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  • Diario Digital | miércoles, 24 de abril de 2024
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[NIDO DE CUERVOS]

De Borges y la amistad

Recordar un clásico en las letras de un nuevo colaborador. Compartimos un recorrido melancólico por un cuento que Borges nunca llegó a concluir.
De Borges y la amistad



Hace años un amigo ya entonces mayor que yo me dijo que la primera vez que había leído a Borges lo asombró, que la segunda le pareció ingenioso, y que al fin su ingeniosidad le pareció un despilfarro, “algo así como contar plata delante de los pobres”. Me dijo también ese rato que no leía sus entrevistas porque las conocía de antemano. Yo leo las entrevistas de Borges porque las conozco de antemano pero no enteras. Lo que ignoro de ellas me atrae tanto como lo que ya sé. Además creo que él dedicaba horas a dar entrevistas o (lo que es casi lo mismo) a pensar en ellas, de manera que habrá que reconocerles su importancia a las entrevistas que daba. Uno hasta podría coleccionarlas. Esa donde Borges le dice a Jean Pierre Bernés, con el cual revisaba sus obras completas para la edición de la Pléiade, semanas antes de morir, que el mejor cuento, el cuento más hermoso, de su vida, el que podría justificarlo, sería uno que había comenzado a escribir mucho tiempo atrás, pero del que llevaba escrita sólo una página, titulado “Los amigos”, me resulta muy memorable. Borges mismo sería uno de los personajes de la narración, “porque, usted sabe, no me gusta inventar personajes, yo soy siempre el personaje”. La historia ocurriría en los familiares suburbios de Buenos Aires. Amigos muertos, “del grupo de Macedonio Fernández”, gente de veras importante para Borges, serían sus protagonistas. Él casi no se consideraba con derecho a tener proyectos a su edad, lo encontraba algo más bien absurdo, enfermo como estaba, pero tenía proyectos, “esas formas de la esperanza”, decía en la entrevista, que fue la postrera. Un proyecto que lo hacía sonreír aún era terminar “Los amigos”.
En otra conversación de aquella época, con Osvaldo Ferrari, que la editorial Sudamericana incluye en Diálogos últimos el 87, Borges recordaba la “amistad tutelar” de Macedonio y se sorprendía de que a ese tipo de amistades “parece convenirles la muerte física”, que fija en la memoria una imagen platónica del amigo, una imagen que los amigos vivos pueden moldear, y mejorar, libre de todo un caudal de “circunstancias contemporáneas” ingratas propias de los individuos vivos. Creo que Borges pensaba en ese tipo de amistades para su cuento “Los amigos”. Amistades como la de su imborrable Maurice Abramowicz, que tal vez hojea, después de muerto, como Borges lo imagina en unos poemas de Los Conjurados, los diversos libros que no escribió pero que presintió y “de algún modo son” y lo justifican ante nosotros. Ese Abramowicz que quizás reaparece, silencioso y sonriente, “al percibir que nos asombra y maravilla el hecho tan notorio de que nadie puede morir”, porque “la muerte es más inverosímil que la vida”, y en la tierra “no hay una sola cosa que sea mortal y que no proyecte su sombra”, de modo que vale la pena “entrar en la muerte como quien entra en una fiesta”.
Acaso nuestro Borges amigo recrea hoy esa historia que lo justificará ante nuestros ojos y que de algún modo es: “Los amigos”, cuyo curso él prefijó sin escribirla porque le faltaba un personaje al menos: él mismo, o más bien el otro Borges, el inmortal que ahora nos acompaña “y perdura cuando su cuerpo es caos”, como perduran la respiración, el agua corriente, el sabor de las frutas y el Sócrates de Platón.

Filósofo - [email protected]