Opinión Bolivia

  • Diario Digital | sábado, 20 de abril de 2024
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Arani en fotografías de madera y de papel (Historias que oxigenan la vida del lugar)

A través de cámaras hechas de madera se reflejan los espacios más tradicionales de esta provincia que conserva su memoria en cada uno de sus rincones.  <BR>
Arani en fotografías de madera y de papel (Historias que oxigenan la vida del lugar)



Hablar de la Cochabamba profunda es hablar de la pintoresca arquitectura de sus pueblos y también de su gastronomía. Hablar de Arani, como uno de sus sitios más representativos es hablar de una arquitectura todavía presente -aunque dramáticamente erosionada- y, particularmente, de su pan. Sin embargo, y como en gran parte de la región de los valles, Arani se ha visto fragmentada en la continuidad cultural de su comunidad debido al alto índice de migración de su gente hacia distintas partes del mundo. Los efectos de este proceso son múltiples y se materializan de distintas maneras, siendo la arquitectura, y por ende también, el patrimonio histórico de la región uno de los más visibles.

El barro, las tejas cocidas artesanalmente, la madera, la piedra y tantos otros materiales ya son solo un lejano recuerdo de un tiempo pasado que, simbólicamente, no encaja en la visión de futuro de los llajtamasis globalizados de hoy. El ladrillo, las tejas industriales -sino son las insípidas calaminas- el aluminio, el cemento y tantos otros nuevos materiales son ahora una realidad y representan, con una camaleónica actitud y una determinada pujanza, la modernización y actualidad de un pueblo que vive ya solo de recuerdos.

La inmediatez, la tecnología digital, la globalidad y las redes sociales son solo algunas de las aristas desde donde habitualmente se aborda la realidad de la región y, por tanto, también el aquí y el ahora del corazón de Arani. Sin embargo, y para tratar de reinventar la forma de mirar la comunidad, nosotros decidimos soñar a la inversa.

DE LOS PATIOS COLONIALES  A LOS PANES INAGOTABLES 

Cuando uno visita el departamento de Cochabamba, cualquiera sea su destino, visita también su amplia gastronomía, y gran parte de la misma se constituye en un manjar que no siempre cabe dentro de una bolsa para llevar. Si tuviésemos que saldar la tarea del encargo, para no volver a casa con las manos vacías, seguramente uno de los productos más prácticos para tales efectos sería el pan que abunda cerca del aeropuerto, las terminales terrestres e incluso los retenes de tránsito interdepartamental.

Sin embargo, y como casi todo lo bueno es objeto de copias descontextualizadas, el pan que habitualmente abunda no es, necesariamente, el pan que todo visitante debería llevar consigo, debido a la suplantación equivocada de una antigua receta extraída de los valles de Arani y, particularmente, de aquella que hace cinco generaciones atrás la familia Ortiz acunara en sus hornos.

Esta es una pequeña aproximación a la inagotable vertiente de historias familiares que han hecho del pan de leche un producto cien por ciento Araneño y representativo del departamento de Cochabamba.

Partamos de la idea central de este trabajo: es imposible hablar de la historia sin antes hacer visibles las pequeñas historias que cargan de sentido y, fundamentalmente, de vida a los lugares.

Para acercarse a la esencia visual de Arani es importante acercarse a su gente y aquellas pequeñas cosas que permiten, a la identidad del pueblo, resistir al paso del tiempo.



Reyna Camacho Ortiz, de 45 años, es quien actualmente mantiene viva la tradición del pan original de Arani diariamente. Recuerda la panadería desde que tiene uso de razón, mientras sus ojos brillan al recordar a sus tatarabuelos y toda la vena familiar que vive y respira pan fresco todos los días.

Ella encarna la quinta generación de amantes del trabajo de horno y en su recuerdo habita el orgullo de haber patentado los inagotables panes mamaqhonqachis con los que hoy se habla del departamento en pleno, y por quienes también la panadería lleva el mismo nombre.

En su historia, y por ende en la historia de la comunidad, están vivos los recuerdos de sus innovaciones patentadas en las distintas ferias del pan impulsadas por el municipio.

Solo por citar algunas de sus especialidades, están los famosos suegromunachis, tatamunachis y mamaqhonqachis, junto a su oferta regular que se basa en la producción de panes de choclo, ch´uspillo, 10 cereales, salvado y de coca, bizcochos fiesteros, roscas, pillos, wawas, maicillos y empanadas especiales.

En la última feria del pan realizada hace un

par de semanas, el mamaqhonqachi presentado por la panadería alcanzó los dos metros

de diámetro y no está demás decir que marcó un antes y un después en la representación de esta delicia que acompaña las sopas

y el té de los más conocedores.

Nostálgica, Doña Reyna recuerda con mucho cariño el legado de su familia y además se enorgullece de haber sido escuela para muchos, sino todos, los panaderos de la región que hoy por hoy representan la cultura viva de la región alta de los valles cochabambinos.

No cabe duda alguna de que el sabor de su producto, los procesos de trabajo que utiliza y, sobretodo, el conocimiento acumulado en cinco generaciones de pan, se constituyen en un argumento para hablar de lo importantes que son los patrimonios vivos para un lugar, que en oposición al patrimonio histórico, éstos están mas bien cargados de mucha vitalidad que evita su desaparición.

El interés de este tema como algo urgente para fortalecer la región es un punto a favor de la Unidad de Cultura del Municipio de Arani, que en la persona del Concejal Edgar Orellana Rojas, como Presidente de la Unidad de Cultura y Comunicación e Ybeth Rojas Ortiz, responsable de la misma unidad, agradecemos públicamente por la oportunidad de recoger estos materiales de valor incalculable para la fotografía documental boliviana, y por quienes se hace visible nuevamente la necesidad de replantear las formas de abordar el manejo del patrimonio histórico de la región.

