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  • Diario Digital | martes, 19 de marzo de 2024
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[LA LENGUA POPULAR]

De la transformación en pájaros

Compartimos una reflexión sobre el poemario De la transformación en pájaros de Daniel Ayoroa, una de las nuevas voces más interesantes de la literatura cruceña.
De la transformación en pájaros



Hay una belleza particular en nombrar a esas criaturas forradas de plumas que surcan los cielos apuntándoles como aves. Decir aves, a las aves, es usar el nombre poético de las criaturas. La palabra contiene una sutilidad y un acento armonioso que conjuga directamente con la libertad, con lo ligero, con lo absolutamente bello.

Decir ave implica una ritualidad sencilla, pero que contiene el olor de un alma cálida, trascendente. Será porque, de alguna manera, la palabra ave está tejida en la belleza del vuelo. No hay acción más perfecta y añorada que el volar. Estoy casi seguro que el humano tiene dentro de sus más grandes deseos, definitivamente, volar.

La palabra volar sirve como escapismo, como fantasía, como magia, como imposible, como sublime, como libertad, como romance, como sueño y como añoranza.

Pero, a la vez, se puede nombrar a esas criaturas de plumas como pájaros. La palabra es diferente, no contiene la belleza de la anterior, a pesar de referirse a lo mismo. Pájaro implica desinterés por la criatura que vuela, no sintoniza con esas aspiraciones supremas anteriores. Como si eliminara la belleza de las criaturas, que la otra palabra, contrariamente, sobredimensiona.

Aves y pájaros designan a lo mismo. Mas la palabra que se usa para nombrar esas criaturas tiene contenidos diferentes. Las aves se inclinan a un sentimiento de libertad. Los pájaros a un sentimiento de rebeldía.

Decimos aves cuando como criaturas se vuelven los acentos, o la puntuación adecuada de un paisaje que comprendemos como perfecto para huir, para descansar, para escapar de la vida rutinaria, o, por qué no, para entender mejor la distancia incomprensible de la profundidad del celeste que entendemos como cielo.

Decimos pájaros cuando no importa el paisaje sino el peso de la criatura frente a nosotros. Decimos pájaro para nombrar el ritual de eso que fascina, pero que a la vez asusta, incomoda, o cuestiona. Eso con alas nos recuerda que un día posiblemente pudimos ser ángeles o de repente fuimos, pero morimos.

La palabra pájaro implica de alguna manera a la muerte, al vencimiento, al límite.

Daniel Ayoroa escribió el poemario De la transformación en pájaros estructurado en tres partes, a las que él llama Estaciones. Con este libro el poeta nos impone una reflexión entre el ser ave y pasar a ser pájaro, que aunque parecen lo mismo son distintos.

Pienso que Ayoroa, de lejos, a pesar de solo haber sido finalista y no ganador del concurso Noveles Escritores de la cámara del libro de Santa Cruz 2017 es lo mejor que propone el activo colectivo de poesía Llamarada Verde de Santa Cruz.

Hay una fineza en la transformación de la poesía en este libro. Para ser más exacto, de la palabra poesía y no solamente refiriéndome al lenguaje y al objetivo estético que se buscaba en el libro.

La poesía se transforma. En el inicio el ejercicio poético es una acentuación a un intento por decir las cosas, pero en el transcurso ya no importa esa forma de detalle del paisaje, sino, al contrario, importa el peso y la violencia del cambio de la voz. Como si de alguna manera cambiara la importancia de aire que permite el vuelo, por el peso de las alas que dialoga con el cielo y el cansancio.

De la transformación de los pájaros inicia con el poema “Perderse” y termina con el poema “Ejercicio de la memoria”. A partir de esa obvia relación contraria de títulos, me atrevo a pensar las divisiones de Estaciones, no como espacios temporales de cambio (invierno, verano, otoño), sino que pienso en estaciones como paradas en las que el viaje se va haciendo más real y también más intenso, es en las estaciones que la distancia entre los puntos va tomando el calor de la piel que abandonas por la nueva que va apareciendo. Entendemos el viaje por el final, el inicio siempre es de amnesias, de escapes, de cambios. Sentimos el viaje como un detalle de nuestra existencia.

Perderse es sencillo/ solo volar sin rumbo/ seguir con esta vida/ vagar con la brisa/ hacia ningún lugar. (“Perderse”)

En las líneas del papel nace un relato sencillo/ que se entreteje y complica hasta disolverse en él mismo (“Ejercicio de la memoria”).

La palabra ave implica perderse, no pensar en el rumbo, mirar el paisaje y creer en la acentuación de esos ideales aparatosos que alimentan nuestra delicada y codiciosa idea del mundo. Un hombre ave es el que estuvo por un rato, pero es más fácil perderlo.

La palabra pájaro es un ejercicio de la memoria, de recordar cuántas veces hemos sido fascinantes y sospechosos, gigantes y alcanzables. Un hombre pájaro es el que se adhiere a ese músculo esencial que lucha contra el olvido: duele y acaricia a la vez. Lo encerramos a pesar de su belleza y de la inspiración de su esencialidad de libertad. Porque enjaulamos aves, pero solo vemos pájaros en jaulas, y volvemos a ellos siempre a mirarlos, a fascinarnos, pero no a soñarlos. Porque al recuerdo pájaro siempre le decimos que no hay firmamento para la estrella fugaz que fue.

Cómo eres nada, Ítaca/ mientras eres promesa/ cómo los días son nada/ en la inmesidad del mar tiempo/ y yo soy el héroe de nada/ de algún oráculo antiguo, tal vez/ apenas un astuto embustero/ perdido en el mar del deseo/ verdugo del idiota cíclope. […] Cómo eres nada, Ítaca/ mientras eres promesa (En un punto del viaje, ante el inmenso mar, Ulises reflexiona).

Miguel Hernández le escribe una carta a Pablo Neruda en diciembre de 1934. Termina diciendo: “Escríbame, que lo oiga su voz dolorida que duele: alívieme esta soledad de palma sin compañía, dígame algo aunque no me diga nada de lo que me importa. Le abraza siempre. MH”.

Porque la poesía es de hombres pájaros, de esos que buscan la voz aunque no diga nada; pero alivia de la espesa incomprensión del sin límite irresponsable de las aves.

Escritor y filósofo - [email protected]