúgubre y de los bajos mundos, que vivía del desenfreno del alcohol.

Hasta hoy me resisto a creer que Víctor Hugo sólo pertenecía a ese mundo o submundo, pues en el valle cochabambino disfrutaba de la buena comida, bebida, la agradable tertulia y la buena compañía, incluso mostró sus dotes de don Juan trasnochado.

Nuestro Viscacha era un tipo intensamente enamoradizo, sólo que de las mujeres equivocadas, imposibles u “ocupadas o con dueños”. Muy diferente a la imagen que nos muestran los “expertos” en Víctor Hugo.

Referente a sus libros, tengo la certeza de que la mayor parte se inspiró y escribió en Cochabamba, porque fui testigo de su arduo trabajo, desordenado pero fecundo y rotundo, quizás con la mente y la temática puesta en La Paz, como suele ocurrir con los escritores de talla.

En la Llajta verde y abundosa en gustos y platillos, conoció lugares paradisíacos cultivando la amistad del dueño del célebre Viva Vinto, la afamada Quinta Chernobyl y sus pletóricos cascos nucleares de chicha, los Cantaritos I y II, los Melgarejos y otros locales. Asimismo era un asiduo de sus “bajos mundos o antros” que los necesitaba para no perder las fuerzas como Anteo.

Coincido con sus biógrafos al afirmar que, si algo caracterizaba su obra, es la autenticidad, de la que él estaba muy consciente. Y eso es lo que lo hace un escritor ejemplar y singular, más allá de cualquier moda y de vanos éxitos, especialmente del esnobismo.

Quienes lo trataron, según Manuel Vargas, vieron asimismo el ser humano: su ácido sentido del humor y su agudeza, inclusive a costa de sí mismo. Es que no tenía nada que perder: para transitar las calles y las noches no le hacía falta más que lo que llevaba puesto, mejor si era una chompa y una chamarra caliente donde puedan caber unos recortes de periódicos, unas hojas en blanco para garabatear, un libro, y en muchas épocas, si no grageas, una botellita.

“Con la nariz y la espalda torcidas por antiguos golpes, de voz firme y lastimada, este señor de cierta edad parecía pagar las consecuencias de una vida que él escogió. La soledad y el alcohol, el frío y el hambre, fueron donados por los dioses de las circunstancias: la realidad de un país, de una condición social, la cual, a quienes la reproducen y manejan, les importa un pito”.

Obras célebres

Ya son célebres sus obras y conocidas sus valoraciones y reseñas. Según Vargas, todo olía a alcohol, por lo que los títulos de sus libros fueron saliendo de los mismos relatos, por ejemplo Alcoholatum & otros drinks, Borracho estaba, pero me acuerdo, Coba, el lenguaje secreto del hampa boliviano, Relatos de Víctor Hugo, Avisos nocrológicos y Ch’aki fulero, muchos de ellos del genio creador de títulos, Germán Arauz.

Con esas obras fundamentales de la literatura boliviana, Viscarra se convirtió en un referente no sólo de la literatura paceña, sino nacional, y eso lo sabían incluso quienes optaron por no admitirlo, aunque él prefería ignorarlos porque nunca pidió permiso para hacer lo que hacía. ¿Para qué? Si sabía que cualquiera de sus historias obtendrían la audiencia que muchos de los que escriben desean tener, sostiene Manuel Vargas en el prólogo del libro antológico La del estribo.

Ahora que es entonces, como se preguntaba el escritor y poeta Antonio Terán Cavero, Víctor Hugo es toda una celebridad boliviana, aunque falta por investigar su paso y producción en Cochabamba para sacarlo de la obscura hoyada paceña. Con el escritor Ramón Rocha Monroy nos planteamos organizar el “Coloquio con Víctor Hugo”, que se realizará el sábado 26 de enero a las 10.30 horas, en los amplios jardines de Quinta Chernobyl de Quillacollo.

Periodista - [email protected]