El caso del convento de Santa Catalina de Collpa Ciaco, emplazado a cinco kilómetros al sudoeste de la localidad de Arani es un ejemplo vivo -aunque muere lentamente- de cómo el abandono de la historia puede generar falta de pertenencia en el lugar.

Considerado uno de los pocos en su género, el convento consagrado a la santa doctora de la Iglesia, es mudo testigo de momentos importantes para la vida de la antigua República de Bolivia. En él pernoctaron los libertadores del continente, Simón Bolivar y Antonio José de Sucre en su paso hacia la ciudad de Cochabamba, y luego de un tiempo este último expropió los predios del convento para subastarlos al mejor postor.

En el tiempo de la Reforma Agraria el convento quedó en manos de la comunidad y desde entonces el abandono y la falta de acciones significativas para reponer la vitalidad de la arquitectura hicieron su trabajo y han deteriorado sistemáticamente toda la estructura del lugar que, penosa y literalmente, se cae a pedazos.

Sea pues este un homenaje espiritual que vincula la historia con la historia, acercando procesos fotográficos más respetuosos y coincidentes con el lenguaje de la arquitectura que caracteriza la profundidad histórica de los valles cochabambinos.

De la misma forma, es un homenaje que aviva el espíritu combativo de aquellas cosas que están hechas para vivir eternamente; sea un homenaje que ayude a vincular la vitalidad del tiempo pasado con la dinámica del presente.

Es también la fotografía química que utiliza papel y película para escribir los rostros del lugar y proyectarlos respetuosamente con el espíritu simple y sincero que los habita; que sea la fotografía química la que nos ayude a sensibilizar la mirada de un público capaz de animarse a viajar y descubrir la historia de un pueblo que todavía se mantiene de pie en la profundidad de sus patios coloniales pero, fundamentalmente, en la vitalidad inagotable de sus panes que harán del vi- sitante un amante empedernido de Arani y su región.

La fotografía química es la que nos ayuda a conectar la historia con el presente; la historia grande con las historias de su gente.

LAS CÁMARAS CÓMPLICES

A diferencia del flujo de trabajo que habitualmente ocupan las cámaras digitales, de las cuales brotan cientos de miles de archivos digitales, las cámaras antiguas obligan a pausar: disparar menos y pensar más en las formas fotográficas. Además de tiempos prolongados en la exposición de las tomas, soportar más peso y tamaño de equipo en las faenas, el proceso químico obliga a extender el trabajo, pues luego de las largas sesiones de campo, también está el tiempo de largas jornadas de laboratorio, donde se procesan manualmente los negativos y, posteriormente, se preparan las copias en positivo, que son las copias materiales que llegan a las manos del público.

Lo que para una cámara digital es inmediato, para una cámara antigua es imposible pues puede que la película que ésta utiliza para trabajar pueda permanecer en su interior por días, meses e incluso años sin ver la luz de una ampliadora.

Puede incluso, la película, ser objeto de algún accidente o fuga de luz en la cámara, haciendo que todo el trabajo desaparezca como agua que se escurre entre los dedos.

Sin embargo, y más allá de los altos riesgos de perder todo en un descuido, hablar de fotografía química es hablar de tiempo y procesos, dos variables cada vez más ausentes del trabajo consciente.

Y es que aún así, nos animamos a viajar más atrás en el tiempo.

Las cámaras utilizadas para reinventar nuestra forma de mirar Arani fueron todas anteriores a los años 60, siendo incluso dos de ellas hechas de madera y sin mayores accesorios que el de un lente munido de un diafragma rudimentario o el de un humilde orificio de menos de un milímetro de diámetro, respectivamente.

En el caso de la segunda caja de madera, esta es producto de nuestro trabajo de diseño y está construida por completo en la ciudad de Cochabamba, lo que quiere decir que es 100 por ciento kochala y en esa su condición natural, es la que más se acercó a contar del espíritu profundo de la región de los valles centrales de Bolivia.

Ella no posee lente ni recámara y en el mundo de la fotografía es conocida como una cámara estenopeica, que dicho de otra manera, es básicamente una caja oscura con un orificio minúsculo por donde pasa la luz para reflejarse sobre una superficie fotosensible.

En la antigüedad este tipo de efecto suscitado por los haces de luz en una cámara oscura está asociado al cuerno de los unicornios, que eran los únicos que podían cargar de la magia necesaria a estos objetos que tienen la capacidad de grabar imágenes sobre cualquier superficie.

Luego de cientos de años, y tras haberse extinguido de la mitología fotográfica, los unicornios árabes podemos establecer que para lograr el renacimiento de una fotografía tan antigua como los seres mitológicos que le han cargado de mística y magia, basta reflexionar sobre los procesos y las formas de mirar para construir una cámara capaz de acercarse honesta y respetuosamente a la historia y la memoria de un lugar.

Esperemos pues que el primigenio principio de la luz dentro de una cajita de madera nos ayude a encontrar más compromiso con lo que hacemos. Esperemos pues que la fotografía animada por el cuerno de los unicornios nos ayude a comprometernos más con lo que somos; con la historia de nuestros abuelos y el legado de nuestros hijos. l

EL FOTÓGRAFO

Diego Echevers Torrez es fotógrafo docu-mental y arquitecto con una especialidad en Diseño Gráfico y Comunicación Audiovisual.

Esta fotografía fue tomada por Alejandra Gamboa y la denominó “Cazador de luz”.

En ella se observa a Diego Echevers detrás de la cámara sacando la foto del patio en el convento de Santa Catalina.